Picasso, Las señoritas de Aviñón, 1907 |
Mira que Picasso hizo unos cuantos remakes, de Las Meninas,
del Rapto de las Sabinas, del Almuerzo sobre la hierba de Manet, de los
retratos de Rembrandt, El Greco y Hals, de Las mujeres de Argel… pero de
La Gioconda, nada.
Raro, porque, conociéndolo, hubiese querido descubrir el secreto de
Leonardo. ¿O es que no le interesaba este genio del Renacimiento? ¿Se
consideraba a sí mismo más que él? ¿O menospreciaba a la Mona Lisa? ¿Sería que
los retratos de sus sucesivas mujeres ya le valían como su Gioconda? Hmm,
no: creo que la cosa va por otro lado. Leonardo le traía malos recuerdos (o
sentimiento de culpa, quizás).
Tenemos que viajar hasta 1911, al Louvre y al lastimoso suceso del robo de La
Gioconda. (Te lo conté hace mucho por aquí y por aquí.)
Picasso, Retrato de Fernande con pañuelo, 1906 |
Picasso vivía en París, mejor dicho: en Montmartre, en un lugar destartalado, sucio, sin cocina ni baño, al que llamaron el Bateau-Lavoir. Era un edificio de mala muerte en la que los artistas muertos de hambre iban y venían. No tenían buena fama. Eran los antisistema, los iconoclastas, los desfachatados y los sinvergüenzas, todo junto. La gente los llamaba “la banda de Picasso”. Fernande Olivier era la compañera de esa etapa de infortunio, de la pobreza, y eran felices.
Modigliani, Retrato de Apollinaire, 1915 |
Uno de los integrantes de la pandilla era Guillaume Apollinaire, uno de los más grandes poetas modernos, inclasificable (¿simbolista o surrealista?). Fue el que ideó los caligramas, poemas dibujados con la tipografía de la máquina de escribir (¡qué antigualla…! ¿Alguna vez hiciste un dibujo con estas máquinas?).
Apollinaire, Caligrama |
Fue el que bautizó al Surrealismo como tal. En fin, Apollinaire era díscolo: no aceptaba las normas de la Academia, de la tradición, ni siquiera las reglas de la gramática… Había que matar al “padre”, o mejor dicho, a los grandes maestros del Arte. Había que empezar todo de nuevo, los museos no sirven para nada y tienen que desaparecer. Bueno, tú puedes despotricar todo lo que quieras contra los genios del arte, en tanto y en cuanto no te conviertas en sospechoso de un robo en un museo, ¿no te parece?
Apollinaire había contratado a un belga, un tal Géry-Pieret, como secretario. Este señor era otro extravagante, por decirlo de una manera elegante, que hacía lo que se le daba la gana y desafiaba a todo lo establecido, con la excusa de que eran puras bromas. En 1907 llega con estas 2 estatuas ibéricas y se las ofrece a Apollinaire. Las había robado del Louvre. Era demasiado fácil: no había vigilancia de ningún tipo. “¿Te traigo algo del Louvre?”, decía siempre con ironía. El poeta se las ofreció a Picasso, quien estaba investigando las antiguas culturas europeas. Picasso se las compra a Géry por 50 francos. Muchos años más tarde, comentó que la inspiración de los rostros de las damas de la derecha de “Las señoritas de Aviñón” tienen que ver con estas estatuillas. O sea, con el comienzo del cubismo (lo vimos por aquí).
Pasaron los años. Picasso dejó a “Las señoritas…” arrumbado, junto con
otros tantos lienzos, en el caos del Bateau-Lavoir. No terminaba de
asimilar lo que había hecho, adónde había llegado y cuál era el camino a
seguir.
Rousseau el Aduanero, La musa que inspira al poeta, Apollinaire y Marie Laurencine, 1909 |
Picasso, Autorretrato, 1907
Apollinaire y Picasso no saben qué hacer. Las meten en una maleta, con la
intención de arrojarlas al Sena, pero no se atreven y dan vueltas y vueltas por
las calles durante la noche, sin llegar a tomar una decisión. Finalmente, son
entregadas en el Paris Journal. ¿Quién? No se sabe. Fernande dice que
fue Apollinaire; éste dice que fue Picasso y el diario, que fue “un pintor
aficionado”. Entretanto, Géry vuelve, le pide dinero a Apollinaire para poder
huir; éste le compra un pasaje de tren a Bruselas y lo acompaña a la estación.
Para la policía ya era evidente que Apollinaire había robado La Gioconda
y el 7 de septiembre es apresado. ¿Quién era el “pintor aficionado”?
Apollinaire confiesa en el interrogatorio que era Picasso, pero que éste no sabía que eran del Louvre
(tienen la identificación en la base), con todo el afán de protegerlo.
Picasso, Amistad, 1907
Dos días después, la policía pide a Picasso que se presente para un
interrogatorio. No tiene idea de que su amigo está en prisión. Los carean a los
2, frente a frente: se contradicen, lloran pidiendo su libertad. Apollinaire dice que sabía de las andanzas de Géry y que le había dado trabajo como secretario (y, por lo tanto, era cómplice).
Picasso, en cambio, dijo que no conocía al poeta, que no sabía nada del asunto
y menos, que esas estatuas eran robadas. Apollinaire se sintió traicionado. Cuando
Géry se entera de todo esto, manda una carta al diario, confesándolo todo.
Apollinaire sale de prisión a la semana, con mucha vergüenza, pues hasta ese
momento había sido el único arrestado por el caso de La Gioconda.
Picasso se angustió y pensaba que lo seguían vigilando: salía sólo de noche y
en taxi; cambiaba de taxi en medio del trayecto. Después de todo, los 3 eran
extranjeros y podían deportarlos.
Sin embargo, la policía tenía otro problema más gordo entre manos: la Gioconda
seguía desaparecida.
Picasso, Cabeza de mujer,
Fernande, 1909
El poeta y el pintor siguieron siendo amigos, pero ya no era como antes.
Este suceso marcó el fin de la relación con Fernande y lo mismo pasó con la
amante de Apollinaire: las dos mujeres no aguantaron estar metidas en el medio
de un escándalo público. Cuando en 1916 el poeta se casó con otra mujer,
Picasso fue uno de los testigos. Apollinaire murió en 1918.
Picasso no volvió a hablar del tema. Pero, en 1959, en una entrevista
confesó que no se había portado bien con su amigo.
Picasso, Florero, vasija y limón,
1907
“Cuando el juez me preguntó: ‘¿Conoce a este caballero?’, de repente me
sentí terriblemente asustado y, sin saber lo que decía, respondí: ‘Jamás he
visto a este hombre’. Vi cómo le cambiaba la expresión de Guillaume, cómo la
sangre desaparecía de su rostro. Aún me avergüenzo.” (1)
Este suceso se lo conoce como el “affaire des statuettes”.
Por eso te decía: Picasso, seguramente, no quería saber más nada con la
Mona Lisa…
(1) Citado
en Scotti, pág. 129.
Fuentes: Penrose, R. Picasso.
Berkeley, University of California Press, 1981
Scotti, R.A. El robo de la sonrisa.
Madrid, Turner, 2010
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