Boucher, Mme.Pompadour, 1756 |
¿Qué es el Rococó?
Palabra rara. “Rococó”, dicen, viene de “rocaille” y “coquille”, tipos de
ornamentos que se utilizaban en arquitectura y que recordaban a conchas marinas
o arabescos. Y, como pasa siempre con estos nombres de movimientos artísticos,
fue inventado un siglo después con todo el ánimo de burlarse de él.
Comenzó en Francia hacia 1730 y se fue apagando hacia 1760-1770, en el siglo de las trenzas y las pelucas blancas. Algunos consideran que es una reacción al Barroco y otros, que es una derivación del Barroco hasta la exageración. Las dos posiciones tienen parte de razón. Por un lado, la gente se había cansado de tanta oscuridad y dramatismo y necesitaban ver luz, colores claros y temas que te alegren la vida y no te quiten el sueño; por otro lado, si el Barroco ya era exuberante en la decoración, el Rococó se pasa de revoluciones.
Amalienburg, Sala de los espejos |
Las cosas en la Historia no se dan porque sí, qué va, y el Arte es expresión de una determinada sociedad. El sg. XVIII francés fue una época atea (basta ya de santos y Cristos dolientes) y con reyes absolutistas, con cortes a las que hay que entretener para tenerlas bajo control. El palacio real se convierte en símbolo de ese poder y su magnificencia. Por eso, el Rococó se entiende mejor observando la arquitectura de la época. Versailles es el paradigma de esta cosmovisión y fue fuente de inspiración para otros palacios europeos: el Zwinger en Viena, Amalienburg en Munich, Ca’Rezzonico en Venecia, etc. Y no sólo palacios: será un movimiento ateo, pero este afán decorativo llegará también a las iglesias.
Boucher, Alegoría de la música, 1752 |
Y si hay que llenar palacios… El Rococó se manifiesta en todas las artes
decorativas: muebles, porcelanas, moda, jardines… Los espejos replican esa luz
que tanto ansían, las figuras de porcelana decoran chimeneas con escenas
lúdicas, pícaras o amorosas; los muebles se llenan de detalles e
incrustaciones. Los jardines encierran rincones para esconderse, con juegos de
agua y esculturas. Y los vestidos…
Boucher, El triunfo de Venus, 1740 |
Por supuesto, este espíritu llega también a la Pintura. Si hay que
decorarlo todo, sin dejar ni un espacio libre, y provocar el asombro, ¿qué
hacemos con los cuadros? Bueno, pintamos las paredes y los techos. Ya no se
pintan frescos, sino que se usan telas pintadas y aplicadas en la pared, dentro
de un marco de estuco ya preestablecido. En el Barroco teníamos esos techos
soberbios que superaban los límites de la construcción (lo vimos por aquí) pero
eso ya no interesa: el cuadro en el techo no pretende tanto, sólo es parte de
la decoración.
Piazzetta, La gloria de Sto. Domingo, Iglesia de San Juan y San Pablo, Venecia, sg. XVIII |
¿Es que no hay cuadros independientes? Sí, pero más chicos. No les interesa
lo grandilocuente, lo enorme (salvo excepciones). Por eso, les encantan las
miniaturas: pequeños retratos que te puedas meter en el bolsillo para tener la
imagen de tu amado, de tus seres queridos, tus hijos, siempre a mano (no había
celular, claro).
La pintura era algo personal, para disfrutarla privadamente, en tu casa.
Basta de temas tremebundos: ahora quieren luz, colores claros, escenas que
reflejen la intimidad del hogar, de las personas, de amores inconfesables… Hay
que vivir la vida y dejarse de preocupaciones. Los cuadros del Rococó nos dan
esa impresión: esta gente no tiene problemas (aparentemente).
Watteau, El embarque hacia la isla de Cythera, 1717 |
Watteau (a quien vimos por aquí) fue el más importante exponente del Rococó francés. Fue el impulsor de una nueva clase de pintura costumbrista: las fiestas galantes (fêtes galantes). Grupos de personas pasándola super bien, en medio de un paisaje que sirve de escenario para sus juegos y bailes (vimos algo por aquí con Fragonard). Nada define mejor el espíritu del Rococó que estos cuadros. Da igual quiénes sean los personajes: lo importante es trasmitir esa sensación de que aquí no está pasando nada, todo está OK. Nadie está enfermo, decrépito o anciano.
Watteau, Fiesta veneciana, 1719 |
Aparecen
de nuevo las diosas griegas exuberantes, rodeadas por amorcillos o cupidos. Es
como una vuelta a la utopía del mundo pastoril, en el que los pastores no
tienen otra cosa que hacer que tocar música y disfrutar de la naturaleza; sólo
que ahora estamos cambiando la categoría de los personajes: todos son nobles,
aristócratas, cortesanos…
Boucher, La toilette de Venus, 1746 |
Fragonard, El columpio, 1767 |
Watteau muere muy joven. Su sucesor será Boucher, protegido de Mme. Pompadour, la favorita de Luis XV. ¡Y no hay que olvidarse de Fragonard! (lo vimos por aquí). ¿Qué más Rococó puede haber si no es su “Columpio”? (Y no dejemos de lado a la pintora exquisita por excelencia, Élizabeth Vigée- Lebrun, a quien vimos por aquí.)
La necesidad de plasmar lo íntimo llega incluso a la naturaleza muerta. Esos
cuadros nos mostrarán composiciones que bien podrían ser parte de una mesa de
la época. El gran maestro, sin duda, Chardin.
Chardin, Vaso y jarra, 1760 |
En el paisaje llega una novedad: las “vedute” venecianas. Pronto el Rococó se expande por toda Europa (gracias, también, a que los artistas van de una corte a otra) y en Italia, mejor dicho, en Venecia, artistas como Canaletto, Guardi o Piazzeta, se dedican a pintar vistas de la ciudad a modo de souvenir para los que llegan cumpliendo con el peregrinar del Grand Tour (lo vimos por aquí). Una “vedute” implica una representación (casi) fiel del paisaje. (Vimos a Canaletto por aquí.) Junto a las “vedute” surgen los “capricci” (caprichos), que son paisajes imaginarios aunque verosímiles.
Guardi, La Piazza di San Marco con vista hacia la Basílica, 1760 |
Longhi, El chocolate de la mañana, 1774 |
Longhi, en cambio, se dedicará a la pintura costumbrista (¿te acuerdas de Clara, la rinoceronte?).
Lorenzo Tiepolo, Infante Don Javier de Borbón, 1761, pastel |
Es el siglo de la técnica del pastel tiza (lo vimos por aquí). Muy coherente: un material frágil, sutil, delicado, de colores vaporosos… Los maestros, sin duda: Rosalba Carriera, Liotard, Tiepolo.
Tiepolo recorrerá toda Europa con sus hijos y se quedará en Madrid. Va
dejando su huella por todas partes. En España el Rococó tiene sus propias
características: sus exponentes serán Paret, Meléndez, el primer Goya… Inglaterra,
que durante mucho tiempo estuvo dependiendo de lo que pasaba en el continente,
tiene a Hogarth, muy crítico con la sociedad de su tiempo, y Gainsborough, que
traslada el espíritu festivo francés a las coordenadas inglesas.
Gainsborough, Mr. y Mrs. Andrews, 1750 |
Pero, mientras en las cortes los nobles (y no tanto) se entretenían con las
cacerías, el teatro, el baile, las intrigas y cuanto se te ocurra, fuera del
palacio la cosa no iba tan bien. La crisis económica era tremenda, el lujo de
la corte se pagaba con los impuestos al resto de la población. Eran dos mundos
paralelos que no tenían conexión entre sí. Disfrutemos todo lo que podamos. Es
la época en que se va cocinando a fuego muy lento la toma de la Bastilla, la
Revolución Francesa. Otros aires soplan por América, con la independencia de
Estados Unidos, y de a poco va surgiendo otro tipo de arte, más sobrio y que
rescata los valores de la Antigüedad Clásica. Eso se llamará más tarde el
“Neoclasicismo”, que ya te lo conté alguna vez (pincha aquí).
Fuentes: Conti, F. Cómo reconocer el arte Rococó. Barcelona,
Edunsa, 1993
Laneyrie-Dage, N. Leer la Pintura. Barcelona, Larousse, 2010
Pérez Segura, J. El siglo
XVIII. La razón y sus naufragios. Madrid, Art Duomo, 2016
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