Hace calor. Todo el mundo ya se fue de vacaciones
por aquí. Yo no, ya ves. ¿Por ahí estás en invierno o en verano?
Sorolla, Mar y rocas San Esteban, 1903 |
No da ganas de ponerse a escribir cosas densas. Ni tú de leerlas…
Así que, en estos meses en que la actividad
desciende (al menos por este hemisferio), pensé en contarte las historias que
hay detrás de algunos de mis cuadros (“Behind the scenes”, le dicen ahora.)
A veces los cuadros salen espontáneamente: una
idea, una imagen, algo que ves por ahí… Otras, son fruto de una investigación,
de algo que se va gestando de a poco, bosquejos, esquemas, vuelta a pensarlo y
así, hasta que te quedas conforme. En todo ese proceso (“proceso creativo”, que
le dicen) van pasando cosas, anécdotas, que mayormente no se traslucen en lo
que ves en el cuadro, pero forman parte de él de alguna manera, porque yo sé lo
que pasó…
La foto en cuestión... (Imagen: C, del Rosso) |
Pintar puede ser peligroso… Bueno, no como para
perder la vida (aunque te tengo que confesar que una vez casi me atropella un
bus mientras trataba de sacar una foto de la Cordillera de los Andes nevada…).
Pero sí, puede ser peligroso.
Por ejemplo, este cuadro de mi serie de
“Escaparates”, “La joyería”. Es una naturaleza muerta moderna (o “naturaleza quieta"”). En la decoración de los escaparates (¿tú dices “vidriera”?) hay
alguien, que no sabemos quién es, que dispuso los objetos de tal manera que te
llamen la atención. Hay una intención estética, aunque te estén vendiendo algo.
¿Y no hacemos lo mismo los pintores cuando armamos un modelo para pintar?
del Rosso, Las perlas de la joyería, 2007 |
Había una joyería casi en la entrada de un centro
comercial al que íbamos muy seguido. Me llamaba mucho la atención ese color
marrón del fondo, que se volvía naranja con la luz potente, potente para que
relucieran los diamantes. Es que el marrón no es color para una joyería (te conté la simbología del marrón aquí); es más adecuado el violeta o el azul
oscuro (si tienes alguna cerca, fíjate, seguro que están ambientadas en estos
colores). Ese marrón-naranja se convirtió en un imán para mí: cada vez que
pasábamos por ahí miraba qué habían puesto esa vez.
Hasta que aparecieron estas
perlas, este bol de cristal… fascinante. Brillos por todos lados, las perlas
casi translúcidas. Hice algunos bocetos. Pero tenía que sacarle alguna foto, no
podía ponerme a pintar allí mismo. Ay, pero había un guardia de seguridad,
custodiando el local. Y siempre era el mismo. Me miraba con cara de “qué está
haciendo ésta”. Saqué una foto en cuanto me dio la espalda. Y otra, y otra,
hasta que se dio cuenta… y vino hacia mí con cara de pocos amigos. Uno de mis
hijos me dijo: “¡Mamá!!!!!”. Y pensé: “¿Cómo le explico que estoy sacando fotos
por los reflejos, condiciones de luz, el marrón que se vuelve naranja…?” No,
mejor me voy. Chicos, nos vamos. Ya había conseguido lo que quería, tenía mis
fotos, y aquí está el cuadro.
del Rosso, La casa del ángel, 2011 |
Me pasó algo parecido con “La Casa del Ángel”. En
medio de la ciudad, entre edificios altos, había una casona con un jardín
precioso, puertas de hierro forjado… que siempre estaban abiertas, como
invitándote a entrar. Era demasiada tentación: tenía que ver ese jardín. Pero
no sabía con lo que me iba a encontrar, ¿y si era una trampa? Qué miedo. Avancé
por el jardín, me encontré con muebles de jardín de hierro forjado en venta.
Preciosos. Iba sacando fotos. Nadie a la vista. Si están en venta, ¿dónde está
el vendedor? Más allá, una oficinita destartalada y dentro, un personaje, cómo
describírtelo: anónimo, sin vida, con unas gafas enormes y peluquín. Ni una
palabra, inmóvil. Me pareció descortés sacar fotos delante de él. Me fui
lentamente, como si nada, aunque hubiera salido corriendo. De repente, vi este
ángel, enorme. Me di vuelta, él no estaba, clic, foto, ya está. En el cuadro
quise darle protagonismo a ese ángel que custodiaba todo el jardín. La fuente,
llena de flores, tuve que achicarla a propósito, para que no interfiriera con
la figura del ángel.
del Rosso, Bouganvillas al sol, 2006 |
O lo que me pasó con este cuadro (que lo tiene una
amiga muy querida en USA): era la época en la que estudiaba todavía con mi
maestro. Era un día de calor sofocante, pero ahí estábamos, al pie del cañón.
Quise pintar una bouganvilla. Nunca me había imaginado que el color de sus
flores fuera tan difícil de preparar. El profe me dijo con toda la razón:
“¿Cómo quiere pintar una bouganvilla sin tenerla delante? Salga a buscar alguna
por ahí.” ¿Y dónde???? Salí a deambular por ahí, con la esperanza de encontrar
alguna casa con jardín y que, además tuviera esta planta a la vista. Oh,
casualidad, pasa una amiga con su coche, que vivía por ese barrio. Ella se
acordaba de haber visto algunas, fuimos juntas con el coche. No me animé a
sacar la flor sin pedir permiso. Toqué el timbre, salió una señora, le comenté
mi problema. Me gritó, no sé lo que me dijo, y dio un portazo, así, sin más. En
fin, corté la bendita flor y volví a mi clase.
del Rosso, Desierto: Bardenas Reales, 2017 |
O con este cuadro, que surgió de una excursión a
las Bardenas Reales. Es un desierto enorme, en Navarra (España) y se extiende a varias
regiones vecinas. (Seguro que lo has visto en alguna publicidad de coches.)
Quería hacer algún boceto, no sabía si iba a poder volver con mi caballete.
Íbamos con varios niños. ¡Imposible! Hay zonas donde no puedes pisar, pues son
arenas movedizas o es un lugar protegido. Está todo muy bien señalizado, pero
con los niños nunca se sabe… Ellos se subían a las rocas, bajaban, corrían… Y
recuerdo el viento fresco, con una arenilla liviana, que se alzaba como una
nube. No hubiese podido pintar nada en esas condiciones (¡la arena se pega al
óleo!) En fin, no me quedó otra que sacar fotos y prestar atención a los
chicos…
¡Y con este cuadro terminé con una insolación! Es de
la cascada del río San Jerónimo, en Córdoba, Argentina. Solíamos ir de
vacaciones con mis padres hasta allí. Mi padre una vez nos llevó hasta arriba,
con la excusa de que nos quería mostrar un lugar secreto. Nos costó bastante
llegar hasta allí y de repente, la cascada. Uno de esos recuerdos que te quedan de la infancia. Más tarde, quise repetir la experiencia, para poder pintarla:
cuando llegamos arriba era la peor hora de sol y de calor y me valió una
insolación. Ni siquiera el agua fresquita y sonora me salvó…
del Rosso, Cascada del San Jerónimo, 2005 |
¿Te hubieras imaginado que este cuadros tenían
estas historias?
Si pinchas en cada imagen, podrás verlas mejor en
mi página web (salvo el de la bouganvilla de la señora maleducada).
Y, como todos los años, te debo el ranking de los
posts más leídos (a los perdedores te los traigo la próxima):
1) El lujo de otros tiempos: el Palacio Cerralbo, un museo pequeño y poco conocido, es el
ganador de este año.
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