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jueves, 4 de febrero de 2021

Quien mal anda, mal acaba

 
Se non è vero, è ben trovato.

Fra Filippo Lippi, Madonna con Niño y escenas de la vida de Santa Ana, sg. XV

Parece que hoy se me dio por los refranes. Es lo que me pasa por la cabeza cuando leo la biografía de Fra Filippo di Tommaso Lippi en las Vidas de Vasari. ¿Te acuerdas? Ya te conté quién es este señor (pincha aquí).

Escribió la primera Historia de la Pintura, preguntando a unos y a otros, sin mucha documentación a la mano. Por eso lo que nos cuenta tiene mucho de leyenda y rumores. Pero, ¿qué hacer cuando no tenemos suficientes datos de ciertos autores y sólo tenemos las Vite? A veces no es tan fácil decidir qué hay de cierto o de verdad en lo que nos cuenta.

Lippi, Madonna con el Niño y
ángeles, 1465

Durante mucho tiempo tuvimos en casa una reproducción de este cuadro.
Nunca me gustó, más que nada porque era una reproducción bien mala y yo hubiese preferido a algún otro artista. Pero a caballo regalado, no se le miran los dientes (otro refrán). (De hecho, hace rato que lo descolgué y puse una copia de da Messina, hecha por mí.)

Pero también… es que me acordaba de la historia que tiene detrás y, claro, uno piensa en Filippo Lippi y la vida del artista tiñe la percepción de su obra. Es como si vieras un Picasso y dijeras que no quieres saber nada con él por la cantidad de mujeres con las que se lió. Caravaggio, tampoco, porque era un asesino. Y van Gogh no, porque estaba loco y por eso pintaba mal. O algo así.




Filippo Lippi, Hombre y mujer
en el marco de una ventana.
1440

En fin, Filippo Lippi era un mujeriego y picarón.
Iba a lo suyo, como quien dice. Había quedado huérfano con 2 años, lo crió una tía a duras penas y cuando cumplió los 10 lo metió a fraile en el convento de los carmelitas. Como dice Vasari: “Este muchacho era muy diestro e ingenioso en las labores manuales, pero bruto y poco capacitado para el estudio de las letras…” (más claro, imposible). El prior se dio por vencido y trató de que se esmerara en la pintura y en el dibujo.














Por ese entonces, Masaccio estaba terminando de pintar la capilla del convento (lo vimos aquí). Filippo se lo pasaba todo el día mirando lo que hacían, cómo preparaban el fresco, cómo aplicaban los colores, etc.  Se entusiasmó y decidió colgar los hábitos para dedicarse a la pintura, aunque tenemos el dato de que nunca dejó de ser fraile.

Masaccio, Capilla Brancacci, sg. XV (Imagen: Wikipedia)



Cuenta Vasari que fue apresado por unos moros mientras paseaba en barca por un lago con unos amigos (¿será verdad?). Los tomaron como esclavos. Durante unos 18 meses se fue haciendo amigo de su amo. Lo dibujó con carbón en una pared y quedaron todos maravillados. A escondidas (los musulmanes no tienen permitidos los retratos) el amo le hizo algunos encargos. Finalmente, ganó su favor, lo liberó y lo dejaron en Nápoles. Allí trabajó un tiempo, pero añoraba Florencia y retornó a su ciudad.

Allí pinta muchas obras de escenas religiosas para conventos e iglesias. Ganaba mucho dinero, pero, así como lo ganaba, se lo gastaba. Cosme de Médici apreciaba muchísimo su arte y le ofreció su amistad. Dicen que Filippo era muy alegre, y, por lo visto, caía muy bien a los poderosos. El problema era que, según Vasari, era muy enamoradizo y que no paraba hasta conseguir que la mujer que le gustaba se rindiese ante él. Era capaz de cualquier cosa para lograr su objetivo. Cosme llegó a encerrarlo para que terminara su encargo y no perdiera el tiempo con mujeres, pero Filippo era imposible de retener: llegó a escaparse por una ventana con sábanas anudadas… Cosme, al final, tiró la toalla y le dejó hacer lo que quisiera. Es que estos genios tienen tantas cosas raras: “convencido de que las excelencias de los ingenios raros son formas celestes y no vulgares asnos.” (Vasari dixit.)

Filippo Lippi, La coronación de la Virgen, 1441



Al tiempo le tocó ir a Prato a decorar el castillo. Fue con fra Damiano del Carmine, un compañero del convento y ayudante suyo. Y aquí comienzan los problemas: las monjas del convento de Santa Margherita le pidieron una tabla para el altar de su capilla. Allí vio a una monja de una belleza espectacular. Era la hija de Francesco Buti, Lucrezia. Era 1454. Dos años después Filippo la rapta, ella queda embarazada y da a luz a un niño, Filippino (quien será pintor como su padre), para deshonra de su familia y del resto de las monjas. Ella volvió al convento. Hubo otras varias escapadas y dio a luz a una hija, Alessandria. A todo esto, el papa Eugenio IV le ofreció la dispensa para que pudiera casarse y que arreglara sus asuntos, pero Filippo no aceptó.

Lippi, Banquete de Herodes, 1452-65, fresco



Filippo Lippi, Adoración en el bosque,
sg. XV

El caso es que la modelo de la figura de la Virgen del cuadro que te mencionaba arriba es justamente Lucrezia. Imagínate la vergüenza, la rabia, ante el descaro de Filippo…

Elegantemente, Vasari nos cuenta:

“Fue tan querido por sus buenas cualidades que muchas de las cosas reprobables que había en su vida quedaron cubiertas por tan elevado grado de virtud.” Vamos, que hizo lo que se le dio la gana, y que muchos lo perdonaron porque sus cuadros eran magníficos.




Filippo Lippi, Madonna con
el Niño, sg. XV

Pero, como te decía antes, quien mal anda, mal acaba.
Esto era algo que no se podía dejar pasar. Era una injuria constante para la familia de la chica, y, según lo que dice nuestro autor, Filippo Lippi fue envenenado por encargo de los Buti. Así murió.

Fra Damiano se hizo cargo de Filippino (no sabemos nada de qué pasó con la niña); cobró lo que le adeudaban a Filippo por los trabajos que estaban haciendo y le dio unas migajas al niño. Éste, luego, fue discípulo de Botticelli.








Así que, si no es verdad, al menos está bien imaginado…

Fuente: Vasari, G., Las vidas, Madrid, Tecnos, 2006



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