Rothko, Sin título, 1968 |
De vacaciones
El arte de nuestro tiempo da para
la polémica.
Como siempre, bah. ¿Cuándo no hubo
polémica con las novedades en el arte? ¿En el Renacimiento? ¿Fue Caravaggio el
primero en escandalizar? Déjame pensarlo.
Rothko, Naranja, rojo, amarillo, 1961
Esta semana la cosa tiene que ver
con rectángulos que valen millonadas. Rectángulos pintados por Mark Rothko. Sus
cuadros suelen ir de unos modestos 33 millones de dólares a 89 millones, como
p.ej., el “Naranja, rojo, amarillo”, de 1961, vendido por Christie’s en 2012.
Naturalmente, son los precios que trascienden, pues cuando se trata de transacciones
privadas no te enteras de estos detalles.
Rothko, Sin título, 1949
Cuando llevas a un grupo a visitar
un museo y le muestras un Rothko, sabes que vendrá como un boomerang LA
pregunta: “¿Y esto es arte?”. “Pero si esto lo hace mi nieta!” Y así. No falta
nunca dicha pregunta; te la quedas esperando, con la respuesta ya lista.
Sí, es arte y del bueno. Los
coleccionistas no son tontos, no pagan esas sumas por sólo unos rectángulos. De
acuerdo, sí: hay mucho esnob con dinero capaz de comprar una porquería para
almacenarla, como inversión.
“Pero… si son sólo 2 rectángulos!” Sí, claro.
Rothko comenzó su trayectoria
artística pintando de manera realista o surrealista, según cómo lo veas. Siguió
experimentando con manchas: formas no reconocibles. Los críticos le dieron el
nombre de “multiforms”. Esas manchas se convirtieron con el tiempo en
rectángulos flotando sobre el plano.
Dicen que la inspiración le llegó
al ver este cuadro de Matisse. Unas persianas abiertas y un interior negro, muy
negro. ¿Por qué tanta oscuridad? ¿Qué hay en esa habitación? Tu mirada se
siente atraída por ese vacío. Matisse, Persiana en Colliure, 1914
Hacía rato que Malevich había presentado su “Cuadrado negro sobre cuadrado blanco”. Mondrian también había aportado lo suyo (lo vimos por aquí). Esto no era nuevo. Era un tipo de abstracción geométrica (lo vimos por aquí), que ocultaba la emoción del artista y evitaba la espontaneidad. Rothko era uno más del Expresionismo Abstracto americano, abanderados del color y de la libertad creativa (te lo conté por aquí).
Comenzó a pintar de esta manera hacia
1949. En formatos enormes, sin título, sólo con el año de ejecución. Los
marchantes, para diferenciarlos, comenzaron a ponerle los títulos según los
colores que contienen.
Rothko, Sin título, 1961
Primero delimitaba someramente las
formas rectangulares y luego daba una base de color alrededor de éstas, con una
veladura, una capa muy transparente de pintura, a manera de base o marco. Y el
paso siguiente era aplicar capas y capas delgadísimas de pintura, controlando
siempre el efecto de color. Podía insistir una y otra vez con el mismo color o
bien aplicar capas de distintos colores, para que, por medio de la
transparencia, el ojo del espectador hiciera la mezcla. Decía siempre que el
color debía de ser como un suspiro sobre la tela.
Rothko, Nº 6, 1961
Cuando ves el cuadro en persona
(¡ay, las reproducciones de arte!), te da exactamente esa sensación. El color
no es plano. Cambia si te mueves o dependiendo de la luz. No hay bordes
definidos: es la culminación del sfumato de Leonardo. Y el formato
gigantesco hace que sientas que el color te está atrapando. Sea el color que
sea: negros profundos con iridiscencias violáceas o azules, rojos con destellos
anaranjados…
Rothko era consciente de estos
juegos y acertijos. El pretendía enfrentarte con lo absoluto, la nada, la
inmensidad, la tragedia humana. Como esas preguntas que le surgieron al ver el
cuadro de Matisse. Dejaba indicaciones muy precisas de cómo colgar sus cuadros,
qué luz debía tener la sala, para que no se perdiera el efecto que había
buscado.
Y después llegó el encargo del
restaurante Four Seasons, fallido. Se fue de viaje a Europa, recorrió Pompeya y
descubrió que, sin conocer esos frescos, él había llegado al mismo rojo, al
mismo resultado.
Más tarde, el encargo de los
murales para la capilla ecuménica de la St. Thomas University en Houston.
Negros, tierras profundos, violetas. La oscuridad que te lleva a la meditación.
Los murales te rodean y te acogen, te protegen. Podrías decir que son tétricos,
pero no. Ahí hay algo. No sabes qué.
Rothko, Nube azul, 1956
Y sí, son rectángulos. Sin
embargo, en ellos puedes ver paisajes, cielos y tierras, abismos, ventanas…
¿Son cuadros para entendidos? No más que otros. El color te llama, te emociona.
Te acercas y te quedas con muchas preguntas.
¿Son sólo rectángulos? Eso dicen.
No lo creo. Si puedes, párate delante de un Rothko y me cuentas.
Fuentes: Baal-Teshuva, J. Rothko. Madrid,
Taschen, 2006
Rothko, M. Escritos sobre arte (1934-1969). Barcelona,
Paidós, 2014
Notas personales
Si quieres leer más sobre Rothko, tienes también este artículo:
Muy interesante. Me pararé y te contaré.
ResponderEliminarCuando puedas.... y me cuentas!
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