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jueves, 5 de diciembre de 2019

¡Al ladrón!

Segovia, Iglesia de San Juan de los Caballeros (Imagen: Wikipedia)

A veces, los pintores nos obsesionamos con algo y nada nos detiene hasta que conseguimos nuestro objetivo. Zuloaga era un poco así; su cuadro de “Los flagelantes” (1908) es causa y producto de un casi delito.
Zuloaga, Los flagelantes, 1908

Es una obra tremenda, (tremendista, mejor dicho) con una gama oscura de colores, como solía usar el pintor, y mucha sangre. Cristo parece una escultura, una imagen de madera. Y más aún nos asombra esa espalda encorvada y sangrienta del flagelante: es la única parte del cuadro con colores cálidos y luminosos.
















El artista muestra una costumbre que existía en algunos pueblos españoles durante Semana Santa, la de la autoflagelación de los devotos como expiación de las culpas, mientras se representaba el Descendimiento. Desclavaban la imagen del Cristo de su cruz, lo iban bajando e inclinando hasta que la mano tocara la cabeza del disciplinante, que esperaba arrodillado y enmascarado. Esto daba comienzo a su castigo autoinfligido. Y luego seguían los demás, por turnos.

Zuloaga, Catedral de Segovia


Zuloaga vivía en ese entonces en Segovia; tenía parte de su familia por allí. Había comprado la iglesia de San Juan de los Caballeros, que estaba desacralizada y abandonada, para usarla como taller (hoy es un Museo dedicado al pintor). Los espacios abiertos le facilitaban la ejecución de lienzos enormes y de poder poner a posar a varios modelos juntos.

Catedral de Tudela
Estamos en 1908. La inspiración de este cuadro le surgió al ver un Cristo en una capilla de  la Catedral de Santa María de Tudela (Navarra). Frente a esta imagen, los hermanos de la Cofradía de la Sangre se sometían a latigazos a sí mismos. Pero él vivía en Segovia y necesitaba un modelo. Descubrió que en el orfanato y convento de dominicas de la ciudad había un Cristo que le podía servir. (Actualmente el edificio del convento pertenece a una universidad). Y no paró hasta conseguirlo.
















Cristo, Cueva de Santo Domingo,
Segovia (Imagen: dominicoshispania.org)
Un día de octubre a las 12 de la noche las monjas se despertaron sobresaltadas. Se oían martillazos, abajo, en la Cueva de Santo Domingo, una capilla que sólo se abría en las festividades del santo. Y se oían voces. Seguramente era un robo. Se acercaron sigilosamente hasta la puerta, muertas de miedo, con cirios en las manos: vieron a 4 hombres fornidos cargando al Cristo, cruz incluida, iluminándose con velas. No se atrevieron a gritar. Pensaron en que si era voluntad divina, estaba bien, y si era un robo, Dios se encargaría de castigarlos.















A la mañana siguiente, Zuloaga tuvo que explicar lo que había pasado. Por mediación de un fraile conocido suyo, le permitieron usar la escultura como modelo, con las debidas licencias. Le habían pedido que lo hiciera de noche, para no enfadar al pueblo, pues la imagen era considerada milagrosa y todos pensarían que había profanado el lugar.

Zuloaga, El Cristo de la Sangre, 1911


¡Pero se olvidó de avisar a las monjas! Él mismo se disculpó ante ellas y les dio las debidas explicaciones. Y parece ser que ellas quedaron muy desilusionadas: esperaban un milagro.


Zuloaga, Viejas casas de Segovia, 1917


Ya ves hasta dónde puede llegar el afán de realismo en un pintor.

"Los flagelantes" se encuentra en la Hispanic Society de Nueva York.

Fuentes: De Arozamena, J.M. Zuloaga, el pintor, el hombre. San Sebastián,
Soc. Guipuzcoana de ediciones y publicaciones, 1970;
Lafuente Ferrari, E. Ignacio Zuloaga y Segovia. Segovia,
Academia de Historia y Arte de San Quirce, 1984;
Utrillo, M. y otros, Five essays on the art of Ignacio Zuloaga.
Miami, HardPress Publishing, s.d.


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