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jueves, 15 de octubre de 2020

Los que rompieron los moldes

 

¿Qué es el Impresionismo?

Monet, Impresión: atardecer, 1873


A los impresionistas los tenemos incorporados en nuestra cultura. Los hemos aceptado, los tenemos por todas partes. Cientos de veces mis alumnos me han dicho: “Me encanta el impresionismo, pero eso del arte contemporáneo…”. Y se me cruza por la cabeza: “Los impresionistas también fueron ‘contemporáneos’”.

Y no sólo porque todo artista es contemporáneo en su propia época, sino porque eran la vanguardia, los innovadores, los que venían a romper los moldes.  Fueron rechazados de plano. Creían en lo que hacían y eran tan testarudos que no dieron el brazo a torcer. Y, además, en ellos está el germen de lo que hoy se hace en arte, el “arte contemporáneo”.

Renoir, Jarrón con crisantemos,
sg. XIX

No nacieron de la nada.
Hay varios factores que confluyeron para su nacimiento. En primer lugar, las investigaciones sobre el color. Delacroix y Turner habían hecho muchos avances en el tema. Fue fundamental la aparición del libro de Chevreul sobre la interacción de los colores complementarios. (Lo vimos aquí














Otro detalle es la invención de la fotografía (1826): ya no valía la pena posar horas y horas para un retrato y la pintura pierde su rol testimonial. El artista tiene toda la libertad del mundo para crear y busca nuevos temas: no sólo se trata de investigar luz, color, composición, sino expresar emociones. La pintura se convierte en la expresión de la visión del mundo exterior por parte del creador, a través de sus vivencias subjetivas.

Hiroshige, Vistas de Edo 72,
sg. XIX

No podemos dejar de mencionar la influencia de las estampas japonesas.
Japón había estado cerrado al comercio internacional durante siglos (1603-1867). De repente, comienzan a llegar mercancías envueltas en papeles con estas estampas (Monet y van Gogh las coleccionaban) y éstas revelan una manera distinta de ver el arte: nada de volúmenes, nada de sombras, todo plano; nada de perspectiva lineal, sino simulación de profundidad por la superposición. El arte japonés, junto con la fotografía, les proporciona enfoques y ángulos insospechados en cuanto a la composición.










Corot, Iglesia de Marissel, junto
a Beauvais, 1867

Monet, Bazille, Renoir y Sisley
estudiaban con Gleyre, un profesor disciplinado y generoso, pero poco dado a innovar.
En cuanto podían salían a pintar por los alrededores de París, a Fontainebleau. Corot, Rousseau, Daubigny y Millet habían abierto el camino a esos bosques unos años antes; la diferencia era que ellos hacían el boceto en el lugar y terminaban la obra en el taller. Los tubos de aluminio como envase para las pinturas eran una novedad y esto hace que sea posible pintar al aire libre (inventados por Goffrand, 1841).











Observando a la naturaleza, los impresionistas descubren (ya lo decía Chevreul), que los objetos no tienen colores propios, que dependen de la incidencia de la luz y que las sombras son coloridas. Basta ya de cuadros en colores tierra u oscuros. De hecho, descartaron el negro de la paleta. Renoir dijo una vez: “Una mañana, uno de nosotros se quedó sin negro y ése fue el comienzo del Impresionismo”.[1] Quién sabe si esto fue realmente así, aunque es bastante descriptivo.


Renoir, La Grenouillère, 1869


Monet, Mujer con sombrilla, 1875

Trabajar en la naturaleza implica captar el motivo rápidamente
(esto ya se hacía con las acuarelas, pero no con el óleo) y no tienes tiempo para correcciones o dedicarte a los detalles. En fin, digamos que es pura improvisación. Ellos buscan efectos de luz, de color, captar un instante: la pintura se convierte en una imagen congelada de un fenómeno efímero que transcurre en la naturaleza. La pincelada es expresión de todo esto: el cuadro es un entramado de toques cortos y fugaces. Lo que importa es el conjunto, no el detalle.










Esto influirá en la elección de los temas: esta técnica se adapta perfectamente para el paisaje y la figura humana inmersa en la naturaleza. Intentan captar la brisa, las olas, esa nube que se escapa, ese reflejo en el agua. 

Monet, Estación San Lázaro, Llegada de un tren, 1877



Morisot, Julie con niñera, 1880

También hay grandes ejemplos de retratos en interiores, que muestran escenas íntimas o la actividad en el hogar… 

















Y nada para las naturalezas muertas, salvo para los cuadros de flores: es una contradicción tratar de captar el instante de un modelo quieto. Lo intentaron, pero los resultados no estuvieron a la altura de sus cuadros de paisajes.

Monet, Galettes, 1882 



Un género en el que descollarán será el paisaje urbano: son los pintores de la ciudad moderna, con sus nuevos edificios, la luz de gas o eléctrica, las nuevas formas de ocio nocturno, el tren, los carruajes, los grandes almacenes y el nuevo concepto de la moda. En este sentido, aunque eran revolucionarios, seguían siendo realistas: querían mostrar lo que veían y cómo lo veían.

Caillebotte, La plaza de Europa, 1877


Siguiendo a Chevreul, aplican el color directamente sobre el lienzo en blanco,
no en la paleta, acudiendo a lo que se llama la “mezcla óptica”: si pones 2 colores juntos, el ojo del espectador se encarga de mezclarlos. De esta manera los colores cobran vida, comienzan a vibrar: es sólo un efecto óptico que ocurre en nuestra visión, no en el cuadro. Dependen de nuestra manera de mirar. (Te lo expliqué aquí) Algunos no dibujaban, dibujaban pintando, como Monet (aunque era un dibujante fenomenal); otros, como Degas, seguían fijando el motivo con el dibujo, a la manera tradicional.

Morisot, Rosas, 1880

La única manera de mostrar los trabajos
y hacerse un hueco en el mundo del arte de esa época era presentándose en el Salón de París. No pasaron la selección. Dado que fueron rechazadas más de 6000 obras y, ante la queja formal y exasperadas de esos postulantes, Napoleón III optó por acogerlos en el Salón de los Rechazados (1863). Las burlas en la prensa fueron lapidarias. Pero hubo quienes los defendieron, como Zola, Huysmans, Champfleury y Baudelaire. (Te conté algo por aquí )










En abril de 1874 deciden exponer todos juntos en el estudio del fotógrafo Nadar. Allí Monet presenta su cuadro “Impresión: amanecer”. El crítico Leroy comentó en el periódico “Le Chiarivari” de manera despectiva las obras del “impresionismo”, término que toma del cuadro de Monet y que quedará como nombre identificatorio del grupo. Fue un fracaso: el público no estaba acostumbrado a esa apariencia de boceto, a las manchas y que no estuvieran acabados como corresponde.

En total organizaron 8 exposiciones (hasta 1886). Pissarro fue el único que participa en todas. Los otros, van y vienen, por distintos motivos: enfermedades, discusiones con el grupo, cambio de intereses, etc.

Pissarro, Castaños en Osny, 1873



Es un movimiento francés, aunque se fue extendiendo paulatinamente a otros lugares, como Alemania, Estados Unidos, Escandinavia, Italia, España, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Rusia y algunos países de Latinoamérica.

Así fue cómo se convirtieron en el punto de partida del arte moderno. Nada de lo que hoy hacemos en Pintura hubiese sido posible sin ellos.

Monet, Parlamento de Londres, 1903


 
Fuentes: Argan, G.C. Die Kunst des 20. Jahrhunderts 1880-1940. Berlin, Propyläen V., 1990
Brettel, R.R. Modern Art 1851-1929. Oxford, Oxford University Press, 1999
Honour, H.-Fleming, J. Weltgeschichte der Kunst, Munich, 1983
Laneyrie-Dagen, N. Leer la pintura. Barcelona, Larousse, 2010
Walther, I.F. Impressionismus. Köln, Benedikt Taschen, 1996
 
 

[1] Citado en Linares, Impressionist gardens. Paris, Éd. Place des Victoires, 2016



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