Hackert, Erupción del Vesuvio, 1774 |
El Grand Tour a la alemana
¡Felicítame! Terminé de leer “El
viaje a Italia” de Goethe, después de 7 años… (Por supuesto, en todo ese tiempo
leí otras cosas…ya lo sabes.)
Hace un tiempo, allá por el 2015 me puse a investigar sobre el Grand Tour para contártelo en este blog. (Si te lo perdiste, lo tienes aquí.) Entre todas las lecturas, vi que Goethe, el gran Goethe, también había sido uno de esos viajeros y compré su libro “El viaje a Italia”, para leerlo y comentártelo. Eso fue hace 7 años. Libro de casi 800 páginas, en papel biblia, formato de bolsillo. Atemorizante. No sé qué decirte, si me fue peor con Goethe o con el diario de Delacroix… (lo vimos aquí y aquí). Pero, bueno, me lo tomé como un desafío y comencé a leerlo con mucho entusiasmo. A ver qué cuenta este hombre.
Vernet, Vista de Nápoles con el Vesuvio, s.f. |
Pero no, se me hizo larguísimo.
Imposible de digerir. Un horror. Hasta tal punto que para obligarme a leerlo me
lo llevaba a las consultas médicas, para hacer más ¿llevaderas? las horas de
espera. Cuando entraba al consultorio, no faltaba el doctor que me preguntara:
“¿Qué está leyendo?” (y encima, en alemán). Pero iban pasando los años y yo
seguía llevando el mismo libro… y los médicos se reían de mí. Incluso lo llevé
a la piscina, para leer mientras tomaba sol (se mojó un poco, te confieso, pero
a estas alturas ya me daba igual). En fin, una pesadez. Pero no me iba a ganar.
A testaruda no me gana nadie. Me propuse terminarlo y lo logré, eso sí, después
de unos 7 años… Bueno, ya sabes, no fue lo único que leí durante todo este
tiempo, pero éste estaba siempre ahí, desafiándome.
Goethe, La solfatara de Pozzuoli, 1787 |
Después de esta introducción
sobre mi experiencia con este sabio alemán, ya no querrás saber nada de él,
¿no? No me malentiendas: el libro es soporífero, pero tiene gran valor
testimonial.
Goethe relata sus experiencias de
su viaje a Italia (1786-1788) y detalla día a día sus peripecias (vamos, que
era un incordio llegar a Italia desde Alemania), sus encuentros con
personalidades y su recorrido por toda la península, asombrándose ante la
idiosincrasia tan peculiar de los lugareños (choque cultural: Italia vs.
Alemania). Era un hombre cultísimo, con una capacidad tremenda de trabajo:
pensador, escritor, melómano, naturalista y hasta se animó con el dibujo, la
acuarela y los rudimentos de la escultura.
Goethe, Erupción del Vesuvio, sg. XVIII |
No te voy a contar ahora todo el
libro, aunque en algún momento volveré a él para traerte alguna anécdota
interesante.
Goethe viaja por toda Italia. Se
encuentra con amigos alemanes, artistas, músicos, intelectuales… todos en la
misma que él, en la búsqueda de ese saber que atesora Italia. Por supuesto, es
muy bien recibido por Angelika Kauffmann (te lo conté aquí). Se detiene unos
meses en el sur, Nápoles y Sicilia. Pero Roma, ¡oh, Roma! Y Venecia. Pero no,
Roma, la Ciudad Eterna, es la preferida. Para él este viaje significó un nuevo
nacimiento. Sabe que a su regreso él ya no será el mismo.
Goethe, San Pedro, Roma, sg. XVIII |
La verdad, no sé por dónde
empezar. Hay unos cuantos sucesos interesantes para contar.
Una de las grandes experiencias
de Goethe fue conocer el Vesuvio. Ya te conté que se largó a conocer el sur de
Italia; no iba solo, lo acompañaba Tischbein, un pintor alemán que vivió mucho
tiempo en Roma y que pintó este retrato de Goethe. Hacía unos 40 años que se
había descubierto Pompeya y Herculano (en 1748 y 1738, respectivamente) y,
estando en Italia, no podía dejar de ver esas ciudades, congeladas en el
tiempo, con sus propios ojos.
Tischbein, Goethe en la campiña romana, 1787 |
El Vesuvio. Su lava había
sepultado a esas 2 ciudades en el 79 d.C. Aún hoy es un volcán activo. Nuestro
protagonista pasea por los campos de Nápoles, admira los olivares, los viñedos…
y el volcán siempre está ahí. A veces, descansando; otras veces, exhalando una
nube de vapor con violencia.
Goethe, El Vesuvio, sg. XVIII |
El 2 de marzo de 1787 sube al
Vesuvio junto con Tischbein. Suben montados en mulas, andando entre viñedos.
Más arriba, a pie, pisando por encima de la lava de siglos, ya cubierta con
musgo. La cima estaba coronada por nubes. Y alcanzan finalmente el cráter,
lleno de nueva lava, de hacía 2 meses y medio (¿nunca está tranquilo este
volcán?) y otro poco, de 5 días atrás, ya fría. Se encuentran con pequeñas
colinas volcánicas y emanaciones de vapor por todas partes. Sin embargo, él
quería ir más allá, más cerca del cráter.
Jones, El Vesuvio desde la torre de L'Annunziata, 1783 |
“Nos metimos en el vapor
aproximadamente unos 50 pasos hasta que se volvió tan fuerte, que apenas podía
ver mis zapatos.”
El pañuelo tapando la boca no
ayudaba, el guía había desaparecido en medio del vapor y eso de caminar entre
las rocas y no ver nada, los hizo regresar, aunque con ganas de repetir la
experiencia en un día más apropiado.
“Sin embargo, la montaña estaba
muy quieta.”
El 6 de marzo escribe:
“Aunque contra su voluntad, pero
por leal compañerismo, Tischbein me acompañó al Vesuvio.”
Dahl, El Vesuvio en erupción, 1826 |
A Tischbein, el pintor de figuras
y paisajes bellos, todo ese amontonamiento de piedras, que anuncian desgracias,
no le interesaban en lo más mínimo, pero lo acompañó de todas maneras.
Los esperan 2 guías al pie de la
montaña. Cada uno de ellos lleva un cinturón de cuero con una correa a la que
nuestros viajeros tienen que amarrarse firmemente para que los guías los vayan
arrastrando hacia arriba. (¿Qué pensarían entretanto estos guías?) La ascensión
no fue fácil: el volcán arrojaba piedras y cenizas, tronaba dentro de él, a
intervalos regulares, con pausas. Un espectáculo “fantasmagórico”, al decir de Goethe. Algunas
piedras volvían al cráter; la mayoría caía sobre la ladera rompiéndose en
trozos y provocando un ruido atronador. Y todo en medio de cenizas.
“Tischbein se sentía cada vez más
de mal humor, pues ese monstruo, no conforme con ser espantoso, quería volverse
aún más peligroso.”
(Ya te digo, no sé qué estaban
haciendo éstos ahí…)
Goethe, Ruinas de un templo, s.f. (lápiz, tinta y acuarela) |
Bueno, pero Goethe quería seguir.
Pensaba que podían ascender entre 2 erupciones y luego poder bajar. Le sugirió
a los guías detenerse bajo una roca y poder tomar el picnic que se habían
llevado. Entretanto, estaban en medio de una nube de cenizas y no podían ver
nada. Y sin darse cuenta llegan al borde de un acantilado. De nuevo, el trueno
de la erupción, lluvia de piedras y cenizas. Pasó el peligro, pero estaban
cubiertos por la ceniza de pies a cabeza.
A él sólo le interesaba
investigar la lava. Uno de los guías podía identificarlas según sus años.
Piedras volcánicas recogidas por Goethe, Goethe u. Schiller Archiv, Klassik Stiftung Weimar |
Pudieron bajar sin problemas.
Y 2 meses después, llegó el
momento de dejar Nápoles, volver a Roma, en barco (el mar no le sentaba muy
bien a nuestro sabio, parece). El Vesuvio seguía ahí, imponente. Iba con Kniep,
otro artista alemán, quien se dedicaba a pintar vistas de Italia y muy amigo de
Tischbein, que fue el que los presentó a los 2.
Kniep, Vista del Vesuvio, sg. XVIII |
“Veíamos el Vesuvio, coronado por
una tremenda nube de vapor, de la cual una larga nube se dirigía hacia el
oeste, en tanto que podíamos presuponer una erupción muy fuerte.”
Kniep se quejaba de no ser capaz
de poder plasmar con sus colores todo eso que veían. Sin embargo, Goethe lo
convenció de que lo intentara: Kniep sacó su lápiz y dibujó el paisaje, que
luego coloreó, y fue el ejemplo de que “la representación pictórica hace
posible lo imposible”.
Kniep, Bahía de Nápoles con el Vesuvio, 1787 (acuarela y tinta) |
Kniep, Paisaje con árbol y volcán humeante, 1787 |
Vedi Napoli e poi morire…
Fuente:
Goethe, W. Italienische Reise. Berlin, Insel V., 2013
(traducción:
C. del Rosso)
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