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jueves, 16 de mayo de 2024

Llévame hacia allá

 

Bonnard, La ventana abierta, 1921


Ventanas y más ventanas

¿Qué gracia tiene pintar una ventana en un cuadro? A ver: si es sólo una ventana.

Si supieras… La verdad, no sé por dónde empezar. No es fácil explicar esto sin enredarse.

Si el espejo (lo vimos aquí) te muestra lo que está delante del cuadro y lo que no podemos ver, la ventana es un recorte de la realidad, que te muestra lo que está más allá del cuadro. O sea, otro recurso más para dar ilusión de profundidad.

Menzel, Vista desde la ventana en Marienstr., 
1867, gouache y pastel


Los bordes de la ventana son como el marco de un cuadro dentro de otro cuadro. Si el artista acude a esto es porque quiere llevar tu mirada hacia otro plano, más allá. Entonces, se da una realidad en 2 instancias: un interior, con una pared con su abertura, y el exterior. La ventana es la frontera, el límite, entre esos dos espacios. En algunos casos, la necesidad del pintor de representar ese espacio exterior hace que no podamos encasillar la obra en algún género: ¿pintura de interior o pintura de paisaje? ¿Qué es lo que más le importa al artista?

Wasmann, Vista desde una ventana,
1832
¿Y si la ventana es el motivo del cuadro? Ellas son las protagonistas. Es la mirada del pintor que observa el paisaje y quiere compartirlo contigo. Los románticos pintaron este tipo de obras muy a menudo.









Vermeer, Mujer con aguamanil, 1662

Otras veces esas ventanas no te muestran nada: el pintor sólo ha querido mostrar ese interior y la ventana pasa a ser sólo un foco de luz. Se me ocurre ahora mismo esa luz envolvente de los cuadros de Vermeer, con la fuente de luz siempre a la izquierda, que baña a esas mujeres ensimismadas en su trabajo o leyendo cartas. En el caso de Vermeer, la ventana aparece a veces; otras, las adivinamos por esa luz maravillosa que entra en la habitación.






Con esto, ya nos vamos dando cuenta
de que incluso no hace falta representar las ventanas: sólo importa la luz que dejan pasar. Hasta tal punto, que una sutil sombra y el rayo del sol que pasa a través del cristal puede recordarnos su presencia. (Para esto, ¡los escandinavos son maestros!)


Hammershøi, Rayo de luz en el salón III,s.f.

Leonardo, Madonna del clavel,
1470

En el Renacimiento, una ventana daba respiro a las atmósferas oscuras. Abría el espacio hacia el fondo. El paisaje no era realmente lo que importaba y, en la mayoría de las veces, era inventado. En el Barroco pasaba lo mismo.

¿Y qué ocurre cuando hay alguien que mira por esa ventana? Nos identificamos con esa figura; los espectadores somos esa figura y sentimos la necesidad de ver por esa ventana, de contemplar lo mismo que el personaje. ¿Qué hay allí? ¿Por qué esa persona mira hacia afuera?






Aquí te muestro esta maravilla de van Eyck. Lo importante transcurre delante, con el canciller Rolin y la Virgen con el Niño. Pero no alcanza: hay que abrir el espacio hacia el fondo. El cuadro necesita aire. Y, entonces, nos muestra ese paisaje (que no se sabe de dónde es) y, para llevarnos hasta allí, pone en el balcón a 2 niñitos de espaldas. ¿No es precioso?

van Eyck, La Virgen y el Canciller Rolin, 1435


Dalí, Muchacha asomada a 
la ventana, 1925



Otro ejemplo maravilloso es este retrato de Dalí de su hermana Ana María, que entonces era una jovencita de 17 años. La presenta de espaldas, acodada en la ventana, mirando el paisaje. ¿Está representando algo real o es otro de los juegos ilusorios a que nos tiene acostumbrados? No. Ese paisaje es realmente lo que se ve desde su casa de Cadaqués. Este cuadro es un retrato, una pintura de paisaje y de interior a la vez.












Miradas hacia afuera en Hopper aparecen una y otra vez. Nos identificamos con la figura del cuadro y queremos ser parte de esa visión hacia afuera; tenemos curiosidad por saber qué hay allí. (Ahora que lo pienso: este cuadro de aquí abajo es una ventana-el límite de la tela- de otra ventana....Como si el artista estuviera pintando desde otra ventana, ¿no?

Hopper, Oficina en ciudad pequeña, 1952


Murillo, Dos jóvenes a la ventana,
1665

¿Hacia afuera? ¿Sólo hacia afuera? ¿No podemos pararnos delante de una ventana y contemplar lo que pasa dentro de una casa? Ah, no, eso es fisgonear. Pero podría pasar, ¿no?

Las chicas del cuadro de Murillo no tienen ese problema. Muy desenfadadas se ríen de algo que está pasando en la calle. Nosotros estamos afuera. ¿Se ríen de los espectadores? Vaya a saber.








Sorolla, Patio de la Danza, Alcázar
de Sevilla, 1910

No siempre las aberturas son ventanas hechas y derechas. Cualquier elemento natural o arquitectónico puede servir para provocar sensación de profundidad. Mira los árboles y enredaderas que enmarcan el jardín en este cuadro de Sorolla, que nos invita a pasear por allí.










O el arco de este puente de Caillebotte.

Caillebotte, El puente de Argenteuil y el Sena, 1883


Friedrich, Acantilados en Rügen,
1818

O las formaciones rocosas de los acantilados de Rügen con forma de corazón, que Friedrich pintó en su luna de miel, pensando en el futuro que tiene por delante junto a su flamante esposa (te conté la historia por aquí).









Tiremos un poco más de la cuerda. Te dije hace un rato que la ventana es como un marco de un paisaje, dentro de un cuadro. El marco o encuadre hace que exista el paisaje. ¿Y si pintamos lo que vemos por la ventana sin alféizar, sin su marco? Cuando pintamos un paisaje recortamos un trozo de realidad para que nos quepa en el lienzo: hay una selección previa del artista, el motivo. En el fondo, pintar lo que vemos a través de la ventana sin que ella aparezca no es más ni menos que el mismo procedimiento mental que hacemos cuando pintamos un paisaje. La naturaleza se convierte en paisaje sólo cuando es recortada por nuestra mirada.

Caillebotte, El jardín de la cocina de Yerres, 1885


Caillebotte, Balcón en París, 1881
Mira este cuadro de Caillebotte. Pintó lo que veía desde la ventana de su cocina: la ventana ya no es necesaria. El cuadro colgado en tu pared se convierte en una abertura, un trozo de realidad simulada que te lleva más allá del límite de la pared de tu habitación.

Caillebotte tiene varias obras de este tipo, en las que explota este recurso.






Magritte, La condición humana,
1933

Hace mucho vimos este cuadro de Magritte, “La condición humana” (está por aquí). Magritte es muy de hacer estos juegos de significados y tiene varias obras en el que trabaja el tema de la ventana. En “La condición humana” plantea la cuestión de la Pintura como engaño o ilusión. 








Magritte, El telescopio, 1963

Aquí te muestro otro, en el que te trae la dupla exterior/interior: ¿cuál es el interior, si las ventanas reflejan nubes? ¿Están cubiertas de espejos? Esas nubes no están fuera; la abertura nos muestra un espacio negro: ¿qué está pasando?












Magritte, El bello mundo, 1962

Otro de Magritte: de la ventana quedan sólo las cortinas (hablamos de ellas por aquí). ¿Dónde quedó la abertura? Se esfumó: el paisaje de nubes lo ocupó todo.









Y volvemos al principio del asunto. Parafraseando a Alberti, el teórico del Renacimiento, un cuadro debe ser una ventana que te lleva a otros mundos, colgado en tu pared.

Ancher, Salón con cortinas lila y clemátides 
azules, 1913


Fuente:  Gombrich, E.H. Arte e ilusión. London, Phaidon, 2002

Stoichita, V. La invención del cuadro. Barcelona, Ed. del Serbal, 2000

Notas personales

 



2 comentarios :

  1. Me encantó esta entrega, sobre todo el cuadro de Hopper, Oficina en ciudad pequeña!

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  2. Gracias por tu comentario! Hopper tiene muchos cuadros con el tema de la ventana. Me pareció más adecuado éste, por el juego de significados que tiene.

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