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jueves, 13 de agosto de 2020

Paseando por los jardines de Klimt


De vacaciones

Klimt, Jardín con flores, 1907
No sé qué tiene Klimt. Le gusta a todo el mundo.

Parece mentira que haya pintado esos cuadros hace más de un siglo. Sin embargo, ahí están y siguen siendo actuales, contemporáneos.

Sus obras más famosas son retratos: mujeres lánguidas, rodeadas de flores, de arabescos y mucho pan de oro. O “El beso” o “El árbol de la vida”. Seguro que los has visto alguna vez y los reconocerías, aunque no supieses quién lo pintó. Son parte del archivo colectivo de imágenes de nuestra cultura.


Klimt, Jardín con colina, 1916 (Imagen: Sammlung Kamm)
Alguna vez te conté de sus cuadros de paisajes, cuando se iba de vacaciones al lago Attersee (si te lo perdiste, lo puedes leer aquí). Pasó varios veranos allí, de 1900 a 1916 (salvo un viaje a Italia en 1913), siempre con Emilie Flöge, su compañera.
Bueno, así como pintaba paisajes en sus vacaciones, también pintaba jardines. Era una manera de relajarse, de pintar porque sí, de pintar lo que se le daba la gana y no por encargo. Todo eso le servía para investigar técnicas que luego aplicaría en otras obras de taller.







Todos en formato cuadrado, enormes, de 110 x 110 cm. El cuadrado implica una composición equilibrada, simétrica, y el artista, al elegirlo, quiere trasmitir armonía. ¿Te lo imaginas pintando al aire libre con semejante bastidor?

Klimt, Girasol, 1906
Tiene varios de girasoles: son las flores del verano; esos cuadros son un homenaje a van Gogh, el pintor de girasoles por excelencia.  En éste la flor está incluída en una estructura piramidal, hasta se parece a una de esas tantas mujeres que ha retratado. Y no sería casual: por aquella época la analogía mujer-flor era muy corriente. ¿Y cuántas veces rodeó a sus musas con flores?












Klimt, Jardín de la granja, 1905
Y en éste, los girasoles forman una franja que divide la obra. Por allí se esconde otro girasol, a punto de escaparse de los límites del lienzo. Lo que llama la atención es la variedad de colores, el contraste vibrante de verde y rojo (complementarios: lo vimos aquí). La característica de todas estas obras es que aparentan no tener profundidad, sin perspectiva: una superficie plana. No hay sombras de ningún tipo, ni proyectadas ni de volumen. Cada elemento vale por sí mismo. Y no hay cielo, sólo el jardín y sus flores. Pero sí, hay sensación de profundidad: lo logra achicando las formas hacia al fondo (arriba del lienzo, la más de las veces) o diluyendo los contornos o la textura.




Fíjate en "El jardín con flores": repite el mismo esquema piramidal. Son flores que ascienden: esto se da no sólo por la estructura, sino también por los colores. Otra vez, sólo el jardín.

Klimt, Rosas bajo los árboles, 1905 (Imagen: Musée d'Orsay)
¿Rosas? Sí, también. En éste del Museo de Orsay el protagonista es el árbol gigantesco, que ocupa todo el lienzo. 

















Klimt, Huerto con rosas, 1912
Pero en “Huerto con rosas” se anima a mostrarnos un poco más del jardín, incluyendo el sendero, que nos lleva hacia el fondo. Otra vez, no hay cielos ni horizonte. ¿Qué son esos árboles, manzanos? Quizás.













Klimt, Jardín italiano, 1913 (Imagen: Sammlung Kamm)
En éste también lo intenta con el sendero. Pero no es de sus veranos en el lago, sino de ese viaje de 1913 a Italia. Aquí vemos la casa al fondo. Ni siquiera hace falta que pinte el cielo: sabemos que está ahí, nos lo imaginamos. Fíjate en la variedad de colores, en la variedad de las flores. Suponemos que no fue fiel a la realidad; podemos suponer que lo que tenía delante de sus ojos le sirvió de inspiración y echó a volar con  sus pinceles y colores.










Klimt, Jardín: prado con flores, 1906
Aquí tenemos otra vista: los árboles enmarcan el prado; a lo lejos una arboleda y un poquito de cielo.


















Klimt, Casa del guardabosque en Weissenbach I, 1914
“La casa del guardabosque en Weissenbach I” es más complejo. El jardín ocupa el primer plano, aunque el foco de atención y el motivo principal del cuadro es la casa del guardabosque. Las formas de los arbustos nos van indicando el camino de nuestra mirada hasta llegar a la casa. Parece fácil componer un cuadro así, pero te aseguro que no lo es, para nada.












Klimt, Campo de amapolas, 1907
Y las amapolas: quizás lo conozcas. La mayor parte del cuadro lo ocupa el campo con sus amapolas (otras flores de verano) y deja esa franja ínfima ahí arriba para el cielo, el horizonte y una línea de árboles. Está basado, de nuevo, en el contraste de rojo y verde, algo muy difícil de lograr. ¿Sabes cuántos matices de verdes tiene esta obra? Incontables. Lástima que las reproducciones no le hagan el honor que se merece.











No sé tú, pero yo me lo imagino cargando con caballete, colores, lienzos enormes y disfrutando, pintando en medio de la naturaleza, lejos de las obligaciones de Viena. Y con la brisa del lago…

 

Fuentes: Payne, L. Klimt. Bath, Parragon, 2004

Tretter, S.- Weinhäupl,P. Gustav Klimt: Summer Sojourns on the Attersee 1900-1916.

München, Brandstätter V., 2015





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2 comentarios :

  1. Me encantaaaa como lo explicas y lo vives Cristina 😃muchas gracias por hacernos conocer más a este gran Artista . 😘😘

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