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jueves, 7 de abril de 2022

¡Al fin lo terminé!

Hackert, Erupción del Vesuvio, 1774


 El Grand Tour a la alemana

¡Felicítame! Terminé de leer “El viaje a Italia” de Goethe, después de 7 años… (Por supuesto, en todo ese tiempo leí otras cosas…ya lo sabes.)

Hace un tiempo, allá por el 2015 me puse a investigar sobre el Grand Tour para contártelo en este blog. (Si te lo perdiste, lo tienes aquí.) Entre todas las lecturas, vi que Goethe, el gran Goethe, también había sido uno de esos viajeros y compré su libro “El viaje a Italia”, para leerlo y comentártelo. Eso fue hace 7 años. Libro de casi 800 páginas, en papel biblia, formato de bolsillo. Atemorizante. No sé qué decirte, si me fue peor con Goethe o con el diario de Delacroix… (lo vimos aquí  y aquí). Pero, bueno, me lo tomé como un desafío y comencé a leerlo con mucho entusiasmo. A ver qué cuenta este hombre. 


Vernet, Vista de Nápoles con el Vesuvio, s.f.


Pero no, se me hizo larguísimo. Imposible de digerir. Un horror. Hasta tal punto que para obligarme a leerlo me lo llevaba a las consultas médicas, para hacer más ¿llevaderas? las horas de espera. Cuando entraba al consultorio, no faltaba el doctor que me preguntara: “¿Qué está leyendo?” (y encima, en alemán). Pero iban pasando los años y yo seguía llevando el mismo libro… y los médicos se reían de mí. Incluso lo llevé a la piscina, para leer mientras tomaba sol (se mojó un poco, te confieso, pero a estas alturas ya me daba igual). En fin, una pesadez. Pero no me iba a ganar. A testaruda no me gana nadie. Me propuse terminarlo y lo logré, eso sí, después de unos 7 años… Bueno, ya sabes, no fue lo único que leí durante todo este tiempo, pero éste estaba siempre ahí, desafiándome.

Goethe, La solfatara de Pozzuoli, 1787


Después de esta introducción sobre mi experiencia con este sabio alemán, ya no querrás saber nada de él, ¿no? No me malentiendas: el libro es soporífero, pero tiene gran valor testimonial.

Goethe relata sus experiencias de su viaje a Italia (1786-1788) y detalla día a día sus peripecias (vamos, que era un incordio llegar a Italia desde Alemania), sus encuentros con personalidades y su recorrido por toda la península, asombrándose ante la idiosincrasia tan peculiar de los lugareños (choque cultural: Italia vs. Alemania). Era un hombre cultísimo, con una capacidad tremenda de trabajo: pensador, escritor, melómano, naturalista y hasta se animó con el dibujo, la acuarela y los rudimentos de la escultura.

Goethe, Erupción del Vesuvio, sg. XVIII


No te voy a contar ahora todo el libro, aunque en algún momento volveré a él para traerte alguna anécdota interesante.

Goethe viaja por toda Italia. Se encuentra con amigos alemanes, artistas, músicos, intelectuales… todos en la misma que él, en la búsqueda de ese saber que atesora Italia. Por supuesto, es muy bien recibido por Angelika Kauffmann (te lo conté aquí). Se detiene unos meses en el sur, Nápoles y Sicilia. Pero Roma, ¡oh, Roma! Y Venecia. Pero no, Roma, la Ciudad Eterna, es la preferida. Para él este viaje significó un nuevo nacimiento. Sabe que a su regreso él ya no será el mismo.

Goethe, San Pedro, Roma, sg. XVIII


La verdad, no sé por dónde empezar. Hay unos cuantos sucesos interesantes para contar.

Una de las grandes experiencias de Goethe fue conocer el Vesuvio. Ya te conté que se largó a conocer el sur de Italia; no iba solo, lo acompañaba Tischbein, un pintor alemán que vivió mucho tiempo en Roma y que pintó este retrato de Goethe. Hacía unos 40 años que se había descubierto Pompeya y Herculano (en 1748 y 1738, respectivamente) y, estando en Italia, no podía dejar de ver esas ciudades, congeladas en el tiempo, con sus propios ojos.

Tischbein, Goethe en la campiña romana, 1787

El Vesuvio. Su lava había sepultado a esas 2 ciudades en el 79 d.C. Aún hoy es un volcán activo. Nuestro protagonista pasea por los campos de Nápoles, admira los olivares, los viñedos… y el volcán siempre está ahí. A veces, descansando; otras veces, exhalando una nube de vapor con violencia.

Goethe, El Vesuvio, sg. XVIII


El 2 de marzo de 1787 sube al Vesuvio junto con Tischbein. Suben montados en mulas, andando entre viñedos. Más arriba, a pie, pisando por encima de la lava de siglos, ya cubierta con musgo. La cima estaba coronada por nubes. Y alcanzan finalmente el cráter, lleno de nueva lava, de hacía 2 meses y medio (¿nunca está tranquilo este volcán?) y otro poco, de 5 días atrás, ya fría. Se encuentran con pequeñas colinas volcánicas y emanaciones de vapor por todas partes. Sin embargo, él quería ir más allá, más cerca del cráter.

Jones, El Vesuvio desde la torre de L'Annunziata, 1783


“Nos metimos en el vapor aproximadamente unos 50 pasos hasta que se volvió tan fuerte, que apenas podía ver mis zapatos.”

El pañuelo tapando la boca no ayudaba, el guía había desaparecido en medio del vapor y eso de caminar entre las rocas y no ver nada, los hizo regresar, aunque con ganas de repetir la experiencia en un día más apropiado.

“Sin embargo, la montaña estaba muy quieta.”

El 6 de marzo escribe:

“Aunque contra su voluntad, pero por leal compañerismo, Tischbein me acompañó al Vesuvio.”

Dahl, El Vesuvio en erupción, 1826


A Tischbein, el pintor de figuras y paisajes bellos, todo ese amontonamiento de piedras, que anuncian desgracias, no le interesaban en lo más mínimo, pero lo acompañó de todas maneras.

Los esperan 2 guías al pie de la montaña. Cada uno de ellos lleva un cinturón de cuero con una correa a la que nuestros viajeros tienen que amarrarse firmemente para que los guías los vayan arrastrando hacia arriba. (¿Qué pensarían entretanto estos guías?) La ascensión no fue fácil: el volcán arrojaba piedras y cenizas, tronaba dentro de él, a intervalos regulares, con pausas. Un espectáculo  “fantasmagórico”, al decir de Goethe. Algunas piedras volvían al cráter; la mayoría caía sobre la ladera rompiéndose en trozos y provocando un ruido atronador. Y todo en medio de cenizas.

“Tischbein se sentía cada vez más de mal humor, pues ese monstruo, no conforme con ser espantoso, quería volverse aún más peligroso.”

(Ya te digo, no sé qué estaban haciendo éstos ahí…)

Goethe, Ruinas de un templo, s.f. (lápiz, tinta y acuarela)

Bueno, pero Goethe quería seguir. Pensaba que podían ascender entre 2 erupciones y luego poder bajar. Le sugirió a los guías detenerse bajo una roca y poder tomar el picnic que se habían llevado. Entretanto, estaban en medio de una nube de cenizas y no podían ver nada. Y sin darse cuenta llegan al borde de un acantilado. De nuevo, el trueno de la erupción, lluvia de piedras y cenizas. Pasó el peligro, pero estaban cubiertos por la ceniza de pies a cabeza.

A él sólo le interesaba investigar la lava. Uno de los guías podía identificarlas según sus años.

Piedras volcánicas recogidas por Goethe,
Goethe u. Schiller Archiv, Klassik Stiftung Weimar


Pudieron bajar sin problemas.

Y 2 meses después, llegó el momento de dejar Nápoles, volver a Roma, en barco (el mar no le sentaba muy bien a nuestro sabio, parece). El Vesuvio seguía ahí, imponente. Iba con Kniep, otro artista alemán, quien se dedicaba a pintar vistas de Italia y muy amigo de Tischbein, que fue el que los presentó a los 2.

Kniep, Vista del Vesuvio, sg. XVIII


“Veíamos el Vesuvio, coronado por una tremenda nube de vapor, de la cual una larga nube se dirigía hacia el oeste, en tanto que podíamos presuponer una erupción muy fuerte.”

Kniep se quejaba de no ser capaz de poder plasmar con sus colores todo eso que veían. Sin embargo, Goethe lo convenció de que lo intentara: Kniep sacó su lápiz y dibujó el paisaje, que luego coloreó, y fue el ejemplo de que “la representación pictórica hace posible lo imposible”.

Kniep, Bahía de Nápoles con el Vesuvio, 1787 (acuarela y tinta)


Kniep, Paisaje con árbol y volcán 
humeante, 1787
El viaje fue muy accidentado, pues cayeron en el ojo de una tormenta. Se salvaron gracias a la pericia del capitán (y por los rezos de las pasajeras). Desembarcaron en Nápoles agradeciendo haber pisado tierra y de haber salvado los dibujos de Kniep. (Y como podrás ver, esos dibujos todavía existen.)









Vedi Napoli e poi morire…


Fuente: Goethe, W. Italienische Reise. Berlin, Insel V., 2013

(traducción: C. del Rosso)





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