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jueves, 19 de noviembre de 2020

Todos se volvieron locos


La locura por los tulipanes

Bosschaert, Flores en jarrón de cristal, sg. XVII

¿Te gustan los tulipanes? Es una flor muy bonita, de varios y brillantes colores. No tiene perfume. Florece una vez al año, en la primavera, y hay que esperar hasta la próxima para poder volver a disfrutarlos. Y cortadas, no duran mucho. Los holandeses son sus mayores productores: es parte de su identidad nacional. Es una planta originaria del Asia y muy apreciada en Turquía. De hecho, el nombre está etimológicamente relacionado con “turbante”. ¿Cómo es que los holandeses se apropiaron de ella?

Es una larga historia y no quiero demorarme mucho en contártela, porque si no este artículo llegará a las 50 páginas, por lo menos.








Se supone que fue introducido en 1559 en Holanda. El embajador del Imperio Austrohúngaro en Turquía, Ghislain de Busbecq, era un gran aficionado a la floricultura, los llevó a Viena y los cultivó en los jardines de la corte. Y desde allí contagió a otros académicos (como Clusius, a quien se lo llama “el padre del tulipán”), creando así un grupo de entendidos y fans de esta flor, que la estudiaron y la clasificaron.

van der Ast, Naturaleza muerta con frutas y flores, 1620

Me dirás: “¿A qué viene todo esto? ¿No era que hablábamos de Pintura por aquí?”. Es que la locura por los tulipanes fue tan increíble que fue objeto de especulación, hasta convertirse en causa de una burbuja económica. Como toda burbuja, se pinchó y afectó a gran parte de la sociedad de los Países Bajos. Entre los perjudicados había unos cuantos artesanos, pintores (que también eran artesanos por esa época) y gente muy conocida, de la que habrás oído hablar muchas veces.

Variedad "Semper Augustus"

¿Cómo es que un bulbo de tulipán se haya llegado a vender por el precio de una mansión o un diamante?
No se sabe cómo empezó todo. Aparentemente, el cuidado y sigilo con que los investigadores guardaban los bulbos hizo que se percibiera como un objeto de lujo y muy valioso, hasta tal punto que a Clusius le robaron unos cuantos. Por otra parte, un bulbo no te dice nada de cuál será el aspecto de la flor, así que el misterio era también parte del asunto. Solían aparecer tulipanes jaspeados y no se sabía por qué. Éstos eran rarezas y, por lo tanto, los más caros y exclusivos. En el sg. XX se supo que estos bulbos estaban infectados con un virus y que éste era el que les producía esas rayas coloridas. Algunas de estas especies no existen más, pues hubo que destruirlas para que no se extendiera la plaga.







Hacia 1620 el precio de los bulbos comenzó a ascender rápidamente. Un bulbo podía costar 1000 florines (un carpintero ganaba al año 250). Los precios subían más y más. Los productores buscaban colocar sus plantas en todas partes: ¡hasta se exportaban a Estados Unidos! Y ya no era sólo cuestión de académicos y productores: también estaban aquellos advenedizos que querían ganar dinero de manera fácil. Para los comerciantes, médicos, boticarios, abogados, carniceros, albañiles, maestros, herreros, molineros, granjeros, participar en la cadena de compra y venta de bulbos significaba hacer una diferencia importante en sus ingresos. Por darte un ejemplo, Jacob de Gheyn era un apasionado de la jardinería, y, asociado con Clusius, pintó un catálogo de tulipanes para el emperador Rodolfo II. Cuando murió en 1629 dejó en herencia unos 40000 florines, una fortuna.

Leyster, Libro de los tulipanes, 1640
(Imagen: Frans Hals Museum)



de Vos, Año 1637: El comercio
de viento de tulipanes, 1637

Holanda estaba en guerra con España
(¡durante 80 años!); en 1636 los asoló la peste bubónica que dejó unos 5700 muertos. Había mucho dinero en los bancos a causa de las herencias, por el comercio con las Indias Orientales y por la captura de los galeones españoles llenos de oro y de plata, y, como pasa siempre, esto no llegaba a la población en general, devastada por la guerra y el bloqueo español.













La mayoría no era especialista en el tema. Se reunían en las tabernas a transar lo que se llamó más tarde “compraventa de futuros”, y que ellos denominaron “windhandel”= “comercio de viento”. Este tipo de venta era algo usual en La Compañía de las Indias Orientales: el contenido de lo que probablemente importaran ya estaba vendido antes de zarpar. No había conciencia del riesgo; era como jugar a la lotería. (Y hacer apuestas sobre cómo iba a salir la flor era cosa de todos los días.) En las hosterías se podía reservar espacios privados para hacer las transacciones. Incluso se llegó a negociar en el interior de las iglesias.

Anónimo, La venta de bulbos, sg. XVII
(Imagen: Museo de Bellas Artes de Rennes)


Casi no había registro de la transacción, apenas se dejaba cuenta en un papel, en el que se documentaba cómo era la cadena de sucesivos compradores. Y de un bulbo que quizás ni siquiera habían visto, que estaba bajo tierra esperando su tiempo para florecer. No era del todo legal, pero ¿quién podía controlar a un par de borrachos en la taberna, pujando por unas “cebollas” que no existían? Todo el mundo se endeudó, esperando recuperar la inversión en algún momento. Además, todos tenían la esperanza de poder plantarlos y duplicar la ganancia con los nuevos bulbos que salieran naturalmente. Comenzaron a cotizarse en bolsa, con unos espléndidos catálogos con ilustraciones, precios y peso de cada unidad.

Gérôme, Tulipomania, 1882



El 3 de febrero de 1637 en Alkmaar se vendió un lote de bulbos a 90000 florines (desde el comienzo de la burbuja los precios se habían inflado un 500%; la casa más cara de Amsterdam costaba 10000). Al día siguiente se puso en venta otro lote y nadie compró. Los precios bajaron un 95% de un día para otro y en todas partes, en efecto dominó: todos intentaban vender y nadie compraba. Y llegó la quiebra para todos los involucrados: de la noche a la mañana, sin nada. Al final de la cadena estaba el que había plantado el tulipán y fue el que realmente perdió; el resto sólo tenía una ínfima parte de él, contratos por precios irreales y deudas. El gobierno tuvo que intervenir proponiendo anulación de los contratos, pero tampoco ayudó de mucho. No se sabe por qué se cortó el esquema: probablemente, por el rumor de que había una superproducción para atender a la demanda; otros dicen que influyó el ingreso de los alemanes en las transacciones.

Van Gogh, Campo de tulipanes, 1883



Fue una verdadera locura colectiva. El sistema se basaba en inflar los precios, basándose siempre en que alguien estuviera dispuesto a recibir el bulbo real. Colapsó cuando no hubo nadie que aceptara seguir con el juego.

Monet, Campos de tulipanes en Holanda, sg. XIX



Jan van Goyen fue un pintor de marinas y paisajes muy conocido. Pintó cerca de 1200 obras e influyó en muchos artistas posteriores. Trabajaba muy rápido y con pigmentos baratos para bajar los costos. Sin embargo, murió lleno de deudas. Invirtió toda la herencia de su padre en inmuebles y en tulipanes. Su última compra de bulbos fue dos días antes del crash. Había dejado de pintar durante 3 años para poder dedicarse de lleno a la especulación. Su acreedor y los herederos de éste lo persiguieron durante toda su vida. Tuvo que vender su colección de arte y mudarse a una casa más chica. Murió pronto, dejando 18000 florines de deuda a la viuda, que tuvo que salir a vender el resto de obras y los muebles que les quedaban.

Van Goyen, Mar de Haarlem, 1656



En realidad, la crisis afectó a aquella parte de la sociedad que se la jugó en la especulación. Los floricultores siguieron plantándolos y vendiéndolos, a igual o menor precio. Dejó una gran herida en la conciencia de los holandeses. En una sociedad puritana y ascética, la devoción y locura por esta flor traicionó sus creencias, pues la convirtieron en objeto de adoración y, por lo tanto, ofendieron a Dios.

de Champaigne, Naturaleza muerta con calavera


Un ejemplo patente es el del Dr. Tulp: sí, ése al que Rembrandt lo retrató en su Lección de Anatomía (lo vimos aquí). En realidad, se llamaba Claes Pierterszoon y, por su adoración a los tulipanes, se hizo cambiar su apellido por “Tulp”. Había adoptado esta flor para su escudo familiar. Pero cuando la tortilla se dio vuelta, el Dr. se dio cuenta de que había caído en una trampa en la que no había sido fiel a sus principios morales y, arrepentido, sacó el escudo de la fachada de su casa.

Rembrandt, La lección de anatomía del Dr. Tulp, 1632



El tulipán está presente en todo el arte holandés del sg. XVII. No falta en ningún bodegón. En todos los casos simboliza la vanidad; es un memento mori ("Recuerda que vas a morir", en latín). No todos los holandeses quedaron atrapados por su belleza: hubo muchas voces de advertencia en panfletos, grabados y algunas pinturas. Quizás la más descriptiva sea ésta de Jan Brueghel el Joven (vimos hace poco la historia de los Brueghel aquí): historias de monos.

Brueghel el J., Alegoría de la tulipomanía, sg. XVII

 
Fuente: Dash, M. Tulipomania. London, Orion Book, 1999


 

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