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jueves, 3 de junio de 2021

Se puede decir tanto sobre Leonardo...


Leonardo, La Anunciación, 1475 (Uffizi)

Sobre Leonardo te he hablado muy poco. No porque me faltaran ganas, no. Es que es muy complicado escribir sobre él, siendo un artista al que se recurre tanto. Al final, te cansas o bien, te parece que ya lo sabes todo sobre él.

Leonardo, Anatomía del
hombro, sg. XV

Ah, sí, ingeniero, pintor, escultor, dibujante, poeta, músico, ¿qué más?
(Lo de chef, mejor no: mira este artículo.) Que una persona sea todo eso a la vez y que todo lo que haya hecho sea de tal calidad ya lo califica como genio. Creo que de esto no dudaría nadie. Hoy nos parece normal ver sus dibujos; sin embargo, basta con contemplar sólo uno de ellos para tomar conciencia de que estamos en presencia de algo muy, pero muy especial.

No pretendo contarte su vida hoy; hay miles de biografías que puedes leer si te interesa. Me gustaría comentarte esta vez las historias sobre Leonardo que nos trae Vasari en sus Vidas. Ya te conté quién era por aquí.





Cuando Vasari escribe esta obra, Leonardo, hacía más de 30 años que había muerto. No llegó a conocerlo personalmente: pone por escrito lo que le han dicho acerca de él y que pudo investigar por su cuenta. Pero sí pudo conocer a Francesco Melzi, el albacea y heredero de Leonardo.

Melzi, Retrato de Leonardo,
1516

“Francesco da Melzo, un gentilhombre milanés, que en el tiempo de Leonardo era un joven hermoso y muy querido por él, hoy es un anciano apuesto y amable, que cuida y guarda estos papeles como si fueran reliquias, junto con el retrato de Leonardo, de feliz memoria …”

Éste tuvo a su cargo la custodia y edición de esos papeles: sus notas, que hoy conocemos como el Tratado de la Pintura, y sus dibujos. Melzi recurrió a Vasari para que lo ayude a publicarlos en Roma; sin embargo, la cosa quedó en nada. Cuando Francesco murió, sus herederos (tuvo como 8 hijos) vendieron por separado esos papeles (que ya Francesco había tratado de organizar a su manera) y es por eso que encuentras tantos Codex repartidos por varios museos del mundo. Vasari tuvo en sus manos todo eso (¡qué privilegio!) y quedó maravillado: escritos con la mano izquierda, al revés, y que sólo se pueden leer con un espejo.



Por supuesto, Vasari habla de él con gran admiración y reverencia. ¿Quién podría dudar de la genialidad de Leonardo? Sin embargo, repite más de una vez que el artista no terminaba lo que empezaba (cosa muy cierta) y que, si se hubiese empeñado en cumplir con sus obligaciones, hubiese obtenido mayores beneficios. Pero Leonardo contestaba a estas objeciones, según Vasari:

“Yo no soy pintor por dinero.”

Ocurrió una vez que el papa León X le hizo un encargo y nuestro artista se puso a preparar el barniz con hierbas y aceites. El papa comentó:

“Así que éste está para no hacer nada, puesto que empieza a pensar en el final antes que en el principio de la obra.”

Leonardo, Virgen de las Rocas
sg. XV (Louvre)

Detrás de esa aparente falta de constancia o compromiso
con el trabajo había en realidad un ansia de perfección tal que le impedía a su mano conseguir lo que su cabeza le sugería. Y en su cabeza había tal torbellino de ideas e inquietudes, que no podía
perder el tiempo en tareas poco interesantes. Esta búsqueda de la perfección fue lo que lo animó a retocar una y otra vez a La Gioconda y no haberla entregado nunca a su cliente. La fascinación por ese cuadro también existía por aquella época. Vasari nos describe esos ojos con tanto brillo y profundos, que parecen vivos (te sigue con la mirada…); las pestañas parecen naturales, tanto que hasta pintó su inserción en los párpados; las fosas nasales respiran… La boca, el cuello…






Leonardo, Gioconda, 1503

“… siendo la Mona Lisa bellísima, tenía, mientras la retrataba, quien hiciera música o cantara, y continuamente bufones que la hacían estar alegre, para quitar esa melancolía que la pintura suele dar a menudo a los retratos que se hacen. Y en este (cuadro) de Leonardo había una sonrisa tan agradable, que era una cosa más divina que humana de ver, y era tenido como algo maravilloso…”

Ya ves, esto de la sonrisa de La Gioconda no es nada nuevo.







Otra historia que nos trae Vasari es cómo Leonardo enfrentó la ejecución del fresco de la Última Cena, en el refectorio del convento de Santa María delle Grazie de Milán. Es una obra que sigue a la tradición en cuanto a su composición, pero Leonardo lo solucionó a su manera, o sea, magistralmente, insertando la escena en un armazón de líneas en perspectiva, que a su vez se replica en el punto de vista de la habitación real. Experimentó también con los materiales y no de manera acertada, pues al poco tiempo comenzó a deteriorarse.

Leonardo, La Última Cena, 1495

Causó una impresión tremenda en sus contemporáneos. La caracterización psicológica de cada uno de los Apóstoles los dejó boquiabiertos. Los alimentos dispuestos sobre la mesa estaban pintados a la perfección. Pero dejó sin terminar la cabeza de Cristo, pues consideraba que un humano no puede darle el carácter divino y celestial que le corresponde. Cuenta Vasari que el prior se impacientaba al ver que Leonardo pasaba días sin hacer nada y fue a quejarse al duque Ludovico Sforza. Éste, conociendo al artista, lo llamó para recriminarle amablemente su supuesta haraganería. Leonardo le contestó que el ingenioso trabaja duramente con el intelecto para luego ponerse a la obra con sus manos. El duque se rió y le dio la razón. El prior tuvo que callar y esperar. Muchos viajaban sólo para contemplar este fresco. Tanta era la fama que cuando el rey Luis XII de Francia invadió Milán, quiso arrancarlo de la pared y llevárselo, pero no pudo.

Leonardo, La belle ferronière,
sg. XV

Parece que era una persona afable y de buenas maneras.
Vasari cuenta que deleitaba al duque con la lira, pero no una cualquiera, sino una que él había construido con un cráneo de caballo y caja de plata, y así superó a todos los músicos que estaban allí.

…”a menudo, al pasar por los lugares donde se venden pájaros, con su propia mano los sacaba de su jaula y le pagaba al que los vendía el precio que pedía, los dejaba en el aire al vuelo, devolviéndoles su libertad perdida.”






Leonardo, Cabezas grotescas,
1490

Su afán por conocer los secretos de la naturaleza
no sólo lo llevó a investigar el cuerpo humano en cadáveres para conocer su funcionamiento y anatomía, sino también a todo tipo de engendro en el reino animal. Sus dibujos con cabezas grotescas o figuras fantásticas reafirman esto.

“Conservó  un lagarto, encontrado en el viñedo de Belvedere, que era muy bizarro, con escamas de otros lagartos desollados, con alas en su espalda fabricadas con una mezcla de plata viva, que temblaban al moverse cuando caminaba; y, habiendo hecho sus ojos, cuernos y barba, domesticado y encerrado en una caja, hacía huir de miedo a todos los amigos a los que se lo mostraba.”

Estas cosas hacía Leonardo, sí, señor, y otras muchas.



Pasó sus últimos días en Francia,
amparado y protegido por el rey.  Vasari nos cuenta que murió en los brazos de Francisco I, luego de haberse reconciliado con el Señor.

Leonardo, Adoración de los Magos, 1481
(restaurada 2017)

Podríamos seguir hablando largo rato sobre otras tantas historias de este artista tan polifacético. Estaríamos varios días… ¡y no es mi intención!

Se dicen tantas cosas sobre él…, ¿cómo sería realmente? Pero de todo lo que nos cuenta Vasari acerca de él, una es muy cierta: ¡no terminaba los encargos!

Fuentes: estoy usando la versión italiana de

 Le Vite de Vasari, Roma, Newton Compton Ed., 2007

Traducción: Cristina del Rosso


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