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jueves, 11 de julio de 2019

Pintar puede ser peligroso


Hace calor. Todo el mundo ya se fue de vacaciones por aquí. Yo no, ya ves. ¿Por ahí estás en invierno o en verano?


Sorolla, Mar y rocas San Esteban, 1903

No da ganas de ponerse a escribir cosas densas. Ni tú de leerlas…


Así que, en estos meses en que la actividad desciende (al menos por este hemisferio), pensé en contarte las historias que hay detrás de algunos de mis cuadros (“Behind the scenes”, le dicen ahora.)

A veces los cuadros salen espontáneamente: una idea, una imagen, algo que ves por ahí… Otras, son fruto de una investigación, de algo que se va gestando de a poco, bosquejos, esquemas, vuelta a pensarlo y así, hasta que te quedas conforme. En todo ese proceso (“proceso creativo”, que le dicen) van pasando cosas, anécdotas, que mayormente no se traslucen en lo que ves en el cuadro, pero forman parte de él de alguna manera, porque yo sé lo que pasó…

La foto en cuestión... (Imagen: C, del Rosso)
Pintar puede ser peligroso… Bueno, no como para perder la vida (aunque te tengo que confesar que una vez casi me atropella un bus mientras trataba de sacar una foto de la Cordillera de los Andes nevada…). Pero sí, puede ser peligroso.




















Por ejemplo, este cuadro de mi serie de “Escaparates”, “La joyería”. Es una naturaleza muerta moderna (o “naturaleza quieta"”). En la decoración de los escaparates (¿tú dices “vidriera”?) hay alguien, que no sabemos quién es, que dispuso los objetos de tal manera que te llamen la atención. Hay una intención estética, aunque te estén vendiendo algo. ¿Y no hacemos lo mismo los pintores cuando armamos un modelo para pintar? 

del Rosso, Las perlas de la joyería, 2007

Había una joyería casi en la entrada de un centro comercial al que íbamos muy seguido. Me llamaba mucho la atención ese color marrón del fondo, que se volvía naranja con la luz potente, potente para que relucieran los diamantes. Es que el marrón no es color para una joyería (te conté la simbología del marrón aquí); es más adecuado el violeta o el azul oscuro (si tienes alguna cerca, fíjate, seguro que están ambientadas en estos colores). Ese marrón-naranja se convirtió en un imán para mí: cada vez que pasábamos por ahí miraba qué habían puesto esa vez. 

Hasta que aparecieron estas perlas, este bol de cristal… fascinante. Brillos por todos lados, las perlas casi translúcidas. Hice algunos bocetos. Pero tenía que sacarle alguna foto, no podía ponerme a pintar allí mismo. Ay, pero había un guardia de seguridad, custodiando el local. Y siempre era el mismo. Me miraba con cara de “qué está haciendo ésta”. Saqué una foto en cuanto me dio la espalda. Y otra, y otra, hasta que se dio cuenta… y vino hacia mí con cara de pocos amigos. Uno de mis hijos me dijo: “¡Mamá!!!!!”. Y pensé: “¿Cómo le explico que estoy sacando fotos por los reflejos, condiciones de luz, el marrón que se vuelve naranja…?” No, mejor me voy. Chicos, nos vamos. Ya había conseguido lo que quería, tenía mis fotos, y aquí está el cuadro.


del Rosso, La casa del ángel, 2011
Me pasó algo parecido con “La Casa del Ángel”. En medio de la ciudad, entre edificios altos, había una casona con un jardín precioso, puertas de hierro forjado… que siempre estaban abiertas, como invitándote a entrar. Era demasiada tentación: tenía que ver ese jardín. Pero no sabía con lo que me iba a encontrar, ¿y si era una trampa? Qué miedo. Avancé por el jardín, me encontré con muebles de jardín de hierro forjado en venta. Preciosos. Iba sacando fotos. Nadie a la vista. Si están en venta, ¿dónde está el vendedor? Más allá, una oficinita destartalada y dentro, un personaje, cómo describírtelo: anónimo, sin vida, con unas gafas enormes y peluquín. Ni una palabra, inmóvil. Me pareció descortés sacar fotos delante de él. Me fui lentamente, como si nada, aunque hubiera salido corriendo. De repente, vi este ángel, enorme. Me di vuelta, él no estaba, clic, foto, ya está. En el cuadro quise darle protagonismo a ese ángel que custodiaba todo el jardín. La fuente, llena de flores, tuve que achicarla a propósito, para que no interfiriera con la figura del ángel.


del Rosso, Bouganvillas al sol, 2006
O lo que me pasó con este cuadro (que lo tiene una amiga muy querida en USA): era la época en la que estudiaba todavía con mi maestro. Era un día de calor sofocante, pero ahí estábamos, al pie del cañón. Quise pintar una bouganvilla. Nunca me había imaginado que el color de sus flores fuera tan difícil de preparar. El profe me dijo con toda la razón: “¿Cómo quiere pintar una bouganvilla sin tenerla delante? Salga a buscar alguna por ahí.” ¿Y dónde???? Salí a deambular por ahí, con la esperanza de encontrar alguna casa con jardín y que, además tuviera esta planta a la vista. Oh, casualidad, pasa una amiga con su coche, que vivía por ese barrio. Ella se acordaba de haber visto algunas, fuimos juntas con el coche. No me animé a sacar la flor sin pedir permiso. Toqué el timbre, salió una señora, le comenté mi problema. Me gritó, no sé lo que me dijo, y dio un portazo, así, sin más. En fin, corté la bendita flor y volví a mi clase.

del Rosso, Desierto: Bardenas Reales, 2017
O con este cuadro, que surgió de una excursión a las Bardenas Reales. Es un desierto enorme, en Navarra (España) y se extiende a varias regiones vecinas. (Seguro que lo has visto en alguna publicidad de coches.) Quería hacer algún boceto, no sabía si iba a poder volver con mi caballete. Íbamos con varios niños. ¡Imposible! Hay zonas donde no puedes pisar, pues son arenas movedizas o es un lugar protegido. Está todo muy bien señalizado, pero con los niños nunca se sabe… Ellos se subían a las rocas, bajaban, corrían… Y recuerdo el viento fresco, con una arenilla liviana, que se alzaba como una nube. No hubiese podido pintar nada en esas condiciones (¡la arena se pega al óleo!) En fin, no me quedó otra que sacar fotos y prestar atención a los chicos…











¡Y con este cuadro terminé con una insolación! Es de la cascada del río San Jerónimo, en Córdoba, Argentina. Solíamos ir de vacaciones con mis padres hasta allí. Mi padre una vez nos llevó hasta arriba, con la excusa de que nos quería mostrar un lugar secreto. Nos costó bastante llegar hasta allí y de repente, la cascada. Uno de esos recuerdos que te quedan de la infancia. Más tarde, quise repetir la experiencia, para poder pintarla: cuando llegamos arriba era la peor hora de sol y de calor y me valió una insolación. Ni siquiera el agua fresquita y sonora me salvó…

del Rosso, Cascada del San Jerónimo, 2005


¿Te hubieras imaginado que este cuadros tenían estas historias?

Si pinchas en cada imagen, podrás verlas mejor en mi página web (salvo el de la bouganvilla de la señora maleducada).


Y, como todos los años, te debo el ranking de los posts más leídos (a los perdedores te los traigo la próxima):

5) Preguntas inadecuadas: cosas que me pasan por ser pintora.







4) Un día con los rusos: una visita a las exposiciones de la Fundación Mapfre y el Museo Thyssen.










3) Las pantuflas: un cuadro muy curioso de Hoogstraten.












2) Sombras díscolas: analizamos el cuadro de Remedios Varo, El fenómeno.











1) El lujo de otros tiempos: el Palacio Cerralbo, un museo pequeño y poco conocido, es el ganador de este año.






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