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jueves, 13 de octubre de 2016

Una cuestión de honor

El Greco, Caballero con la mano en el pecho,
1580
Los pintores del Renacimiento lo tenían muy difícil: se los consideraba meramente unos artesanos, ni siquiera se los consideraba humanistas o sabios, como ocurría con los literatos o filósofos. Trabajaban con las manos y eso los hacía indignos. Larga fue la lucha de Leonardo, Miguel Ángel, Durero, Velázquez, Rubens y tantos otros para lograr el reconocimiento del oficio. Hacia fines del sg. XVI en Italia, las cosas habían mejorado un poco para los artistas, pero estos avances no habían llegado todavía al resto de los países europeos.



Doménikos Theotokópulos (El Greco) venía de Creta, había pasado por Venecia y Roma. Quiso probar fortuna en Madrid, no logró establecerse y se quedó en Toledo. Era un extranjero, católico entre ortodoxos, y con un lenguaje pictórico que era una mezcla de los iconos bizantinos, el colorido veneciano y el Manierismo italiano. 


Era perfectamente consciente de su talento y de que lo que hacía era algo especial. Lamentablemente, no todos comprendían su obra: ¿cuántos siglos tuvieron que pasar para que se lo valore como se debe? No se amilanó y defendió su posición con todas sus fuerzas, lo que le dio fama de arrogante y pleiteador incansable.

El Greco, El Expolio, 1577
El primer pleito, apenas llegado a España, ocurrió con El Expolio. El deán de la catedral de Toledo, Diego de Castilla, le encargó el retablo de la iglesia de Sto. Domingo el Antiguo y dicho cuadro. Estuvo listo en 1577. En esa época no se fijaba el precio de antemano, sino que era costumbre que, una vez terminada la obra, cada parte, contratante y artista, presentaran un tasador. Mientras trabajaba en la obra, el pintor iba recibiendo adelantos de dinero para cubrir los costos. Los tasadores debían llegar a un acuerdo; de lo contrario, se buscaba la decisión de un árbitro. 

Los tasadores del Greco propusieron 900 ducados; los de la Catedral, 228. El argumento era que el cuadro tenía algunas “impropiedades”: demasiadas cabezas alrededor de la de Jesús y que, según los Evangelios, las 3 Marías no estaban presentes en la escena. Probablemente, una argucia para lograr un precio menor. Ante esto, Doménikos se negó a entregar el cuadro, dijo que se basó en las Meditaciones de San Buenaventura y que haría los cambios cuando le pagaran. Lo entregó en 1579, pero no lo corrigió; recibió 350 ducados en 1581. Logró lo que quería, pero la consecuencia de esto fue que con su actitud la catedral no volvió a hacerle ningún otro encargo.

El Greco, Martirio de San Mauricio, 1580
Disputas como éstas tuvo muchísimas, entre ellas, la del Martirio de San Mauricio para Felipe II, que le cerró las puertas de la Corte para siempre. Pero el más complicado de todos fue el pleito que tuvo con el encargo del Hospital de Sta. María de Illescas, en Toledo.

El contrato se firmó en 1603: Doménikos se comprometía a decorar toda la Capilla Mayor, a entregar 4 cuadros y a terminarla en 14 meses. Si se retrasaba debía pagar 200 ducados de multa. Se admitía como ayudante a su hijo Jorge Manuel y el precio final, con tasadores nombrados por el Hospital (un gran error). Le adelantaron 1000 ducados en pagos trimestrales.





El Greco, Virgen de la Caridad, 1605
Como era su costumbre, entregó la obra con retraso. Los tasadores propusieron 26802 reales (poquísimo: pocos años antes le habían pagado 63000 por un trabajo similar) y exigieron que sacara los retratos contemporáneos de La Caridad. Doménikos se enfureció y pidió que se volviera a tasar por personas imparciales, que elevaron el precio a casi el doble. El Hospital volvió a apelar, aludiendo a que los nuevos tasadores eran amigos del artista: una tercera tasación en 1606 llevó el precio a 53333 reales. El Hospital volvió a recurrir y se bajó el precio a 42000. Se embargaron bienes del Hospital para poder pagar al pintor, pero volvieron a apelar, esta vez incluso ante el Papa. Después de muchas vueltas, el Nuncio en Madrid nombró en 1607 a otro tasador, que bajó el precio a 23084 reales. 


O sea: después de 2 años de litigio la derrota fue total.

Ya ves: un luchador incansable por sus derechos, con una autoestima inquebrantable, consciente de su talento y del valor de sus obras.

El Greco, La Coronación, 1605

Fuentes: Álvarez Lopera, J. El Greco. La obra esencial. Madrid, Silex, 1993;

Kauffmann, G. Die Kunst des 16. Jahrhunderts. Berlin, Propyläen V., 1990



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