¿Qué es lo que lleva a alguien con
talento y gran oficio a falsificar obras de arte?
Noah Charney, en su libro The Art of Forgery, las detalla una por
una. Las motivaciones pueden ser muy variadas: la fama, el dinero.... El caso
que te traigo hoy es el de Ken Perenyi, ¿lo conoces? Él mismo se definió como
el mayor falsificador de arte de USA. No tenía problemas de autoestima, pero
algo de razón tenía.
(Las imágenes que ilustran este artículo son los cuadros
originales en los cuales Perenyi se inspiró para falsificarlos. Como suele
suceder en estos casos, las imágenes de los “fakes” no están disponibles.)
Heade, Orquídeas y colibríes, sg.XIX |
A pesar de que el FBI estaba
detrás de sus pasos, nunca pudieron arrestarlo y finalmente sus delitos
prescribieron. Escribió sus memorias contando sin tapujos sus andanzas. Las
tituló “Caveat Emptor”, una frase latina que podríamos traducir hoy en día como
“A cuenta y riesgo del comprador”.
¿Qué es lo que lo llevó a
dedicarse a esto? La necesidad de dinero, en primer lugar. De jovencito se dedicaba
a las artes gráficas. Se metió en el ambiente hippie de Nueva York, conoció a
artistas y le picó el bichito de la pintura. De tanto en tanto ilustraba
revistas o sobres de vinilos. Tenía un proyecto de arte conceptual, pero no
podía pagar el alquiler.
Heade, Dos colibríes con su cría, sg.XIX |
En las casas de subastas
escudriña cuadros antiguos y descubre que usaban como soporte la misma madera
de los muebles que él compraba. La cosa era fácil: pintar un retrato que
pareciera del sg. XVI, en un formato de los que se usaban en la época, lo deja
secar al sol, le hace el craquelado con una aguja fina y lo ensucia por delante
y por detrás. Lo lleva a una pequeña galería y logra venderlo por 800 dólares
sin ningún problema. Así fue el comienzo de una carrera de engaños y
falsificaciones, sin ningún tipo de escrúpulos.
van Ruysdael, El molino de Wijk, sg XVII |
Siempre con la necesidad del
sustento cotidiano, consiguió trabajo en lo de un restaurador muy prestigioso,
Erwin Braun Sonny. De él aprende a reconocer épocas, bastidores, marcos; a
limpiar obras antiguas, saber si el barniz es antiguo o no... O a usar la cola
de conejo para imprimar las telas. Con todo este conocimiento se larga a copiar
van Goyen o van Ruysdael. Los vende sin problemas.
van Goyen, Mar de Haarlem, 1656 |
Su sueño era producir su propia
obra, pero, oh, no tenía dinero para pagar los materiales o un taller, así que
los van Goyen y van Ruysdael se convierten en su tabla de salvación. Incluso
guardaba un pequeño stock para acudir a ellos en caso de necesidad.
Cuando las cosas se ponen mal en
1977, se muda a Florida, donde viven sus padres y, junto con su amigo José,
decide abrir allí un taller de restauración, que, en el fondo, era una pantalla
para su actividad como falsificador. Un amigo coleccionista de Nueva York,
Jimmy Ricau, le muestra sus cuadros sobre pintura americana temprana, Heade, Buttersworth,
Peto, King, Peale... Y éste, maravillado por la capacidad de copiar de Perenyi,
le propone que haga “nuevos” cuadros de estos pintores, pues solían venderse
fácilmente. Los estudia a fondo, los marcos, craquelado, formatos, telas,
firmas, todo tipo de detalle. Solía comprar cuadros mediocres de esa época, los
limpiaba, recogía el barniz antiguo para volverlo a usar y los repintaba a su
antojo.
King, El lobo de la pradera, 1822 |
Jimmy lo alojaba en su casa y lo dejaba trabajar allí. ¿Por qué lo hacía? Para burlarse de los curadores y marchantes. Nadie nunca había falsificado pintura americana de esa etapa.
El triunfo llega cuando en un catálogo de
subasta reconoce 2 Buttersworth que eran obras suyas. No sabe cuánto pintó ni dónde están ni quién los tiene, pero lo cierto es que toda Nueva York había sido ocupada con sus obras.
El primer aviso de peligro fue en
un hotel de Nueva York: unos detectives los estaban buscando a él y a José.
Logran huir de prisa, desmantelan el taller, destruyen cualquier papel
comprometedor. Se instalan en Miami; para no despertar sospechas, deja de
producir cuadros durante un año. Hacen un viaje a Londres, se enamora de la
campiña inglesa y se instalan en Bath.
Pero no te creas que este señor se había
regenerado, no. Recorriendo Sotheby’s y Christie’s descubre a los pintores
ingleses de caballos y perros. Leyendo la reglamentación de estas casas
de subastas, descubrió que ni ellas ni el vendedor se hacen cargo de la
autenticidad. (Siempre hay que leer la letra pequeña...) O sea, que en principio
no estaba cometiendo ningún delito si ofrecía una obra que no era lo que se
suponía.
Así que ahora tocaba investigar a Stubbs, Sartorius, Herring, Whitcomb, Brooking... Los pinta en Miami y los
lleva en la maleta a Londres. Los ofrecen en Sotheby’s, Christie’s, Bonham...
Se disfrazan cada vez, se cuidan de ser
atendidos por diferentes personas... Los venden sin problemas.
Herring, Amato, ganador del derby, 1838 |
Pero no era fácil trasladar los
cuadros de esa manera: había que pasar por la aduana. Un día un marchante le
muestra cómo había sido reemplazado el lienzo de un cuadro antiguo: el asunto
de la aduana se solucionaba imitándolo. Esto tenía la ventaja de
que podía pintar cuadros más grandes, los podía llevar enrollados y ponerle un
marco de cualquier tienda de Inglaterra. No importaba que no fuera de la época,
ya que los compradores preferían un marco más moderno. Y los compradores, cosas
de la vida, eran americanos que se los llevaban a USA. Ya no tenía sentido
hacer tanto viaje: ¡también hay oficinas de estas casas en Nueva York!
Presentaba 2 ó 3 obras por semana (vaya, qué rapidez para pintar) y nunca le
pedían ningún papel ni le hacían preguntas sobre la procedencia.
Heade, Flores de la pasión y colibríes, sg.XIX |
Lo lleva a Londres
en 1992, haciéndose pasar por un turista americano que lo había encontrado en
el maletero de un coche. ¡La noticia salió en Times! En la casa de subastas
fueron muy cautos: analizaron la obra, pero él logró engañarlos. Les dijo que
era un regalo de Jimmy, quien había muerto hacía 2 años y había donado su
colección a varios museos. El cuadro fue vendido a 717000 dólares. Un año más
tarde, curiosamente, se comentó en los diarios de un Heade que, al ser
restaurado, había sido destruido totalmente. (Qué raro, ¿no?)
A estas alturas ya no tiene
problemas de dinero y puede darse el lujo de vender a conocidos, que saben lo
que hace y sin necesidad de pasar por galerías o subastas. Y quiere retomar su
proyecto de arte contemporáneo.
En 1998 el FBI se presenta en su
casa. Se han vendido 2 Buttersworth falsos que coinciden con otros que habían
aparecido 10 años antes. Lo visitan en su casa, lo interrogan. No había casi
cuadros en su casa, sólo como decoración, aunque había algunos en proceso en su
taller, abajo. Afirma que es un inversor y coleccionista, que no tiene ni idea
de lo que le están hablando, que no se acuerda de dónde los compró y que no
tiene recibos. Que pinta, pero como amateur. Su abogado le aconseja que diga la
verdad. De nuevo aparece el FBI y les dice que en realidad él pintó los cuadros
falsos, que los vendía como reproducciones legalmente en casas de subastas: el
FBI no tiene jurisdicción en Londres.
Buttersworth, Gran República, 1850 |
Pasan 4 años. Los agentes tienen
todo tipo de documentación, catálogos, recibos, transferencias... Sin embargo,
nunca lo arrestaron: quizás porque a las casas de subastas no les convenía
seguir con el asunto.
Hoy se dedica a lo mismo de
siempre: a copiar cuadros y venderlos como falsos legales. Sigue viviendo en
Miami. Sus más de 2000 falsos siguen circulando por museos y colecciones como
auténticos.
Éste es un pequeño resumen de su
libro: no te pude contar todos los detalles de su asombrosa vida. Te recomiendo
que lo leas.
Fuentes: Charney, N. The art of forgery. London, Phaidon,
2015
Perenyi, K. Caveat Emptor. New
York, Pegasus Book, 2013
No hay comentarios :
Publicar un comentario