Van Dyck, Cristo coronado de espinas, 1620/ Hebborn, "Van Dyck, Dibujo preparatorio" (Imagen: British Museum y The Guardian) |
Probablemente Eric Hebborn
(1934-1996) sea el más prolífico y talentoso de todos los falsificadores de
arte. Tenía una capacidad impresionante para ponerse en la piel de cualquiera
de los llamados “Maestros Antiguos” y lograr una copia verosímil, tanto, que
engatusó a los expertos de Christie’s, Sotheby’s, Colnaghi, el British Museum,
el Metropolitan, etc. etc.
Eric Hebborn (Imagen: The Guardian) |
Escribió varios libros, entre
ellos, su biografía, donde cuenta detalladamente su actividad como copista
(nunca admitió ser un falsificador). También (créase o no), un manual para
falsificadores con recetas y secretos para el que se quiera iniciar en esta
actividad. Otro libro bastante significativo es su gramática del dibujo (The Language of the Line), en el que intenta revalorizarlo
como disciplina. Lo estaba terminando de escribir cuando murió en extrañas
circunstancias: una noche lluviosa en Roma, alguien en la calle lo golpeó en la nuca con un objeto contundente.
Falleció a los pocos días en el hospital. Nunca se supo exactamente qué pasó ni
quién fue.
Tuvo una infancia muy difícil,
viviendo en internados o con familias de acogida. De muy joven se interesó por
las antigüedades. Estudió Arte: fue un alumno brillante, con varios premios en
su curriculum. Trabajó como profesor en algunas escuelas, pero el dinero
escaseaba. Consiguió trabajo en un taller de restauración: allí conoció de
primera mano lo que los expertos buscan cuando necesitan autenticar una obra de
arte (parece ser que éste es un recorrido común entre todos los
falsificadores…). Su jefe tenía un negocio paralelo: un día
apareció un cliente con un lienzo holandés del sg. XVII en blanco y le pidieron
que hiciera un “Vandevelde”, aprovechándose de su capacidad para interpretar a
otros artistas. Su jefe se encargaría de envejecerlo y todo lo demás. A Hebborn
esto no le pareció muy honesto, pero lo hizo. Su jefe, al ver el resultado, le
ofreció que se asociara con él. Pero… su anhelo era ganar la beca para ir a
estudiar a Roma y ya había postulado.
Gainsborough, El muchacho azul, 1770 |
Así se dio cuenta de que podía
usar esa habilidad para sí mismo y, cada vez que sus finanzas hacían agua,
pintaba un cuadro "al estilo de…" y lo vendía. No lo firmaba; lo hacía tasar. El
experto en cuestión le adjudicaba una autoría: éste es un “Johns”, un
“Sickert”… y él no lo desmentía. Si el experto lo dice… Su especialidad era el
dibujo: son más fáciles de colocar en el mercado; generalmente, los grandes
artistas hacían bocetos y no los firmaban: sólo bastaba con conseguir el papel
y materiales correspondientes a la época del autor y añejarlo un poco. Llevó 2
dibujos al British Museum, alegando no saber quién era el autor, como control
de calidad de su trabajo: los había hecho a la manera de Lely, pero el experto
consideró que eran 2 Gainsborough. Entonces, ya que estamos, se puso a estudiar la línea y
estilo de Gainsborough; envía otro dibujo a otro experto, quien lo certifica como un
estudio para el Muchacho azul: su
dibujo termina en Sotheby’s en 1963.
Finalmente se le adjudicó la beca.
Como nunca había salido de Londres, decidió recorrer Europa a pie. Partió desde
Calais, enfiló hacia Alemania, Bélgica, Holanda… hasta cruzar los Alpes y
llegar a la Academia de Roma. Allí conoció a Anthony Blunt, un especialista en
Poussin, curador de la Colección Real de Inglaterra y director del Courtauld
Institute (y de quien más tarde se supo que era un espía ruso). Fueron muy
amigos durante toda la vida; de él aprendió cómo piensa un crítico al evaluar
una obra. En Roma trabajó duro, pero sus obras no tenían éxito. Tenía algunos
encargos de retratos, pero no llegaba a fin de mes. Cuando se le terminó la beca, tuvo que volver a Londres: lo habían llamado para un puesto de profesor de arte. Pero la
experiencia docente no le gustó y la nostalgia por Roma fue más fuerte. Decidió mudarse a Italia.
Hebborn, Dibujo al estilo de Rommey (Imagen: Daily Mail) |
En Roma funda en 1963, junto con su pareja, Pannini
Galleries, una galería especializada en dibujos y grabados antiguos. Y, como te
imaginarás, era la pantalla perfecta para comercializar sus propias copias sin
despertar sospechas. La galería consigue hacerse un hueco en el mercado de
antigüedades de Roma. Su catálogo contenía obras de 20 autores importantes,
entre ellas, un Whistler (que era una copia de él: el original lo destruyó).
Tenía su propio código de actuación: jamás trabajar con amateurs.
Corot, Henri Leroy, sg. XIX (Fogg Art Museum) |
Su siguiente desafío fue engañar a
un experto de 1ra línea. Antes de buscar a su víctima perfecta, primero hizo una prueba: dibuja un niño inspirado en Corot. Lo enmarca, siempre sin firma, y
lo lleva a Colnaghi, de Londres; les dice que piensa que es un Degas. “No, no:
es un Corot”, le contestan. Pero resulta que el mercado está infestado de
falsificaciones de este artista y es muy complicado colocar este tipo de
dibujos. Sin embargo, se lo compraron y lo revendieron a alguien de USA.
Círculo de Brueghel el v., Los templos de Venus y Diana, 1594 (1964) (Imagen: Metropolitan Museum) |
Su vida transcurre entre Italia y
el Reino Unido. Si sus pinturas no tenían éxito, sus esculturas en bronce por
encargo eran muy requeridas. La galería funcionaba muy bien, pero la tentación de
probarse a sí mismo y el desafío de poner en jaque a los supuestos expertos podían más. Le ofrece a Colnaghi, de nuevo, un
“Brueghel”, Los templos de Venus y Diana,
que termina en el Metropolitan. Y así, con otros tantos maestros antiguos.
Un “Francisco del Cossa” terminó
en Sotheby’s y fue a parar a la Pierpont Morgan Library. No había puesto mucho
empeño en este dibujo: para él había sido como un ejercicio para no perder la
mano. El papel era antiguo, pero la tinta, a pesar de que la fabricaba él con
las recetas de la época, no daba cuenta del paso del tiempo: lavó el papel y
raspó con una cuchilla de afeitar los bordes. Nadie se dio cuenta: estuvo
expuesto durante 13 años sin que nadie dijera nada.
Y llegó la oportunidad de probar a un experto.
Blunt era especialista en Poussin. Tenía que encontrar algo que lo pusiera a
prueba, sin que fuese demasiado evidente. Dibujó un casco, inspirándose en
Poussin, pero con la técnica de Ghisi. Blunt dijo que no era de Poussin; no
aventuró un autor, pero sí que era antiguo. Se lo muestra a Hans Calmann, y
éste, que rivalizaba con Blunt, al enterarse de su veredicto, dijo, con toda
seguridad, que era un Poussin. En Christie’s se lo rechazaron, pero en Colnaghi
se lo aceptaron.
Ghisi, Troyanos rechazando a los griegos, 1538 (Hermitage Museum) |
La siguiente víctima fue
Christopher Wright: le presenta unos dibujos y éste los identifica como de “Sperandio”. Estaba hecho en el mismo papel que el “Cossa” de la Pierpont
Morgan Library: hubiera sido una gran casualidad que los 2 dibujos
estuvieran juntos y que alguien pudiera notar ese detalle. Pues sí: Wright lo
vendió a la National Gallery de Washington. En 1976, el curador de este museo,
un austríaco llamado Oberhuver, tuvo ante sus ojos los 2 dibujos, mismo papel,
autores con siglos de diferencia. Reconoce la mano de un mismo artista y
descubre que los 2 han sido lavados para envejecerlos. Avisa a la Pierpont
Morgan, y, después de 13 años, descubren que su dibujo no es original. Ambas
instituciones habían comprado las obras en Colnaghi, y, oh, cosas del destino, éstas
habían sido ofrecidas por Hebborn.
La casa de subasta dudó mucho en
hacer público el hecho. Finalmente, dieron un comunicado en la prensa en 1978 y
devolvieron el dinero a sus clientes. No podían admitir el error: eran ventas
de hacía 10 años. Tampoco queda muy claro si realmente hicieron la vista gorda
para no dejar pasar el negocio. ¿Eran cómplices y quedaron en evidencia? Como
dice Hebborn, al dealer lo único que le interesa es el dinero, no el arte.
Hebborn mostrando su técnica (Imagen: The Guardian) |
El nunca se declaró culpable ni
recibió sanciones. Copiar obras de otros artistas es algo que se hace desde
tiempos inmemoriales. Él no las firmó nunca, ni tampoco afirmaba la autoría
supuesta de sus copias. Siempre sometió sus obras al veredicto de los expertos.
Puso en jaque la credibilidad de todos ellos. Se le reprochaba que, bueno, ganó
dinero con eso. Y él contestaba que no pensaba regalar su trabajo.
Hebborn, según Piranesi (Imagen: The Guardian) |
En fin, la historia de Hebborn y
sus engaños da bastante que pensar. Él mismo en su biografía se defiende:
copiar un cuadro es como interpretar una partitura, no he cometido ningún
delito. No hay fakes, sólo la atribución es falsa. Pero engañó a todos y cobró por eso. Claro, pero si hubiese firmado “copia a la manera de… por
Hebborn”, el precio hubiese sido mucho menor, ¿no? Puso en evidencia la poca
formación de los críticos: ninguno ejerce alguna disciplina artística. Las
atribuciones se hacen a ojo, de manera subjetiva, por comparación con obras
similares; después vienen los estudios químicos, de los materiales. Es poner el
dedo en la llaga: es rarísimo encontrar a un crítico que alguna vez haya
experimentado el arte desde dentro.
Hebborn, Retrato a la manera de Rembrandt y Rincón de cocina, 1957 (Imagen: alchetron) |
Se calcula que hay más de 1000
obras en museos que son obra de sus manos. Hasta ahora se han descubierto 25. Es un gran papelón para los museos: él sometía a sus obras al escrutinio de más de 3 expertos. En fin, es la historia de
un artista con un talento increíble que pateó el tablero del sistema comercial
de las casas de subastas y galerías. Pero, la consecuencia de esto es que así
reescribió la Historia de la Pintura: cada una de sus obras son un inciso que
ponen en duda la verosimilitud de toda la historia. (Si es que lo descubres…)
No te pude contar todos los
detalles de su vida. Te recomiendo que leas, si puedes, su biografía. Si te
interesa oír de primera mano lo que decía este personaje, hay disponibles
varios videos en internet.
Fuentes: Charney, N. The art of forgery. London, Phaidon,
2015
Hebborn, Drawn to trouble. New York, Random
House, 1991
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