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jueves, 19 de noviembre de 2015

El cerebro engañado

Las ilusiones ópticas
 
O.Ocampo, Forever always, 1989

Sí, nuestros ojos engañan a nuestro cerebro. Le envían la información de lo que ven, cada uno por su lado, y éste trata de interpretarlo todo, recurriendo a experiencias anteriores, asociándolas y comparándolas. Cuando no encuentra una experiencia semejante que explique esa imagen, la completa como puede. Y en esto se basa el truco de las ilusiones ópticas.


Vasarely, Boo, 1978


La perspectiva es una de ellas, sólo que ya nos hemos acostumbrado después de tantos siglos y forma parte de nuestra manera de mirar. La anamorfosis, sobre la que hablamos hace poco, también es una ilusión óptica, que juega con el punto de fuga. 


Verbeek, Mooffaroo o el Hombre Viejo, 1903

Las hay de muchas clases y hacen uso de la ambigüedad, la deformación o de las paradojas visuales. Se valen de elementos como el color, el valor, las proporciones, la relación lleno-vacío, el contexto de la imagen o el bagaje cultural del espectador.



Mi mujer y mi suegra, 1915
Muchas de ellas son fruto de la investigación de psicólogos que estudian cómo percibimos el mundo que nos rodea: Kanisza, Delboeuf, Jastrow, por nombrar algunos. Las que emplean contraste de color suelen usarse para detectar enfermedades de los ojos, como, p.ej., el daltonismo. Seguro que  has visto algunas de ellas ya: la más famosa es el jarrón de Rubin (1915), que juega con la ambigüedad de ambas formas, usando el contraste del lleno y del vacío. Octavio Ocampo, un pintor mexicano que trabaja este tema, pintó este cuadro basándose en este famoso jarrón. Otra que seguro viste alguna vez es ésta, que apareció en la revista Puck en noviembre 1915.




(Lonja de la seda, Valencia.
Imagen: C.del Rosso)

En arte estos efectos se conocen desde milenios: piensa en las columnas del Partenón, p.ej., que sólo se ven rectas desde la distancia. O recuerda los juegos geométricos de los embaldosados romanos o árabes. 






Picasso, La mona y su cría,
1951






Como verás, no es algo exclusivo de la pintura: ¿mira esta escultura de Picasso! (¡La cabeza es un coche!)












Mantegna, San Sebastián (fragmento), 1459


Las ilusiones ópticas muchas veces fueron usadas para ocultar algún mensaje sin levantar sospechas ante la censura o como simple juego en el que el artista demuestra su habilidad e ingenio. Mantegna se divertía incluyendo formas escondidas en las nubes de sus cuadros. 










Arcimboldo basó toda su obra en estas composiciones como fiel representante del Manierismo: sus cuadros siempre tienen 2 maneras de ser vistos; el factor sorpresa está basado en la contemplación por separado del todo y las partes.

Arcimboldo, El jardinero o Vegetales en un bol, 1590
A la izquierda el cuadro original

Hogarth, Perspectivas falsas,
1754





Hogarth combinó en este grabado perspectivas invertidas con proporciones insólitas.












Dalí, El gran paranoico, 1936


Dalí trabaja con el contexto de la imagen y acude a nuestra información previa para engañarnos. 










Gilbert, Todo es vanidad, 1851



Un ejemplo increíble es de Gilbert, un ilustrador americano, quien creó “Todo es vanidad” cuando tenía 18 años, un ejemplo moderno del tema “vanitas”. O el cómic The Upside Downs de Verbeek, en el que las 6 viñetas podían leerse de dos maneras diferentes: al darlo vuelta, las figuras se transformaban en otras y con otro argumento.

Si se trabaja una ilusión óptica con color y gradaciones de su valor  combinado con figuras geométricas,  lo que resulta es una imagen con movimiento virtual.  En esto se basa el movimiento artístico Op-art, de los años ’60.





El más claro representante de las paradojas visuales es sin duda M.C. Escher. Con un dominio perfecto del dibujo y del espacio, usa la perspectiva para romperla y volverla a unir de manera insólita. Imagina objetos y construcciones imposibles de reproducir: sólo existen en su mente y en el papel.

Escher, Relatividad, 1953


Ditzinger, Th. Illusionen des Sehens.  Heidelberg, Spektrum V., 2006
Picon, D. Optische Täuschungen. Köln, Fleurus V. 2004


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