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jueves, 14 de mayo de 2020

¿Velázquez era un pintor adinerado?


Velázquez, La rendición de Breda, 1634

Velázquez es considerado el mejor pintor del Barroco español, que ya es decir mucho. Para mí, el mejor de toda la Historia de la Pintura, aunque, claro, habrá quien me lo discuta. Sin embargo, sabemos poquísimo de él. No ha dejado ningún escrito, ni siquiera alcanzó a hacer testamento. Otros, como Pacheco, su suegro, o Palomino, en su Parnaso español, nos cuentan un poco sobre él. Tenemos cartas de Felipe IV dirigidas a otras personas, en las que lo menciona en relación con algún encargo u orden emitida para el artista. Rubens, que lo conoció cuando vino a Madrid, también lo menciona en alguna carta. Y luego están los documentos notariales. Y nada más.

Por eso, hablar de cómo era la vida cotidiana de este artista se basa en puras elucubraciones, a partir de estos documentos o de las costumbres de la época.

Velázquez, Autorretrato, 1643
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nació en Sevilla. Sus ancestros por parte de padre eran portugueses. Con 10 años entró al taller de Francisco Herrera. Era lo que se solía hacer: se entraba de aprendiz en un taller a corta edad, como en cualquier oficio. La Pintura era cosa de artesanos. Los niños empezaban a trabajar enseguida: había que colaborar en la casa. 










Velázquez, Francisco Pacheco, 1618
Los aprendices ayudaban al maestro a imprimar, a moler pigmentos, etc., y solían dormir y comer allí, en el taller. Mientras, aprendían todos los secretos, esas recetas ocultas para preparar colores, barnices o diluyentes, y se iban largando a pintar, según el talento de cada uno. Herrera era un personaje de mal carácter y el pequeño Diego no aguantó mucho bajo sus órdenes. Con 11 años, ya estaba en el taller de Francisco Pacheco, quien enseguida notó algo especial en el muchacho y lo protegió, hasta tal punto que, con el tiempo, se convirtió en su yerno. También era muy corriente esto: los secretos de taller debían quedar en familia.








Como verás, sus comienzos fueron duros, pero estaba en el lugar correcto. Pacheco era un erudito, tenía su propio método de enseñanza y su casa era el lugar de encuentro de intelectuales y gente importante de Sevilla. En 1617, con 17 años, aprobó su examen de pintor. Esto le permitía abrir su propio taller, contratar a ayudantes y aprendices, en cualquier parte del Reino. Al año siguiente, se casa con la hija de su maestro, Juana. Él tenía 19 y ella, 16: la gente en esos tiempos se casaba muy joven. Hicieron una gran fiesta y Juana aportó su dote al matrimonio: un ajuar, muebles y una casa sencilla en Sevilla que era de sus padres. No sabemos qué fue lo que entregó Diego. Tuvieron 2 hijas: Francisca e Ignacia, que murió siendo muy pequeña.

Martínez del Mazo, La familia del artista, 1660


Velázquez, El aguador de Sevilla, 1620
No le faltaban encargos: tuvo que contratar a un aprendiz para que lo ayudara; también es posible que tuviera como ayudante a su hermano Juan. Sus clientes eran las iglesias o particulares. En el caso de éstos últimos no tenemos documentos o precios. Al menos sabemos que sus obras eran muy requeridas y apreciadas. 















Velázquez, Conde Duque de Olivares,
1622
Pacheco lo colocó en cuanto pudo en la Corte de Madrid. Para triunfar tenía que salir de Sevilla: allí había demasiada competencia, y de la buena. Pacheco creía firmemente en el talento de su yerno, pero, naturalmente, también pensaba en el bienestar de su hija. Al morir Villandrando en 1622 y gracias al conde de Olivares, con quien Pacheco tenía muy buena relación y había sido asiduo de las tertulias en su casa, fue aceptado como pintor de la Corte con 24 años (ya te conté por aquí cómo le cayó el asunto a los otros pintores del rey). Allí la situación económica cambió totalmente: recibía un salario de 20 ducados, más que sus otros colegas. Pero no te creas que fue fácil. Los reyes y los Papas nunca fueron buenos pagadores. Hasta el gran Tiziano tenía que reclamar los pagos y murió en la miseria. Lo normal era que los pagos se atrasaran muchísimo: siempre había alguna guerra, construcción de palacio o algo así, que fuera más importante que retribuir el trabajo a un artista.





Como ya te conté una vez (pincha aquí), Velázquez tuvo diferentes cargos en la Corte, además del de pintor del rey. El rey solía pagar con empleos y se podía vender su titularidad sin problemas: era una manera de conseguir dinero. Siempre había algún familiar necesitado de trabajo o alguien que quisiera estar en la Corte. Nuestro artista, que gozaba de la confianza y amistad de Felipe IV, recibía cada vez mejores cargos y dejaba el anterior. Así fue cómo colocó como ujier de cámara a Martínez del Mazo, su discípulo, mano derecha y yerno: una manera de asegurar la manutención de su hija Francisca. Por otra parte, la dote de la joven fue bastante austera: no hay muebles, no hay objetos personales; su vestuario, decente pero nada ostentoso; un collar de perlas y 2 anillos de oro. Evidentemente, Velázquez, quien no había cobrado todavía ni lo atrasado ni lo presente, no podía permitirse regalar una dote a su hija como la que había entregado su suegro. Pero, dicho sea de paso, años más tarde, para la boda de su nieta Inés, la dotó con una fortuna en ducados de plata: los tiempos habían cambiado.


Velázquez, La fragua de Vulcano, 1630


Velázquez, La familia de Felipe IV (Las Meninas),
1656
Cuando se convierte en aposentador del rey en 1652, se le asigna como vivienda la Casa del Tesoro del Alcázar y un salario considerable. La Casa del Príncipe (el ambiente que se ve en Las Meninas) le servía como taller. Era parte de las antiguas habitaciones del infante Baltasar Carlos, que había muerto en 1646.











Nos podemos imaginar cómo vivían a través del inventario que se hizo después de la muerte del artista y Juana (ella murió a la semana siguiente). Los objetos que se detallan nos muestran una vida de lujo, aunque sin ostentación. Juana tenía 2 buenos vestidos para participar en las fiestas de la Corte y joyas: medallas de oro, un reloj con diamantes, relicarios, rosarios de perlas. Diego tenía una espada, espuelas y petacas de plata, mecheros (pues sí, Velázquez iba muy a la moda y fumaba) . Parece que a él le gustaba vestir bien, pues su ropa era de telas caras: naturalmente tenía que vestirse acorde con su cargo, pues se codeaba con reyes, cardenales y papas.


Velázquez, La dama del abanico, 1635
Su casa era cómoda. Juana tenía su estrado, el espacio femenino de la casa, decorado con alfombras, cojines y muebles de ébano con incrustaciones de marfil. Por la casa hay tapices y espejos, esculturas y, por supuesto, cuadros del pintor. Tenían aparadores, vitrinas y baúles por todas partes. Recibían a sus invitados en una mesa de 2.5 m y con vajilla de plata. Pero, cosa rara, había muchas cucharas, pocos platos, no tenían cuchillos y sólo había un tenedor: evidentemente, como tenían derecho a la comida de palacio, Juana no tendría que ocuparse de estos menesteres.

Velázquez había partido de Sevilla con muy poco. Y ya ves, en Madrid, en la Corte, junto a Felipe IV, había logrado un buen pasar para él y su familia.


Los datos están tomados de



Bennassar, B. Velázquez.Vida. Cátedra, Madrid, 2012
Brown, J.-Garrido, C. Velázquez. The technique of genius. New Haven-London, Yale, 1998



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