Carel Fabritius y
su jilguero
Este jilguero se salvó de una explosión. Así como lo ves. Precioso, ¿no?
Autorretrato, 1654
Lo pintó un tal Carel Fabritius. ¿Lo conoces? Fue un pintor holandés del
sg. XVII, discípulo y asistente de Rembrandt, nada más ni nada menos. Nació en
1622 y murió en una mañana fatídica, un 12 de octubre de 1654.
Se casó muy bien, con la hija de un comerciante que tenía muchas
propiedades. Ésta murió al dar a luz a su 3er hijo; el resto de sus vástagos
murió a corta edad. Se volvió a casar y, como su señora era de Delft, se mudaron
a esa ciudad en 1650. ¿Te acuerdas de Vermeer y su Vista de Delft? (Lo vimos por aquí.) Bueno, pueblo chico, infierno grande, se dice: seguro que los
dos se conocían o se cruzaron por ahí. Algunos dicen que fue maestro de
Vermeer, pero, aunque no hay casi nada de documentación de ambos por igual, las
fechas no dan.
Fue un pintor renombrado. Sus primeras obras tienen mucha influencia de su
maestro: atmósferas oscuras, temas religiosos o mitológicos… No sabemos por qué
su estilo cambia y se vuelve más luminoso. Fue un estudioso de la perspectiva:
se sabe que había construido varias “cajas de perspectiva” (lo vimos por aquí).
Se supone que quedan 6, repartidas por el mundo, pero vaya a saber si realmente
las hizo él. Usaba lentes como auxiliar de composición; sin embargo, Rembrandt,
no. No lo aprendió de su maestro.
Fabritius, Vista de Delft, 1652
Fabritius, El guardia de la torre,
1654
Por lo que te voy a contar más abajo, no tenemos muchas pinturas suyas. Quizás,
entre 8 y 15 pueden considerarse de su autoría. Lo mismo que pasa con Vermeer.
La lista de sus cuadros cambia todo el rato, según quién la revise. A veces ha
aparecido su firma después de restaurar una pintura, debajo de capas de
barnices y mugre. Si no está firmado, ahí comienzan las dudas y las
atribuciones: que sí, que no.
En fin, esa mañana del 12 de octubre de 1654 Fabritius estaba pintando en
su taller el retrato de Simon Decker, el diácono de la Oude Kerk (“Iglesia
Vieja”), que estaba posando para él, mientras su asistente y alumno, Mattias
Spoor, lo ayudaba con los pinceles y mezclas de colores.
Su casa estaba cerca del cuartel general de las milicias de la ciudad y del
antiguo convento de las clarisas, que en ese momento se había reconvertido en
almacén de municiones. La guerra contra España había terminado en 1648 y se
habían metido de nuevo en otra guerra, esta vez, contra Inglaterra; el
conflicto había terminado hacía unos pocos meses. El administrador del
polvorín, a eso de las 10.15, bajó al sótano con su farol para revisar el
estado de la pólvora. Aparentemente, una chispa del farol cayó sobre ella y
media ciudad voló por los aires, dejando un hoyo de 5 m de profundidad. Allí
había almacenadas casi 30 toneladas de pólvora. El estruendo se oyó a cientos
de kilómetros. No se sabe cuántos muertos hubo, aunque se dice que fueron más
de 100. La casa de Fabritius también voló por los aires: el pintor fue
rescatado de entre los escombros con vida, pero falleció en el hospital. Su
cliente, su asistente, su cuñado y su suegra también murieron. ¿Y su señora? No estaba en casa: era día de mercado y estaba haciendo la compra.
Van den Eeckhout, Después de la explosión, en Delft, 1654 |
Es por esta razón que no quedan casi cuadros de este pintor: fueron
destruidos por la explosión. Los que se salvaron fue porque no estaban en su
taller. De hecho, había pintado varios murales en la ciudad y también
desaparecieron. Salvo uno, que estaba en una fábrica de cerveza, cuya dueña, al
vender el edificio, pidió llevarse esa pared (también inubicable).
van der Poel, Después de la explosión en Delft, 1654
¿Y el jilguero?
Es un cuadrito chico, de 33 x 23 cm, al óleo, sobre una tabla de madera de
8 mm de espesor. Representa a este pájaro en tamaño real, para ser visto desde
abajo (perspectiva di sotto in su, como decían los italianos). Es muy
colorido y está pintado con mucha textura. Los jilgueros en esa época eran
mascotas muy queridas, porque se creía que traían fertilidad y abundancia: es
por eso que aparece atado con una cadena a la caja.
El cuadro está firmado por Fabritius en la franja inferior y le pone la
fecha: 1654. O sea, es uno de los últimos cuadros que pintó. Y también plantea
otros interrogantes. Si te fijas, quedan las huellas de un marco en los bordes.
Están las marcas de los clavos. Fabritius retocó esa parte con blanco. En el
reverso están también los agujeros de los colgadores. A los críticos todo esto
les llama la atención: piensan que fue parte de una pieza de madera más grande.
Proponen que haya sido la puerta de un nicho o armario o bien, parte de una
persiana. Existía la costumbre de colocar sobre el lado exterior de éstas
cuadritos de jilgueros para desear la buena fortuna a los que pasaban por ahí.
Mira este cuadro de Steen (hablamos una vez de él por aquí), como para que te
des una idea.
El otro detalle, y quizás el más importante, es que la pintura tiene
pequeñas abolladuras, que no son parte de craquelado, sino que fueron hechas
mientras la pintura estaba fresca. Suponen que son las huellas de los escombros
que impactaron sobre el cuadro en el momento de la explosión.
van der Poel, La explosión del polvorín en Delft, 1654
El jilguero se salvó del desastre. ¿Cómo llegó a nosotros? ¿Quién lo
rescató de entre las ruinas? No se sabe cómo fue encontrado, adónde fue a
parar. Apareció en una colección en Bruselas, allá por 1861. Qué pasó con este
pájaro durante esos 2 siglos, nadie lo sabe. Desde 1896 pertenece a la
colección de la Mauritshuis.
Fabritius, Retrato de joven, s.f.
Ésta es la historia de Carel Fabritius. Fue un pintor revolucionario:
reinterpretó la luz y la representación del espacio; determinó, con sus
estudios de perspectiva, cómo debían pintarse los interiores. En este sentido,
tuvo una influencia tremenda en sus colegas. Vermeer siguió desarrollando sus
ideas.
Su vida terminó abruptamente esa mañana, mientras estaba pintando, y sus
cuadros desaparecieron con él. Hoy en día sólo es un nombre conocido entre
entendidos. Sin embargo, su jilguero sigue dando testimonio de la maestría del
artista que lo creó. Y, después de tantos siglos y con esas marcas en la
pintura, nos recuerda que es un sobreviviente de la explosión del polvorín de
Delft.
Fuentes: Binstock, B. Vermeer’s family secrets. New York,
Routledge, 2009
Snyders, L.J., El ojo del observador. Barcelona,
Acantilado, 2017
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