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jueves, 29 de mayo de 2025

Cada silla, una identidad

 





Las sillas vacías de Van Gogh

Van Gogh es inagotable. De sus más de 800 cartas que su cuñada guardó celosamente puedes recorrer el alma de una persona que sufre, llena de anhelos y proyectos, compasiva, iracunda, apasionada… Y con pasión por el color.

En esa conversación con su hermano (y amigos y familiares) se va desgranando todo su recorrido como artista, sus aprendizajes, sus inseguridades. Y cada cuadro, detallado, e incluso, con pequeños dibujos explicativos en la misma hoja. Está todo perfectamente documentado (y yo te diría como en ningún otro artista) y lo que no es porque los protagonistas decidieron callar.

Hoy te quiero contar la historia de dos cuadros suyos muy “curiosos”. Al menos, así se los describió a su hermano: las dos sillas vacías, la de Gauguin y la de él mismo.

Van Gogh, La arlesiana, Mme. Ginoux,
1888

Su gran deseo era fundar una colonia de artistas, en las que se pudieran intercambiar ideas, proyectos, hacer exposiciones grupales… No era una invención suya: los impresionistas holandeses, los escandinavos, los rusos y tantos otros ya lo hacían (pincha en los nombres y podrás releer estos posts). Había que convencer a Gauguin, que, por ese entonces andaba por la Bretaña, también con escasez de dinero. Théo le vendía sus cuadros y Gauguin no quería quedar mal con su marchante. Por otro lado, Théo no podía ubicar los cuadros de su hermano.

Gauguin, después de mucho vacilar, aceptó la invitación de los Van Gogh y marchó a Arlès. Vincent, emocionado ante la llegada de su tan admirado maestro, pintó los girasoles frenéticamente, para decorar la casa; hasta compró mejores muebles para recibirlo.

Van Gogh, 14 girasoles en un
jarrón, 1888

Gauguin no esperaba nada de ese lugar. Detestaba a los campesinos. Sólo había aceptado para no malquistarse con Théo y para bajar costos. Era un artista reconocido, sus cuadros se vendían, los colegas lo admiraban y tomaban nota de lo que decía (puedes verlo aquí). No sentía amistad por Vincent; en realidad, detestaba lo que hacía: demasiado amarillo.

Gauguin preparaba minuciosamente cada cuadro, con sus bocetos perfectamente dibujados y no le gustaba pintar del natural: nada de pintar al aire libre. Los cuadros había que idearlos en la cabeza, no copiar de la naturaleza. Todo lo contrario de Vincent: espontaneidad pura, pintura al aire libre… pero sus cuadros no se vendían y era Gauguin el que se llevaba todo el reconocimiento. Gauguin le daba clases, con toda la arrogancia de la que era capaz y Vincent, como lo admiraba, le prestaba atención y trataba de seguir sus indicaciones, aunque sin convencimiento. Théo lograba colocar las obras de Gauguin: ante los ojos de Vincent, que amontonaba cuadros sin vender, era una asimetría difícil de tragar, pero que, a la vez, lo impulsaba a esforzarse y ser mejor.

Van Gogh, La casa amarilla, 1888

Gauguin llegó a la casa amarilla y se encontró con un gran desorden. Impuso orden no sólo en la casa sino también en las finanzas, trató de recortar gastos y rentabilizar el dinero que tenían (bueno, había sido agente de Bolsa, así que de esto sabía un poco). Hasta se puso a cocinar, para no gastar en restaurantes. Despreciaba la decoración que Vincent había preparado para él. Se hizo traer sus propios muebles y hasta puso sus propias sábanas. No perdía oportunidad de demostrarle lo superior que era a su anfitrión, aprovechándose de su baja autoestima y de sus frustraciones. La inseguridad de Vincent crecía y crecía.

Van Gogh, El café de noche, 1888


Vincent trató de seguir las indicaciones de Gauguin, se esforzó, (tal como lo había hecho con Mauve), buscó dibujar más… pero no, no había caso. Gauguin le quiso demostrar su destreza con el retrato de la arlesiana, Mme. Ginoux, la dueña del restaurante y a quien le pagaban el alquiler de la casa. Gauguin detestaba a las arlesianas, pero ahí se puso a pintarla. Primero hizo el boceto en un dibujo bien pormenorizado y después se largó a pintar el cuadro de memoria, imaginándosela en el local. Es una clara referencia (o tomadura de pelo) a Vincent, que había pintado ese mismo interior: lo pinta con el mismo rojo furioso. La pone a ella en primer plano y detrás pinta, como parroquianos, al cartero y al teniente Milliet, tal como los había retratado Van Gogh. Una burla bien sarcástica: él no necesitaba modelos ni estar en el lugar, la invención lo era todo. (Vincent pintó más tarde varias versiones del retrato de Mme. Ginoux.)

Gauguin, En el café, 1888

Vincent se cansó. Tomó dos lienzos iguales y se puso a pintar las dos sillas: vacías, pero que revelan la identidad de los dos personajes. Lo hizo a su manera, como lo sabía hacer, aplicando la teoría del color, con pinceladas llena de textura y, por supuesto, pintados muy rápidamente y del natural.

Gauguin, Mme. Ginoux, boceto
1888

La silla de Van Gogh, hoy en la National Gallery, es una silla humilde, de ésas que había comprado para equipar la casa. Van Gogh era un hombre sin pretensiones, admiraba al campesino, al hombre de trabajo. Sobre la silla, su pipa y una bolsa de tabaco: fumar lo relajaba y, en el contexto del Barroco holandés, era un símbolo de la fugacidad de la vida. El ambiente, el mismo que el de “La habitación”. Las paredes, en realidad, eran blancas, pero Vincent toma la ley de los contrastes complementarios (lo vimos aquí) y las pinta de color celeste, para que contraste con el amarillo y naranja de la silla. Detrás hay una caja con cebollas, al parecer, donde el artista poner su firma. ¡Quién sabe cuál es la función de esa caja!

Van Gogh, La silla de Van Gogh, 1888

La silla de Gauguin, hoy en el Museo Van Gogh, revela otra personalidad. Es una silla elegante, que Vincent había comprado para el dormitorio del huésped. Sobre ella, una vela y libros. De nuevo, símbolos de la fragilidad de nuestra vida. El ambiente es diferente: paredes verdes y, cómo no, suelo de arcilla, rojo, como corresponde al contraste de complementarios. En el fondo, una lámpara de gas: es una escena de noche.

Van Gogh, La silla de Gauguin, 1888

Los dos cuadros están concebidos para verse juntos: dos personalidades diferentes, día y noche, humildad contra la opulencia. Van Gogh no toma este motivo por casualidad: había quedado impresionado con el grabado de Fildes, “La silla vacía”, sobre la muerte de Dickens  y su despacho solitario.

Fildes, La silla vacía, 1870

En este sentido, estos dos cuadros deberían clasificarse como naturalezas muertas o pintura de interior, si se quiere, pero, con toda la carga psicológica que tienen, en realidad, son retratos. Retratos de dos individualidades que se manifiestan por la ausencia.

Van Gogh, El amante (Teniente
Milliet), 1888

Poco tiempo después la relación estalló en mil pedazos. Gauguin no aguantó más y se quiso marchar. Y ya sabemos cómo terminó la historia… (te lo conté por aquí).

Lamentablemente los cuadros terminaron en distintos museos. Los heredó Jo y su hijo Vincent William. “La silla de Van Gogh” fue adquirido por la National Gallery: no se sabe por qué quisieron venderlo y mantener el de Gauguin. Probablemente, ¿porque no encontraron comprador?

Van Gogh pintó estas dos sillas como acto de rebeldía, de insumisión. Quizás teniendo ya la premonición de la partida de Gauguin y de que su sueño nunca se haría realidad.

 

Fuentes:  Naifeh, St.- White Smith, G. Van Gogh. La vida. Madrid, Taurus, 2012 

Van Gogh, V. The letters of Vincent van Gogh. Londres, Penguin Books, 1997

 


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