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jueves, 16 de junio de 2022

La herencia de un degollado

 

Rubens, Adoración de los magos, 1609-1628
(Imagen: Museo del Prado)


Rubens, La adoración de los magos

 

Hay cuadros que son el ejemplo del gran talento de quien los pintó. Y muchos esconden historias increíbles.

Rubens, Autorretrato, 1628

Si has visitado el Museo del Prado alguna vez,
te habrás topado con esta tremenda pintura de Rubens: mide 346 x 488 cm. Seguro que no pasaste de largo: su tamaño gigantesco seguro que te llamó la atención. Rubens es un grande, de los más grandes de la Historia de la Pintura: eso, sin ninguna duda. Ya hablamos varias veces de él por aquí: no sólo fue un gran pintor, capaz de dirigir un taller que gestionaba como una empresa, sino también diplomático, espía, fiel súbdito de la Corona, un intelectual… Podríamos hablar largo rato sobre él.







El cuadro en sí es un prodigio de la composición. Es puro movimiento, en cada rincón está pasando algo. El colorido vibrante, el paisaje en el fondo, la comitiva de los Reyes Magos, el juego de luces y sombras, todo contribuye a darle una atmósfera especial.

Lo pintó en 1609 por encargo del Ayuntamiento de Amberes para decorar su sala de reuniones. La guerra interminable entre Holanda y España parecía llegar a su fin, se iba a firmar una tregua y se quería conmemorar ese evento. Se firmó el llamado Tratado de Amberes, que consiguió que la guerra se interrumpiera (no que terminara, como se vio después) durante 12 años.

Rubens, Conde de la Oliva,
1612

En 1612, Rodrigo Calderón, duque de Oliva,
enviado por el duque de Lerma, llega a Amberes con una misión: lograr poner fin a la guerra (y a la tregua). En Ayuntamiento, en agradecimiento, le regaló este cuadro, que tenían colgado allí mismo. Vaya regalo, ¿no? Quizás pensaron en que era una manera de halagar convenientemente al enviado del rey. ¿O sería que ya se habían cansado de ver el cuadro en la sala? Calderón se lo llevó a España, bien enrollado y embalado, y pasó a formar parte de su gran colección de pinturas.







Parece ser que Calderón no era bien recibido en ninguna parte. Era muy fanfarrón y soberbio y no caía nada bien. Muchos querían sacárselo de encima; se echó a correr la voz de que ejercía la brujería y también se lo acusaba del asesinato de un soldado. Fue arrestado, negó los cargos de brujería, pero confesó ser culpable de asesinato bajo tortura. Finalmente, fue degollado en plena Plaza Mayor de Madrid.

Rodríguez de Losada, Don Rodrigo Calderón en el tormento,
1865


En 1623 se hizo la subasta de sus bienes y Felipe IV, gran admirador de Rubens, lo compró para la colección real y lo hizo colgar en el Alcázar (palacio que se incendió en las Navidades de 1734; el cuadro se salvó de milagro: le quitaron su pesadísimo marco con un cuchillo y lo arrojaron por la ventana).

Rubens, Felipe IV, 1628

En 1628 todavía la guerra continuaba.
Rubens viajó a Madrid para verse con el rey y solicitarle instrucciones acerca de un tratado de paz con Inglaterra. Hizo todo el trayecto a caballo y así entró al palacio real. De incógnito no iba, como verás, y eso que era una misión secreta…

La excusa era la Pintura, naturalmente, pero la realidad era que Rubens llevaba cartas del rey inglés para ser entregadas a Felipe IV y traducírselas. ¡Qué mejor que Rubens para esta misión?

Le asignaron como taller la sala del Príncipe, la misma que utilizaba Velázquez. Ambos artistas compartieron horas de pintura y conversaciones, sin ningún tipo de rivalidad. Incluso visitaron el Escorial juntos, a lomo de caballo… ¿Te los imaginas? ¿De qué hablarían?



“La Adoración de los Magos”, según Pacheco, estaba abandonado junto a una pared de una de las habitaciones de verano del Alcázar (es que en esa época los palacios tenían habitaciones de verano y de invierno: según la orientación, algunas eran más frescas en verano y sólo se usaban durante esa temporada; otras eran más cálidas o más fáciles de calefaccionar en invierno). El mensaje del cuadro ya no tenía sentido.

Martínez del Mazo, copia de Rubens,
Felipe IV a caballo, 1628


Volvió a reencontrarse con su cuadro: allí estaba, en el Alcázar. Habían pasado 20 años, nada menos. ¿Qué habrá pensado de él? Un cuadro que pintó para la celebración de una tregua por una guerra, que aún seguía su curso… Además, 20 años para un artista es mucho tiempo: revisas tus obras anteriores, les ves defectos, zonas que deberías haber trabajado de otra manera o que ahora mismo lo pintarías con otro estilo… Y Rubens decidió modificarlo.






Le agregó más tela en la parte superior y en el borde derecho, para tener más espacio para sus nuevas ideas. Fácil: se cose más tela a la ya pintada. En directo estas costuras se aprecian perfectamente.  Pacheco cuenta que Rubens en esta estadía en Madrid corrigió varios detalles en su obra. No sólo se puede ver esto con radiografías, sino que también se puede comparar con varios estudios y bocetos que hizo previamente.

Rubens, Boceto para la Adoración de los Magos, 1609
(Imagen: Museo de Groningen)


Lo más llamativo es que incluye su autorretrato en la franja que agregó en el lado derecho. Una afirmación de su estatus de artista: 20 años después, aquí estoy yo, triunfando, con el rey y mediando entre otros reyes por la paz.

Y así es como un cuadro, que Rubens había pintado para el Ayuntamiento de Amberes, pasó a ser parte de la herencia de un ajusticiado. Y como pasó a ser parte de la colección real, hoy podemos contemplarlo en el Museo del Prado, eso sí, actualizado y retocado por la propia mano del artista.

 

Fuentes: Gachet, E. Lettres inédites de Pierre-Paul Rubens. Bruxelles, Hayez, 1840

Lamster, M., Master of Shadows: the secret diplomatic career of the painter Peter Paul Rubens

New York, Anchor, 2010;

Néret, G. Rubens, Köln, Taschen, 2006

Web Museo del Prado

 

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