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jueves, 27 de febrero de 2025

Un mural destruido por su dueño


Rivera, El hombre, controlador del Universo, 1934 (Palacio de Bellas
Artes, México)

Diego de Rivera y la familia Rockefeller

Diego de Rivera fue uno de los grandes pintores mexicanos, con una vida compleja. Se casó por 2da vez con Frida Kahlo y se divorciaron por las constantes infidelidades mutuas. Fue un comunista convencido y cómplice del asesinato de Trotsky.

Rivera, Autorretrato con sombrero
de ala ancha, 1907

Hizo el obligado viaje a Europa. En sus comienzos era realista, había tomado clases con Chicharro en Madrid; cuando fue a París conoció al Cubismo de cerca y se volcó a este estilo (lo vimos por aquí). Pero, cuando viajó a Italia, descubrió los frescos del Prerrenacimiento y entendió que el camino del arte debía nutrirse de esos antiguos maestros. Desde entonces se dedicó al fresco, con la técnica antigua.

Rivera, La era, 1904


Rivera, Siqueiros y Orozco fueron los grandes muralistas mexicanos que siguieron el proyecto gubernamental de Vasconcelos, que consistía en educar al pueblo a través del arte, con murales públicos. (Cuando hablamos de los acrílicos, te conté sobre el aporte de estos artistas.)

Rivera, Angelina y el niño Diego,
1916

En los años ’30 Rivera ya era suficientemente famoso como para ser requerido por grandes coleccionistas y para ejecutar grandes encargos. Ganaba mucho dinero, especialmente en Estados Unidos: una gran contradicción, pues, como comunista que era, era venderse al enemigo. Le valió que sus camaradas lo echaran del partido por sus incongruencias. Frida tampoco lo entendía: no se puede ser comunista y aceptar dinero del capitalismo. Pero parece que para Rivera el dinero estaba más allá de sus compromisos políticos.

Rivera, Desfile del 1ro de mayo en
Moscú, 1954

En 1932 el Detroit Institut of Art le encargó un mural de 27 paneles que mostraría la pujanza de la ciudad; lo financió la Ford Motor Company. La obra se llama “La industria de Detroit”. Rivera lo completó en 8 meses, gracias a que tuvo muchos asistentes, que trabajaban 15 hs. al día. A los obreros les cayó muy mal todo este dispendio de dinero: eran los tiempos de la Gran Depresión. Muchos habían sido despedidos; otros vieron recortados sus salarios… y la empresa estaba pagando un dineral a un artista extranjero, comunista, que decía que los defendía. Hubo manifestaciones violentas, huelgas de hambre, etc., en su contra. Cuando el mural se descubrió al público, muchos se indignaron por la forma en que Rivera representó a la Sagrada Familia: José como médico; la Virgen, como enfermera; José le pone una vacuna al Niño Jesús. En los periódicos se instaba a destruirlo: era una ofensa para América. El resultado fue que el museo tuvo que poner un cartel mencionando que no compartían las ideas del artista.

Rivera, La industria de Detroit, 1932, fresco
(pared norte)

O sea, que, para ese entonces, todo el mundo sabía quién era Rivera.

La señora de Rockefeller, Abby, era coleccionista de sus obras. Los Rockefeller conocían perfectamente las ideas comunistas de Rivera. Sin embargo, cuando necesitaron que un artista famoso pintara un mural en el hall del Rockefeller Center, acudieron a él. Es cierto que primero lo intentaron con Matisse, que no podía porque estaba pintando en la Barnes Foundation (lo vimos aquí); y también con Picasso, que ni siquiera contestó, quizás porque era más consecuente con sus ideas comunistas o quizás porque se ofendió que se equivocaran con su nombre en el telegrama. Así que Rivera era el que estaba disponible.

Rivera, La industria de Detroit, 1932, fresco
(pared sur)

Se reunió con los Rockefeller y les presentó un boceto que ellos aprobaron. Le pagaron 21000 dólares, el doble que en Detroit. En el contrato se estipuló que la obra pertenecería totalmente al Rockefeller Center y que no podía ser diferente al boceto aprobado.

Comenzó a trabajar en él en 1933, con 6 ayudantes. El mural se llamó “El hombre en la encrucijada” y era gigantesco: 5 x 12 m. En el centro aparece un hombre, rodeado de hélices y motores. En las hélices vemos explosiones solares, astros, células. El lado izquierdo representaba al capitalismo, con mujeres libertinas, los soldados…; del lado derecho mostraba al comunismo, con obreros marchando en el 1ro de Mayo, con sus banderas rojas. A la izquierda, una estatua de Júpiter, furioso, con su rayo. A la derecha, César, sin cabeza.

Sin embargo, unos días antes de la inauguración el New York World Telegram puso el dedo en la llaga: consideró que el mural era propaganda comunista. Dicen que Rivera exclamó: “Quieren comunismo, les daré comunismo” y añadió el retrato de Lenin, que no estaba originalmente en el boceto. Esperaba a que nadie se diera cuenta, al menos, hasta que fuera inaugurado. El arquitecto del edificio fue a revisar la obra y fue entonces que descubrió el retrato.

Nelson Rockefeller se enfureció. Eso no estaba pactado; exigió que borrara a Lenin. Rivera dijo que prefería que el mural fuese destruido antes que mutilado.  Se le pagó el monto total acordado, aunque no estuviese terminado. Hubo un intento de llevarlo al MoMA, pero las tratativas no llegaron a buen término. Rivera hizo fotografiar el mural, ante la posibilidad de que fuese destruido.

El mural no se inauguró y estuvo un tiempo cubierto con una cortina. En febrero de 1934 finalmente los obreros del edificio lo destruyeron a mazazos y tiraron los escombros a la calle. La obra era propiedad de los Rockefeller, según el contrato, y podían hacer con él lo que quisieran. La reacción de la comunidad artística fue inmediata; sin embargo, el arquitecto publicó las cartas de Rivera, en las que decía que prefería que fuese destruido, y las protestas se calmaron.

Ante el escándalo, los contratos que tenía pendientes en Chicago le fueron cancelados.

Rivera ofreció pintar el mural de nuevo en algún edificio público, esta vez, en el Palacio de Bellas Artes de México, con el nombre de “El hombre, controlador del Universo”. Se basó en las fotos que habían sacado del mural original.

Sert, El progreso americano, 1937

En 1937 el espacio del Rockefeller Center fue cubierto con otro de José María Sert, que se llama “El progreso americano”.

Esta es la historia de un mecenas y de un artista que no cumplió con su contrato. Y el cliente destruyó la obra.

Fuentes: Aguilar-Moreno, M.-Cabrera, E. Diego Rivera: a biography.

New York, Greenwood, 2011

Charney, N. The museum of lost art. London, Phaidon, 2018

 

 

 



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