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jueves, 7 de febrero de 2019

¿Fama o dinero?


Heade, Orquídeas y colibríes, sg. XIX

¿Qué es lo que lleva a alguien con talento y gran oficio a falsificar obras de arte? 

Noah Charney, en su libro The Art of Forgery, las detalla una por una. Las motivaciones pueden ser muy variadas: la fama, el dinero.... El caso que te traigo hoy es el de Ken Perenyi, ¿lo conoces? Él mismo se definió como el mayor falsificador de arte de USA. No tenía problemas de autoestima, pero algo de razón tenía.

(Las imágenes que ilustran este artículo son los cuadros originales en los cuales Perenyi se inspiró para falsificarlos. Como suele suceder en estos casos, las imágenes de los “fakes” no están disponibles.)
Heade, Orquídeas y colibríes, sg.XIX

A pesar de que el FBI estaba detrás de sus pasos, nunca pudieron arrestarlo y finalmente sus delitos prescribieron. Escribió sus memorias contando sin tapujos sus andanzas. Las tituló “Caveat Emptor”, una frase latina que podríamos traducir hoy en día como “A cuenta y riesgo del comprador”.

¿Qué es lo que lo llevó a dedicarse a esto? La necesidad de dinero, en primer lugar. De jovencito se dedicaba a las artes gráficas. Se metió en el ambiente hippie de Nueva York, conoció a artistas y le picó el bichito de la pintura. De tanto en tanto ilustraba revistas o sobres de vinilos. Tenía un proyecto de arte conceptual, pero no podía pagar el alquiler.


Heade, Dos colibríes con su cría, sg.XIX
Mientras tanto, creció en él la pasión por coleccionar muebles antiguos. Recorría los pueblos buscando tesoros y luego los vendía. Un día, un amigo pintor, reconociendo su talento, le mostró un libro sobre van Meegeren (te conté quién es aquí y aquí). ¿Por qué no emularlo? Se pone a copiar cuadros sin parar. 

En las casas de subastas escudriña cuadros antiguos y descubre que usaban como soporte la misma madera de los muebles que él compraba. La cosa era fácil: pintar un retrato que pareciera del sg. XVI, en un formato de los que se usaban en la época, lo deja secar al sol, le hace el craquelado con una aguja fina y lo ensucia por delante y por detrás. Lo lleva a una pequeña galería y logra venderlo por 800 dólares sin ningún problema. Así fue el comienzo de una carrera de engaños y falsificaciones, sin ningún tipo de escrúpulos.


van Ruysdael, El molino de Wijk, sg XVII


Siempre con la necesidad del sustento cotidiano, consiguió trabajo en lo de un restaurador muy prestigioso, Erwin Braun Sonny. De él aprende a reconocer épocas, bastidores, marcos; a limpiar obras antiguas, saber si el barniz es antiguo o no... O a usar la cola de conejo para imprimar las telas. Con todo este conocimiento se larga a copiar van Goyen o van Ruysdael. Los vende sin problemas.


van Goyen, Mar de Haarlem, 1656


Su sueño era producir su propia obra, pero, oh, no tenía dinero para pagar los materiales o un taller, así que los van Goyen y van Ruysdael se convierten en su tabla de salvación. Incluso guardaba un pequeño stock para acudir a ellos en caso de necesidad.

Cuando las cosas se ponen mal en 1977, se muda a Florida, donde viven sus padres y, junto con su amigo José, decide abrir allí un taller de restauración, que, en el fondo, era una pantalla para su actividad como falsificador. Un amigo coleccionista de Nueva York, Jimmy Ricau, le muestra sus cuadros sobre pintura americana temprana, Heade, Buttersworth, Peto, King, Peale... Y éste, maravillado por la capacidad de copiar de Perenyi, le propone que haga “nuevos” cuadros de estos pintores, pues solían venderse fácilmente. Los estudia a fondo, los marcos, craquelado, formatos, telas, firmas, todo tipo de detalle. Solía comprar cuadros mediocres de esa época, los limpiaba, recogía el barniz antiguo para volverlo a usar y los repintaba a su antojo.

King, El lobo de la pradera, 1822
Tanto Buttersworth como Heade hacían varias versiones del mismo tema y usaban una plantilla para reproducir el mismo barco u orquídeas y colibríes... ¿Por qué no podría aparecer un “nuevo” cuadro de estos autores? ¿Por qué no hacer aparecer en el mercado un aborigen de King desconocido? Los lleva a Nueva York, los ofrece en galerías, vende 8 “fakes” sin problemas. Y cada mes volaba a Nueva York con nuevos cuadros en la maleta.

Jimmy lo alojaba en su casa y lo dejaba trabajar allí. ¿Por qué lo hacía? Para burlarse de los curadores y marchantes. Nadie nunca había falsificado pintura americana de esa etapa.






El triunfo llega cuando en un catálogo de subasta reconoce 2 Buttersworth que eran obras suyas. No sabe cuánto pintó ni dónde están ni quién los tiene, pero lo cierto es que toda Nueva York había sido ocupada con sus obras.


Buttersworth, Velero Emily, 1878

El primer aviso de peligro fue en un hotel de Nueva York: unos detectives los estaban buscando a él y a José. Logran huir de prisa, desmantelan el taller, destruyen cualquier papel comprometedor. Se instalan en Miami; para no despertar sospechas, deja de producir cuadros durante un año. Hacen un viaje a Londres, se enamora de la campiña inglesa y se instalan en Bath. 

Pero no te creas que este señor se había regenerado, no. Recorriendo Sotheby’s y Christie’s descubre a los pintores ingleses de caballos y perros. Leyendo la reglamentación de estas casas de subastas, descubrió que ni ellas ni el vendedor se hacen cargo de la autenticidad. (Siempre hay que leer la letra pequeña...) O sea, que en principio no estaba cometiendo ningún delito si ofrecía una obra que no era lo que se suponía.

Así que ahora tocaba investigar a Stubbs, Sartorius, Herring, Whitcomb, Brooking... Los pinta en Miami y los lleva en la maleta a Londres. Los ofrecen en Sotheby’s, Christie’s, Bonham... Se  disfrazan cada vez, se cuidan de ser atendidos por diferentes personas... Los venden sin problemas.


Herring, Amato, ganador del derby, 1838


Pero no era fácil trasladar los cuadros de esa manera: había que pasar por la aduana. Un día un marchante le muestra cómo había sido reemplazado el lienzo de un cuadro antiguo: el asunto de la aduana se solucionaba imitándolo. Esto tenía la ventaja de que podía pintar cuadros más grandes, los podía llevar enrollados y ponerle un marco de cualquier tienda de Inglaterra. No importaba que no fuera de la época, ya que los compradores preferían un marco más moderno. Y los compradores, cosas de la vida, eran americanos que se los llevaban a USA. Ya no tenía sentido hacer tanto viaje: ¡también hay oficinas de estas casas en Nueva York! Presentaba 2 ó 3 obras por semana (vaya, qué rapidez para pintar) y nunca le pedían ningún papel ni le hacían preguntas sobre la procedencia.

Heade, Flores de la pasión y colibríes,
sg.XIX
José se enferma de sida en 1987 y muere. El tratamiento médico de su amigo lo dejó sin dinero. Se le ocurre entonces volver a los antiguos autores: pinta una “Gemas del Brasil” de Heade, unas orquídeas con un colibrí, al que lo llama cariñosamente “Fat boy”. Después de todo, habían pasado 10 años desde el encuentro con el FBI. 

Lo lleva a Londres en 1992, haciéndose pasar por un turista americano que lo había encontrado en el maletero de un coche. ¡La noticia salió en Times! En la casa de subastas fueron muy cautos: analizaron la obra, pero él logró engañarlos. Les dijo que era un regalo de Jimmy, quien había muerto hacía 2 años y había donado su colección a varios museos. El cuadro fue vendido a 717000 dólares. Un año más tarde, curiosamente, se comentó en los diarios de un Heade que, al ser restaurado, había sido destruido totalmente. (Qué raro, ¿no?)

A estas alturas ya no tiene problemas de dinero y puede darse el lujo de vender a conocidos, que saben lo que hace y sin necesidad de pasar por galerías o subastas. Y quiere retomar su proyecto de arte contemporáneo.

En 1998 el FBI se presenta en su casa. Se han vendido 2 Buttersworth falsos que coinciden con otros que habían aparecido 10 años antes. Lo visitan en su casa, lo interrogan. No había casi cuadros en su casa, sólo como decoración, aunque había algunos en proceso en su taller, abajo. Afirma que es un inversor y coleccionista, que no tiene ni idea de lo que le están hablando, que no se acuerda de dónde los compró y que no tiene recibos. Que pinta, pero como amateur. Su abogado le aconseja que diga la verdad. De nuevo aparece el FBI y les dice que en realidad él pintó los cuadros falsos, que los vendía como reproducciones legalmente en casas de subastas: el FBI no tiene jurisdicción en Londres.


Buttersworth, Gran República, 1850


Pasan 4 años. Los agentes tienen todo tipo de documentación, catálogos, recibos, transferencias... Sin embargo, nunca lo arrestaron: quizás porque a las casas de subastas no les convenía seguir con el asunto.

Hoy se dedica a lo mismo de siempre: a copiar cuadros y venderlos como falsos legales. Sigue viviendo en Miami. Sus más de 2000 falsos siguen circulando por museos y colecciones como auténticos.

Puedes ver su obra en su web
kenperenyi.com


Éste es un pequeño resumen de su libro: no te pude contar todos los detalles de su asombrosa vida. Te recomiendo que lo leas.

Fuentes: Charney, N. The art of forgery. London, Phaidon, 2015
Perenyi, K. Caveat Emptor.  New York, Pegasus Book, 2013





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