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jueves, 17 de octubre de 2024

Nos falló el catering

 

Rousseau El Aduanero, Los flamencos, 1907


Picasso y Rousseau el Aduanero


1908: Picasso está en París, malviviendo con Fernande en el Bateau-Lavoir. La bohemia de París. Un malagüeño en la Ciudad Luz.

El Bateau-Lavoir era un edificio destartalado en Montmartre, el que, por adición de escaleras y habitaciones poco salubres, se convirtió en conjunto de talleres y refugio para los artistas extranjeros recién llegados. Ni siquiera tenían agua; menos, calefacción. Le pusieron ese nombre porque parecía uno de esos barcos que hacían de lavaderos en el Sena. (Hoy sólo queda la fachada y planta baja; el piso superior se incendió en los ’70.)

Bateau-Lavoir en 1910


Allí se reunían artistas jóvenes de todo tipo, sin un duro, pero con muchas ganas de pintar y de disfrutar de la vida. Por allí pasaban Ramón Pichot, Apollinaire, Max Jacob, Durio, Modigliani, Matisse, Gauguin, Zuloaga, Canals, Braque, Vlaminck, van Dongen, Juan Gris, Brancusi, Léger, Dérain, Duffy… ¡Imagínate a todos éstos juntos: esas reuniones eran la Historia del Arte viva!

Picasso, Las señoritas de Aviñón, 1907


Picasso andaba investigando. Buscaba un camino diferente. Se inspiraba en las soluciones de Cézanne al volumen y en las máscaras africanas. El período azul, resultado de su tristeza por la muerte de su amigo Casagemas. Ya estaba experimentando con colores cálidos: el llamado “período rosa”. “Las señoritas de Aviñón” ya estaban listas, pero escondidas en un rincón: a Picasso le costó digerir lo que había hecho. Las expuso años después. En ese cuadro había demasiadas vías abiertas (y desconcertantes).

Rousseau el Aduanero, Retrato de una mujer,
1895

Un día descubrió este cuadro de aquí arriba en la tienda de Soulier, a quien le dejaban los dibujos para sacar un poco de plata, y lo compró por 5 francos. El vendedor le aconsejó reciclarlo, pintarlo por encima. Era de Rousseau, el Aduanero (lo vimos por aquí, ¿te acuerdas?). Por supuesto, Picasso no lo compró con ese fin. Algo le llamó la atención. ¿Qué fue lo que lo sorprendió? El Aduanero no era un desconocido. No era lo que se dice un influencer o un líder de algún movimiento. Era un personaje tímido, pasaba desapercibido, pero su nombre sonaba por ahí: había expuesto 3 cuadros en el Salón de 1905; sí, el mismo en el que participaron los fovistas.

Rousseau El Aduanero, La musa que inspira
al poeta, Apollinaire y Marie Laurencine, 1909


Rousseau era el representante de lo ingenuo, de lo primitivo. Era autodidacta, pintaba como le salía, sin teorías limitantes. Picasso vio eso: buscaba ese arte incontaminado, el volver a empezar (como Gauguin, pero ésa es una historia que te conté por aquí). En sus obras posteriores se adivinan, muchas veces, la influencia de Rousseau. Picasso guardó toda su vida ese retrato y, de hecho, pertenece a la colección del Museo Picasso de París.

Picasso, Naturaleza muerta con
jarra, 1919


Lo llevó al Bateau-Lavoir y a Apollinaire se le ocurrió hacerle un homenaje al Aduanero. Un poco en broma; otro poco, en serio. Una excusa para hacer una fiesta y pasarlo bien.

Picasso, Gertrude Stein, 1905


Enviaron invitaciones a casi 30 personas, entre ellas, a los hermanos Stein (los primeros mecenas de Matisse y Picasso). Corrieron los muebles que estaban amontonados por aquí y por allá y colocaron una mesa larga, de tablones. El cuadro de Rousseau, en su lugar de honor, y una silla como trono para el homenajeado. Banderines y farolillos por todas partes y un cartel con la leyenda “Honor a Rousseau”.

Picasso, Fernande Olivier con 
pañuelo, 1906

Pero, oh, tienen las bebidas y no hay comida: encargaron el catering para el día equivocado. Ningún problema. El vino era el suficiente como para alegrar la fiesta. Fernande se puso a la obra, consiguió algunas latas de sardinas y preparó un “arroz a la valenciana” (léase: “paella” hecha por una francesa) en la cocinita de un taller del mismo edificio.

Rousseau el Aduanero,
Autorretrato con lámpara, 1903


Finalmente, llegó Rousseau, muy emocionado por la recepción. Llegó con su violín y así puso a bailar a todos. Apollinaire improvisó un poema. La fiesta fue larga, nadie sabe a qué hora terminó. Dicen que Rousseau se dormía; se despertaba, volvía a tocar el violín y de nuevo. A la madrugada, Picasso lo metió en un coche de vuelta a casa. Cuentan que el homenajeado le agradeció la celebración: había sido el día más feliz de su vida. Quizás no le importó el tono de burla del resto. Sabía que Picasso lo admiraba. Y cuentan que le dijo:

Picasso, usted y yo somos los más grandes pintores de nuestro tiempo: usted, en el estilo egipcio; yo, en el moderno.” (Citado por Penrose, pag. 145)

Rousseau el Aduanero, Autorretrato
con paisaje, 1890


Rousseau murió dos años después, en la miseria. Fue enterrado dignamente, gracias a la caridad de sus amigos. Al funeral sólo fueron 7 personas y, por supuesto, ninguno de los que habían participado en la fiesta.

Picasso atesoró en su colección el “Retrato de una mujer”. El primitivismo de Rousseau, el arte egipcio, las estatuas africanas, la fragmentación de las superficies de Cézanne, todo eso junto, fue la mezcla perfecta para dar paso a lo que después se llamó “Cubismo”.


Fuentes: Penrose, R. Picasso. Berkeley, University of California Press, 1981

Stabenow, C. Rousseau. Kölln, Taschen, 2018

 

 

 

 

 

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