Manet, Berthe Morisot con ramillete de violetas, 1872 |
Berthe Morisot
Esta mademoiselle nos ha visitado varias veces en este blog. Es una de las pocas
pintoras que aparecen en las enciclopedias vetustas. La única que perteneció al
grupo de los impresionistas desde el comienzo. Tiene muy bien ganado el título
de “La dama del Impresionismo”. (Las otras pintoras impresionistas también eran damas, pero ella era lo máximo...)
Morisot, Autorretrato, 1885
Estudió pintura con Corot y otros maestros. Su hermana Edma era su
compinche. Iban al Louvre a copiar grandes obras. Incluso participaron en el
Salón Oficial. Edma se casó en 1869 y dejó de pintar: era lo esperable en una
mujer de clase alta en esa época. Pero Berthe tenía una profunda vocación por la pintura. En
una de esas visitas al Louvre, en 1867, Fantin-Latour les presentó a ambas a
Édouard Manet. Berthe quedó encandilada con él. Manet ya era famoso, todavía
resonaba su escándalo con su “Olympia” y su “Almuerzo sobre la hierba”. Y estaba
casado con Suzanne. Manet, en cuanto la conoció, pidió permiso a su madre para
retratarla: fueron 11 cuadros. Berthe tenía una belleza cautivante. Por
supuesto, en las sesiones de posado, siempre estaba presente su madre: una
señorita de su clase no debía estar a solas con hombres.
Morisot, La hermana de la artista
junto a la ventana, 1869
A raíz de este encuentro, comenzó a tener contacto con otros artistas, que
también pintaban en el Louvre. Su madre hacía tertulias los jueves en su casa e
invitaba a artistas, poetas e intelectuales a cenar: era la única manera en que
las mujeres tuvieran contacto con el mundo exterior, aprender cosas nuevas o
estar al tanto de la actualidad. Cuando su madre murió, ella retomó esta
costumbre: por su casa desfilaban Renoir, Monet, Degas, Manet, Mallarmé, Puvis
de Chavannes, Rodin y tantos otros.
Degas fue quien la invitó a participar en la 1ra exposición impresionista.
Con muchas dudas: durante toda su vida sintió lo que hoy llamamos “el síndrome
del impostor”. Sentía que no podía medirse con sus colegas hombres, que le
faltaba formación, se sentía siempre insegura de sus obras… y ellos tampoco
ayudaban demasiado. O por no desilusionarla o por no tirarle el ánimo abajo o
por querer mostrar su superioridad, quién sabe.
En esa exposición, que fue un escándalo para el público por esos cuadros
abocetados y que parecían sin terminar (una afrenta para el espectador: ¿cómo
van a colgar un cuadro sin haberlo terminado?), ella era la única. En el
periódico ponían en duda su honestidad: ¿qué hace una mujer exponiendo? ¿Qué
clase de mujer sería? Pissarro se agarró a golpes con uno del público cuando
osó llamarla “ramera”. Así estaban las cosas.
Morisot, Puerto en Lorient, 1869
En este contexto, Berthe se abrió paso en el difícil mundo del arte en
París. No quería renunciar por nada del mundo a pintar y a exponer, o sea, ser
artista profesional. ¿Era feminista? No en nuestros términos. (Mary Cassatt,
p.ej., era sufragista.) No desdeñaba el matrimonio ni la maternidad, pero no
podía entender por qué debía dejar de pintar si se casaba, como le ocurrió a su
hermana.
Morisot, Un rincón del jardín, 1885
Pasaban los años y Berthe no demostraba interés por ningún hombre en
particular. La madre estaba desesperada. Una mujer sin protección masculina en
esos tiempos estaba condenada al ostracismo. No podía salir sola, interactuar
con hombres, era estar condenada a la pobreza…, y encima, ¿con pretensiones de
ser una artista profesional? La madre propiciaba encuentros con probables partidos
y Berthe terminaba huyendo de ellos. Todos unos imbéciles.
Morisot, El puerto de Niza, 1882
Y pasaba el tiempo y Berthe era una solterona. Allá por 1874, la familia
Morisot y la de Manet pasaron unas vacaciones en Normandía. Berthe salió a
pintar con Eugène, el hermano del gran Manet, y, después de ese encuentro,
decidieron comprometerse y casarse.
Eugène era de buena familia: los Morisot no tenían motivos como para
oponerse. Se conocían muy bien. Era un buen hombre, pero no tenía ocupación
conocida y el padre tenía recelos ante esta situación. De todas maneras, no
había problemas de dinero: Eugène vivía de rentas. Y lo principal, no le
molestaba que su futura esposa fuese artista. Todo lo contrario, la apoyó
siempre.
Morisot, Eugène Manet e hija en el jardín, 1883
Para Berthe esto era más que suficiente. Se casaron en 1875; ella, con 33
años, una vieja para las costumbres de la época. Cuenta en sus cartas cómo fue
la ceremonia. Se casaron en Passy, en donde su familia tenía una casa de
veraneo. Ella, de negro, pues estaba de luto por la muerte de su padre (el luto
en negro duraba un año), con su vestido de calle, sombrero y guantes. Una vieja
como ella no necesitaba más. Del notario fueron caminando a la iglesia, que
estaba al lado. Se casaron por iglesia no tanto por convicciones personales,
sino más bien para hacer honor a las tradiciones familiares. No hubo invitados,
sólo los testigos: de parte de ella, su cuñado y un tío; de parte de él, su
hermano Édouard y un primo. En el acta de matrimonio, Eugène aparece como
“propietario” y ella, “sin profesión”: no era adecuado para una mujer de su
clase declararse “artista”. Era denigrante tanto para ella como para su marido
aparecer como desarrollando algún tipo de trabajo.
Al año siguiente se fueron de luna de miel a Cowes, en la Isla de Wight,
Inglaterra. Los dos se las arreglaban bastante bien con el idioma. Había en esa
época una cierta admiración por todo lo inglés: Fantin-Latour, Whistler y
Tissot vivían en Londres.
Morisot, Eugène Manet en la Isla de Wight, 1875
Allí Berthe pintó este cuadro: es el primero que le dedica a su marido.
Están alojando en el Hotel Golden Globe. Lo retrata mirando por la ventana. Nos
revela el puerto, mujeres paseando… Él nos invita a mirar más allá. Ella está
pintando frente a esa ventana. ¿La figura es decorativa? Para nada: su marido
es parte de la experiencia del viaje, de otros paisajes. Es su luna de miel. Es
un cuadro que muestra perfectamente su estilo: pinceladas nerviosas,
espontáneas, largas; atmósferas luminosas…
A su marido lo pintó varias veces. No le gustaba posar; tenía que pintarlo
muy rápidamente, antes de que se impacientara y se levantara de su asiento.
Morisot, Eugène Manet e hija en Bougival, 1882
Morisot, Julie soñadora, 1894
¿Estaba enamorada? No lo sabemos. En sus cartas demuestra cariño,
agradecimiento y respeto hacia su marido. Tuvieron una hija, Julie, que fue su
gran tesoro. Ella, que no estaba atraída por la maternidad, la descubrió con
Julie.
Berthe expuso en todas las exposiciones impresionistas, salvo en una, en la
de 1879, la 4ta, pues acababa de dar a luz a su hija Julie. Varias de ellas
fueron financiadas por ella y su marido. En la de 1882, la 7ma, participó,
aunque no pudo asistir, pues estaba en Niza tratando de que su hija se curara
de una bronquitis. Su marido se ocupó de la expo y le iba contando por carta
cómo iban yendo las cosas.
Morisot, Julie tocando el violín,
1893
Renoir, Berthe Morisot e hija, 1894
A Berthe no le fue mal. Pudo vender varias obras en vida. Expuso en
Londres, en Bélgica y en Nueva York, gracias al apoyo de Durand-Ruel, el
galerista. La mayoría de sus obras se encuentran desperdigadas en varios
museos. Para verlas en conjunto hay que ir al Marmottan en París: los
descendientes de Julie donaron la mayor parte de su colección a este museo.
Allí puedes ver a Eugène Manet, mirando por la ventana, en su viaje de luna de
miel.
Fuentes: Fuentes: Higonnet, A. Berthe
Morisot. Berkeley, Univ. of California Press, 1990
Rouart, D. Berthe Morisot: The
correspondence. London, Moyer Bell, 1987
Por si te los perdiste y si te interesa conocer más sobre Berthe:
¿Una mujer de la calle o una pionera?
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