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jueves, 13 de mayo de 2021

El gran rechazado

 

Rousseau, Linde del bosque con el sol poniéndose, sg. XIX


El otro Rousseau

¿Te acuerdas de cuando hablamos de Rousseau el Aduanero? (Lo vimos aquí.) Hay otro Rousseau, menos conocido, pero no por eso mal pintor. Mejor dicho: fundamental. Es uno de los fundadores (por no decir EL fundador) de la llamada Escuela de Barbizon. No era una escuela como tal: era sólo un grupo de amigos que se reunían allí a pintar al aire libre y al cual se fueron uniendo mucho más tarde unos jóvenes inquietos y revolucionarios, tales como Bazille, Monet o Sisley… ¿Te suenan? Sin Rousseau, estos muchachos nunca hubiesen puesto patas para arriba la Historia de la Pintura.

Rousseau, El gran roble en el bosque de 
Fontainebleau, sg. XIX



Pero, ¿quién era Théodore Rousseau? ¿Por qué es tan poco conocido entre nosotros?
Hay muchos factores y se deben mayormente a su propia biografía y manera de trabajar. Por otro lado, es un tipo de pintura que gusta muy poco en nuestra época. Es de esos artistas a los que uno no le presta atención en el museo, ya sea porque no se puede ver todo o porque sus obras nos resultan poco atractivas. Y sea causa o consecuencia, no hay bibliografía para estudiarlo (salvo la biografía de Sensier) ni buenas imágenes para mostrarte.

Rousseau, La avenida de los castaños, 1837



Como les ha pasado a muchos artistas, su padre se opuso a su vocación, pero no pudo con él. Pronto comenzó a enviar obras al Salón de París. Te lo habré contado alguna vez: en esa época, si no eras admitido en el Salón, directamente no existías como artista. Rousseau era demasiado innovador, no cumplía con el canon de la pintura histórica, el mejor género pictórico en esos tiempos, y era rechazado una y otra vez. Así lo fue durante 17 años. Constancia no le faltaba. Su amigo, el crítico Thoré, lo apodó “El gran rechazado”: los jurados del Salón se ensañaban con él sin piedad. Pero él seguía luchando.

Nuestro artista se cansó del ambiente hostil de París
y se radicó a partir de 1848 en Barbizon. Llevaba una vida austera, dedicado sólo a la pintura. Su gran maestra era la misma naturaleza, sus bosques, las rocas, los ríos. Dormía a la intemperie sólo para entender a la noche y a las estrellas. Recorría los lugares andando, sin importarle el clima. De cada salida traía a su taller unos 20 ó 30 estudios, que terminaban casi todos en la basura (salvo que algún amigo lo pescara in fraganti y detuviera su intento).

Rousseau, Marina, 1831



Sus amigos, entre ellos, Millet, Dupré y Sensier (posteriormente, su albacea y biógrafo) lo describen como una persona amable, tolerante, de una sensibilidad extrema y perfeccionista. Tanto que nunca daba por terminado un cuadro. Cuenta Sensier que una vez Dupré se llevó un cuadro de Rousseau a su casa para que no lo siguiera retocando, con la promesa de devolvérselo dentro de un tiempo. Un mes después, luego de contemplarlo en silencio, le dijo que tenía razón y lo firmó. (Cosas que pasan: cuanto más te enfrascas en un cuadro, menos ves: en esos casos es mejor dejarlos en penitencia un tiempo, el que sea necesario.) Ésta es una de las razones por las cuales se lo conoce poco fuera de Francia: hay pocas obras y, además, muchas en muy mal estado por el mal uso de ciertos pigmentos o simplemente sin terminar.

Siendo una persona totalmente dedicada a la pintura, sin tener otras distracciones, sorprendió a todos sus amigos cuando les reveló que se había casado. La chica se había acercado a él para pedirle protección, pues vivía en la más extrema pobreza; él, como buen caballero que era, no iba a permitir una relación anómala y se casó con ella. Fue un matrimonio en que él oficiaba casi como un padre y en la que ella le ofrecía su compañía a cambio. Pero la felicidad duró poco. Su esposa comenzó a tener desvaríos, crisis de nervios, alucinaciones; su inestabilidad mental fue empeorando año a año.

Rousseau, Un pantano en las Landas, 1852



Sus amigos le aconsejaron llevarla a un manicomio, pero él consideraba que, de hacerlo, la hubiese abandonado a su suerte y su sentimiento de culpa hubiese sido insoportable. Asumió que iba a soportarlo todo, sea lo que fuere. Como las desgracias no vienen solas, su padre, ya mayor, pasó a depender económicamente de él. Y para colmo de males, mientras él estaba de viaje con su esposa, un amigo de la infancia, al que habían acogido en su casa, se suicidó. Rousseau hizo las diligencias correspondientes y nunca más se habló del tema.

Comenzó a tener éxito: varios coleccionistas compraron sus cuadros. Finalmente, el reconocimiento público le sobrevino tardíamente, cuando los marchantes Bram y Durand-Ruel lo apoyaron. En Bélgica y Holanda requerían sus cuadros y no por nada: era un francés que pintaba “a la holandesa”. Vendía muy bien, pero no de manera regular y muchas veces se sentía apremiado por los acreedores. De a poco se fue convirtiendo en el referente de los pintores de paisajes al aire libre.

Rousseau, La tarde, sg. XIX



Estando en plena campaña de pintura en el Mont Blanc (1863) tuvo una neumonía que quebró su salud: sufría de insomnio, le aquejaban fiebres altas y estaba totalmente débil. Sin embargo, sus ganas de vivir y de seguir adelante lo ayudaban a sobreponerse. La salud de su mujer se complicaba cada vez más y sus cuadros se volvieron oscuros, trágicos. La enfermedad de ella no sólo la iba destruyendo sino que también lo iba consumiendo a él. Con todo, él la calmaba, la protegía.

Rousseau, Vista de la cadena del Mont Blanc, 1863



En 1867 fue nombrado presidente del jurado de la Exposición Internacional. El estrés de este cargo le minó las pocas fuerzas que tenía. No le otorgaron ningún premio, ni siquiera en agradecimiento por su labor y él, que era una persona afable y pacífica, reaccionó de manera furibunda. Mientras tanto, expone con mucho éxito. Y finalmente llega el tan ansiado premio: recibe la Cruz de la Legión de Honor.

Pero no podrá disfrutar de su éxito. Ese año sufre un infarto cerebral, que le deja el lado izquierdo del cuerpo paralizado. Tiene tremendos dolores de cabeza y apenas puede sostener la paleta. Piensa que será algo pasajero y planea ir a Suiza con su esposa para respirar aire puro: la naturaleza, la que lo acogió tantas veces, lo iba a curar. El médico lo hizo entrar en razones.

Rousseau, Paisaje con grupo de árboles, sg. XIX

La enfermedad avanzaba sin piedad y él ponía todo su empeño para revertir su parálisis. Salía a caminar, hacía ejercicios… pero las noches eran terribles. Cuando no pudo valerse por sí mismo, lo sacaban a pasear en silla de ruedas o en coche. Y su mujer, con crisis espantosas. Millet, viendo la situación, decidió irse a vivir con su señora a la casa de los Rousseau para cuidarlo. Nuestro artista pronto tomó conciencia de que ya no podía hacer nada más; hizo su testamento y ordenó qué hacer con sus obras. En un acto de resignación ante su destino entregó a sus amigos la llave del taller, para que hicieran un inventario.

Encontraron allí 3 cuadros en los caballetes. Cuando estaban colocándolos en el coche para llevárselos, reciben un mensaje de Millet: Rousseau había muerto a los 55 años.

Rousseau, El bosque de Fontainebleau, sg. XIX



A este artista se lo encasilla en el Realismo (lo vimos por aquí). En cierto sentido es así, pues buscaba la correspondencia total con lo que veía. Por otro lado, hasta se podría decir que era un romántico, por esa necesidad de plasmar paisajes íntimos en los que proyectar su estado de ánimo. Sus raíces están en Constable, Rembrandt, los paisajistas holandeses, Lorena y las estampas japonesas. Sus cuadros revelan variedad de formas y atmósferas y ni qué hablar de la cantidad de verdes que utiliza. Su pintura es el último eco de una época, la resistencia contra la industrialización y la ciudad moderna. Tomarán el testigo esos jóvenes con los que había compartido sesiones de pintura en medio del bosque y éstos se encargarán de que la Pintura ya no sea la misma.

Fuentes: Coenn, D. Théodore Rousseau: paintings. Morrisville, Lulu, 2013
Sensier, A. Souvenirs de Thédore Rousseau. Paris, Techener, 1872

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