El viaje a Italia
Hackert, Paisaje desde el Palacio Caserta y el Vesuvio, 1793 |
Italia fue desde siempre el destino ideal para el que quisiera aprender
arte. Sabemos que, p.ej., Durero estuvo allí para conocer las nuevas técnicas
artísticas; Poussin vivió casi toda su vida en Roma; Velázquez viajó 2 veces
por encargo del rey; Rubens, lo mismo, y así muchos otros más. Eran casos
aislados, con un interés profesional o diplomático. Pero a partir del sg. XVIII
se produce un fenómeno muy particular: ingleses, franceses, alemanes, pero
sobre todo, los ingleses, peregrinarán a la península en masa (unos 40000 por
año). Muchos de ellos, figuras ilustres, como Goethe, Reynolds, Turner, los
arquitectos R. Adam e Íñigo Jones, el poeta Wordsworth, Stendhal, Dickens,
Byron, Ruskin, Berkeley, Sargent…
Durante mucho tiempo Inglaterra había estado aislada del desarrollo artístico del continente: los pintores de la corte eran extranjeros. A esto hay que agregarle el cisma con la Iglesía Católica de Enrique VIII y la guerra contra España (que dominaba el sur de Italia), con lo cual cualquiera que quisiera viajar hacia allí debía pedir un permiso especial, volver en la fecha indicada (bajo la pena de confiscación de bienes) o correr el riesgo de ser considerado espía. Cuando Inglaterra se convierte en una potencia mundial, estas trabas para viajar ya no importan.
Dumesnil el Joven, Jugadores de cartas en la sala de dibujo (Imagen: Metropolitan Museum of Art) |
El viaje a Italia tenía un fin
educativo: se consideraba parte de la formación del individuo. Era lo que hacía
que alguien se convirtiera en un “virtuoso” o una persona de “buen gusto”. No
había otra manera de conocer las ruinas romanas, las grandes pinturas y
esculturas, salvo por estampas o antiguos libros de viajes. (A todo esto: la
primera guía turística de Italia fue escrita por Richard Lassels, 1640, y habrá
cientos como ésta más tarde.)
Duraba entre 2 y 4 años. Algunos lo aprovechaban para estudiar en grandes universidades: Padua, Boloña, Sorbona, Leipzig, Heidelberg. ¿Quiénes viajaban? Obviamente, gente de dinero; casi todos hombres, aunque ha habido algunas mujeres. Iban acompañados de un séquito de sirvientes, desde cocinero, barbero, guías, maestros de esgrima o de danza, lavanderas, etc. El equipaje era inmenso: llevaban té con la tetera de plata, mantas, alfombras, zapatos de doble suela para los fríos suelos de mármol, avena para el desayuno, mapas que cupieran en el bolsillo, brújulas, diccionarios, acuarelas y pinceles, medicinas, yesca, mostaza, aceite de lavanda (contra las pulgas y chinches de las camas de las posadas), pistolas para defenderse de los bandidos, sábanas, vinagre para desinfectar el agua de las bañeras, regalos para los anfitriones y un gran etcétera.
Los jóvenes iban acompañados de
un tutor, algunos muy ilustres, como John Locke,
Adam Smith o Thomas Hobbes; otros, no lo eran tanto: existen cartas de jóvenes
suplicando a sus padres que les permitan
regresar porque el tutor lo lleva por mal camino o porque no cumple con su
función. Por supuesto, el caso inverso también existe: el de los tutores que se
quejan de que su pupilo, aprovechando la libertad de estar lejos de la familia,
no se dedica a estudiar lenguas, medir ruinas y a pintar paisajes sino a irse
de juerga.
Keate, Cruzando el Monte Cenis, 1755 (British Museum) |
Disponían de unas 120000 libras
anuales, pero no se viajaba con el dinero, por el miedo a los piratas y
ladrones. Se contactaba con bancos locales antes de partir, pero las comisiones
eran tremendas y la transferencia tardaba unas 6 semanas. Entonces se recurría
al cónsul inglés (el más famoso: Joseph Smith, en Venecia) o se pedía prestado
a un compatriota.
Turner, El Puente del Diablo en el San Gotardo, 1804 |
Partían de Dover; algunos
cruzaban el Canal de la Mancha en barco y así hasta Génova, para obviar el
cruce de los Alpes. Otros desembarcaban en Calais y comenzaban un largo viaje
por tierra, con una estadía obligada en París. Algunos en su propio carruaje;
otros lo alquilaban o lo compraban en Francia. Así hasta cruzar los Alpes por
el paso del San Gotardo, del Monte Cenis o del Simplón. En mulas o caballos,
pero gran parte del trayecto en literas acarreadas por 2 sirvientes (con 8 más
de recambio).
Russel, Viajeros ingleses en Roma, 1750 |
Milán era la primera parada: allí
había que ver los dibujos de Leonardo, los Tiziano y los Carracci y asistir a
la Ópera. El destino más deseado era llegar a Venecia. Allí buscaban las obras
de Tiziano, Tintoretto y Veronese. Y por supuesto, vivir el carnaval y pasear en
góndola. Luego, Padua, donde conocían los frescos de Giotto. Más adelante,
Florencia, donde estudiaban las obras de la Galería Uffizi. Seguían a Pisa,
Bologna, Siena… Con gran emoción llegaban a la Ciudad Eterna: allí estudiaban
las ruinas, visitaban las Galerías Vaticanas para conocer a Rafael, la Capilla
Sixtina de Miguel Ángel, la Biblioteca Vaticana, el Coliseo… Roma estaba infestada de ingleses: hasta tal
punto que había cafés y clubes para ellos, donde podían jugar a las cartas o al
billar. La Piazza Spagna era un verdadero ghetto inglés.
Algunos seguían hasta Sicilia y
Nápoles, donde contemplaban la licuefacción de la sangre de San Genaro, subían
al Vesuvio y visitaban las recién descubiertas Pompeya y Herculano.
Canaletto, Panteón de Roma, 1742 Colección Real, Palacio de Windsor |
El regreso muchas veces pasaba
por Alemania, Suiza o los Países Bajos. Por razones políticas no viajaban a
España ni a Grecia o a Turquía. El descubrimiento de estos países será con los
románticos, a principios del sg. XIX.
El equipaje se duplicaba con las
compras de libros, manuscritos, reproducciones de estatuas, grabados, guantes, seda,
porcelana francesa, jabones, encajes, semillas de melón y “zucchini”…. Pero lo
más preciado: cuadros pintados por Pannini, Canaletto, Guardi, Longhi,
Bellotto, Piranesi.
El Grand Tour termina con las
invasiones napoleónicas en 1796. Cuando se reabre el Canal, habrá nuevos
viajeros en busca de arte y cultura.
Tendrá muchísima influencia en
las artes en general: toda la pintura será invadida
por romanos, togas y columnas. Los salones ingleses se llenarán de vedute
venecianas. Así comienza el Neoclasicismo.
¿Y a que no sabes esto? Nuestra
palabra “turista” (con todo lo que hoy significa) nace precisamente del
fenómeno del Grand Tour. Antes de esto, sólo éramos “viajeros”.
Rowlandson, Dos hombres durmiendo en un sofá, 1785 (Imagen: Colección Real de Su Majestad, Reina de Inglaterra) |
Fuentes: Chaney.E. The evolution
of the Grand Tour. London, Frank Cass, 1998
Hibbert, Ch. The Grand Tour. London, Thames Methuen, 1987
Goethe, J.W.
Italienische Reise. Frankfurt a.M., Insel V., 2013
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