navigation + slideshow

jueves, 13 de julio de 2023

Rectángulos que valen fortunas

 

Rothko, Sin título, 1968

De vacaciones

El arte de nuestro tiempo da para la polémica.

Como siempre, bah. ¿Cuándo no hubo polémica con las novedades en el arte? ¿En el Renacimiento? ¿Fue Caravaggio el primero en escandalizar? Déjame pensarlo.

Rothko, Naranja, rojo, amarillo, 1961

Esta semana la cosa tiene que ver con rectángulos que valen millonadas. Rectángulos pintados por Mark Rothko. Sus cuadros suelen ir de unos modestos 33 millones de dólares a 89 millones, como p.ej., el “Naranja, rojo, amarillo”, de 1961, vendido por Christie’s en 2012. Naturalmente, son los precios que trascienden, pues cuando se trata de transacciones privadas no te enteras de estos detalles.







Rothko, Sin título, 1949

Cuando llevas a un grupo a visitar un museo y le muestras un Rothko, sabes que vendrá como un boomerang LA pregunta: “¿Y esto es arte?”. “Pero si esto lo hace mi nieta!” Y así. No falta nunca dicha pregunta; te la quedas esperando, con la respuesta ya lista.

Sí, es arte y del bueno. Los coleccionistas no son tontos, no pagan esas sumas por sólo unos rectángulos. De acuerdo, sí: hay mucho esnob con dinero capaz de comprar una porquería para almacenarla, como inversión.

“Pero… si son sólo 2 rectángulos!” Sí, claro.




Rothko comenzó su trayectoria artística pintando de manera realista o surrealista, según cómo lo veas. Siguió experimentando con manchas: formas no reconocibles. Los críticos le dieron el nombre de “multiforms”. Esas manchas se convirtieron con el tiempo en rectángulos flotando sobre el plano.

Rothko, Nº 9, 1948


Matisse, Persiana en Colliure, 1914
Dicen que la inspiración le llegó al ver este cuadro de Matisse. Unas persianas abiertas y un interior negro, muy negro. ¿Por qué tanta oscuridad? ¿Qué hay en esa habitación? Tu mirada se siente atraída por ese vacío.

Hacía rato que Malevich había presentado su “Cuadrado negro sobre cuadrado blanco”. Mondrian también había aportado lo suyo (lo vimos por aquí). Esto no era nuevo. Era un tipo de abstracción geométrica (lo vimos por aquí), que ocultaba la emoción del artista y evitaba la espontaneidad. Rothko era uno más del Expresionismo Abstracto americano, abanderados del color y de la libertad creativa (te lo conté por aquí).




Comenzó a pintar de esta manera hacia 1949. En formatos enormes, sin título, sólo con el año de ejecución. Los marchantes, para diferenciarlos, comenzaron a ponerle los títulos según los colores que contienen.

Rothko, Sin título, 1961

Primero delimitaba someramente las formas rectangulares y luego daba una base de color alrededor de éstas, con una veladura, una capa muy transparente de pintura, a manera de base o marco. Y el paso siguiente era aplicar capas y capas delgadísimas de pintura, controlando siempre el efecto de color. Podía insistir una y otra vez con el mismo color o bien aplicar capas de distintos colores, para que, por medio de la transparencia, el ojo del espectador hiciera la mezcla. Decía siempre que el color debía de ser como un suspiro sobre la tela.






Rothko, Nº 6, 1961

Cuando ves el cuadro en persona (¡ay, las reproducciones de arte!), te da exactamente esa sensación. El color no es plano. Cambia si te mueves o dependiendo de la luz. No hay bordes definidos: es la culminación del sfumato de Leonardo. Y el formato gigantesco hace que sientas que el color te está atrapando. Sea el color que sea: negros profundos con iridiscencias violáceas o azules, rojos con destellos anaranjados…

Rothko era consciente de estos juegos y acertijos. El pretendía enfrentarte con lo absoluto, la nada, la inmensidad, la tragedia humana. Como esas preguntas que le surgieron al ver el cuadro de Matisse. Dejaba indicaciones muy precisas de cómo colgar sus cuadros, qué luz debía tener la sala, para que no se perdiera el efecto que había buscado.






Y después llegó el encargo del restaurante Four Seasons, fallido. Se fue de viaje a Europa, recorrió Pompeya y descubrió que, sin conocer esos frescos, él había llegado al mismo rojo, al mismo resultado.

Rothko, Sin título, 1958


Más tarde, el encargo de los murales para la capilla ecuménica de la St. Thomas University en Houston. Negros, tierras profundos, violetas. La oscuridad que te lleva a la meditación. Los murales te rodean y te acogen, te protegen. Podrías decir que son tétricos, pero no. Ahí hay algo. No sabes qué.

Rothko Chapel, 1967


Rothko, Nube azul, 1956

Y sí, son rectángulos. Sin embargo, en ellos puedes ver paisajes, cielos y tierras, abismos, ventanas… ¿Son cuadros para entendidos? No más que otros. El color te llama, te emociona. Te acercas y te quedas con muchas preguntas.

¿Son sólo rectángulos? Eso dicen. No lo creo. Si puedes, párate delante de un Rothko y me cuentas.






 

Fuentes: Baal-Teshuva, J. Rothko. Madrid, Taschen, 2006

Rothko, M. Escritos sobre arte (1934-1969). Barcelona, Paidós, 2014

Notas personales

 

Si quieres leer más sobre Rothko, tienes también este artículo:

Rothko, un gran profesor

 

2 comentarios :