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jueves, 16 de febrero de 2023

Clotilde, la dedicada y amorosa compañera de Sorolla

 


 

Sorolla, Clotilde sentada en el sofá, 1910

Centenario del fallecimiento de Joaquín Sorolla

 

Cuando Monet vio “Triste Herencia”, de Sorolla, en París, por el que fue galardonado, exclamó que estábamos en presencia de “un joyero de la luz”. Mejor definición que ésa, para Sorolla, no existe, y eso, de parte de otro gran maestro. Esa luz se apagó un 10 de agosto de 1923: se cumplen 100 años de su desaparición.

Sorolla, Mi mujer y mis hijas en el jardín, 1910


Sorolla, Pérez de Ayala, 1920

Y sí, este 2023 estará plagado de homenajes a Picasso (50 años de su muerte) y habrá unos cuantos para Sorolla. Te repetirán una y otra vez la historia de su ataque de hemiplejia en junio de 1920, en la pérgola de su jardín, pintando a la señora de Pérez de Ayala. Su hija Elena estaba también allí, modelando una de sus esculturas. Una historia contada por el mismo Pérez de Ayala, testigo directo.








El pintor se levantó para ir a buscar algo a su taller, se tropezó con los escalones y cayó. Lo ayudaron a levantarse y no podía sostenerse en pie. Tenía el lado izquierdo del rostro paralizado. Volvió al trabajo; se le caía la paleta de la mano izquierda y apenas si podía sostener el pincel con la otra mano. Dio 4 pinceladas inseguras (que todavía están visibles en el cuadro, que quedó sin terminar), dio dos gemidos, exclamó “No puedo” con lágrimas en los ojos, y dijo: 

“Que haya un imbécil más qué importa al mundo”.


Sorolla, Retrato de la Sra. Pérez de Ayala, 1920


 Y calló para siempre. En el Museo Sorolla se conserva su última paleta en su caja, con sus pinceles y pinturas, tal como la había dejado preparada, con los colores petrificados y oscurecidos por el tiempo. Algunos listos se llevaron algunos tubos y el Museo optó por no retirarla pero sí cubrirla con un cristal de seguridad.

(Imagen: C.del Rosso)


Sorolla, Alfonso XIII
con uniforme de húsares,
1907

Era un pintor famosísimo, había ganado fortunas.
Acababa de terminar su proyecto de decoración para Huntington, su “Visión de España” (te lo conté por aquí). El rey Alfonso XIII le había mandado su felicitación.

“Sea enhorabuena por haber finalizado su colosal obra, que seguramente será admirada por las generaciones futuras como la fotografía pintada de la España del sg. XX antes del alto hacia arriba que seguramente daremos”.

Lo habían designado, entretanto, profesor de Composición y Colorido en la Academia de San Fernando. Apenas si logró dar algunas clases, que bastaron para revolucionar a los alumnos con su método didáctico.




Sorolla pintando en su jardín


Sorolla
quería viajar y entregar en persona los paneles de su "Visión de España".
Las enrollaron en 1919 y pactó con Huntington viajar en octubre 1920. El mecenas le escribió en mayo y ya no tuvo respuesta.








La vida decidió otra cosa. Tanto afán, tanto esfuerzo le demandó pintar a su querida España; fue un desgaste brutal para su salud. Ya desde 1911 había comenzado a quejarse de cansancio, de temblores en las manos, de dolores de cabeza. A su amigo Pedro Gil de Mora le confesó en una oportunidad: “Este encargo se comerá los mejores años de mi vida”. Huntington tampoco lo veía bien: era algo más que cansancio.

Sorolla, La pesca del atún, 1919


Sorolla, Clotilde con
traje gris, 1900

Te repetirán el testimonio de Pérez de Ayala una y otra vez.
Sin embargo, en esta oportunidad a mí me gustaría destacar los 3 años que siguieron a ese ataque, hasta que murió, y el cuidado que le dio su inseparable compañera, Clotilde. Una mujer a la que adoró y amó con locura. La quiso con sus pinceles, la pintó una y otra vez. Ella también lo quería, lo admiraba y trataba de entender su pasión por la Pintura. Ella sabía que debía apoyarlo, que de eso vivían y que él era feliz así. Ella atendía clientes, llevaba un cuadernito con la contabilidad, le dejaba espacio y tranquilidad para que pintara y comprensión para cuando él debía viajar. Él adoraba a su familia y estaba pendiente de ellos. De eso dan fe sus cartas.

Y ahora, Sorolla, ausente, sin poder caminar ni hablar, con la mirada perdida. Imagínate la desesperación de Clotilde y sus hijos al verlo así. Eran los comienzos del siglo XX, la neurología estaba en pañales. Teníamos a Ramón y Cajal con sus estudios, y al Dr. Simarro, también, a quien Sorolla admiraba y lo tenía como médico de la familia. Nada se podía hacer.



Sorolla, Clotilde en el jardín,
1920

Clotilde
había envejecido,
sin renunciar a vestirse de amarillo (como comentó Huntington); había llevado el peso de toda la familia, sola, mientras su marido recorría España. La pintó por última vez en una pose extraña, quizás no queriendo retratarla así, en su vejez. Ella y sus hijos tenían la esperanza de que se recuperara. Lo llevaban en los veranos a la casa de la familia en San Sebastián, sobre el monte Igueldo (que todavía existe), pero no logran que mejore; al contrario, vuelve a tener varios derrames cerebrales. El curso en la Academia comienza sin él. En 1922, cuando Elena se casó con Victoriano Llorente en Valencia, Clotilde y sus hijos deciden llevarlo a la playa de la Malvarrosa, con la esperanza de que, al ver el mar, ése que había pintado tantas veces, volviera en sí. Pero no. Sorolla ya no era el mismo, estaba ausente. Clotilde comprendió entonces que ya no había nada más que hacer.



Sorolla, Clotilde con vestido
negro, 1906

Decidieron establecerse en la sierra de Madrid,
en Cercedilla, donde ellos tenían una casa que habían comprado, cuando su hija María se enfermó de tuberculosis.

Mientras tanto, Huntington estaba en una situación difícil. Clotilde no quería declarar insano a su marido y el artista no estaba en condiciones de firmar ningún contrato ni recibo de pago. Legalmente, había que esperar a que muriera.







El 10 de agosto de 1923, a las 22.30, llega ese día. Estaban allí Clotilde, su hija María y su marido Francisco Pons, su hijo Joaquín y Fernando Viscat. Su gran amigo Benlliure modeló la máscara mortuoria y la de sus manos. El velatorio se hizo en el salón de la casa de Madrid. Tristísimo ver las fotos de Clotilde, de riguroso negro, frente al ataúd.




La comitiva fúnebre, presidida por Benlliure, en representación del rey, acompañará sus restos hasta la estación de tren, para ser enterrado con honores de Capitán General en el panteón familiar en Valencia. Su féretro será llevado por sus alumnos. La procesión se detuvo frente al Círculo de Bellas Artes, en la capilla de la Virgen de los Desamparados, el Ayuntamiento, y las tropas le rendieron honores.

Traslado a la Estación del Mediodía


Sorolla, Clotilde con traje de 
noche, 1910

 
Luego de un largo proceso de herencia, Huntington pudo finalmente hacer el pago de los paneles en 1925; éstos fueron instalados en la Hispanic Society en 1926, sin representación de la familia.

Clotilde 2 años después hizo testamento y legó al Estado Español todas las obras para que se erija en su casa un museo en memoria de su marido, tal como él quería. Clotilde muere el 5 de enero de 1929.








Ésta es la historia de los últimos años del gran maestro Sorolla, el maestro de la luz, y del amor profundo que los unía, a él y a su Clotilde.

 

 

Fuente: Tomás, F. y otros. Epistolarios de Joaquín Sorolla.

Barcelona, Anthropos, 2008

 Pons Sorolla, B. Joaquín Sorolla. Barcelona, Ed.Polígrafa, 2005


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