Leonardo, La Gioconda, 1502 |
El domingo 20 de agosto de 1911 hacía demasiado calor en París. Poupardin, el
encargado de custodiar a la Mona Lisa, se echó una siestita.
Nada ocurría fuera de lo normal. El Louvre cierra los lunes, día de descanso y limpieza. El martes 22 Poupardin retoma su puesto. Louis Béraud estaba copiando la obra maestra de Leonardo, pero al llegar no la encuentra en su lugar. Le pregunta a Poupardin y le dice que quizás se la habían llevado para fotografiarla. No era nada anormal: en esa época no había que pedir permiso para retirar las obras y cualquier fotógrafo podía hacerlo, no había registro de ningún tipo. Y en esa época, el director había ordenado hacer un registro fotográfico de todas las obras. Pasan las horas y Béraud sigue esperando: la dama no vuelve. Nadie sabe dónde está, la buscan por todas partes, no aparece. Dan parte a la policía. Ésta cierra el museo: al público se le dice que es por una fuga de agua. Se cierran las fronteras, se revisan trenes y coches.
Nada ocurría fuera de lo normal. El Louvre cierra los lunes, día de descanso y limpieza. El martes 22 Poupardin retoma su puesto. Louis Béraud estaba copiando la obra maestra de Leonardo, pero al llegar no la encuentra en su lugar. Le pregunta a Poupardin y le dice que quizás se la habían llevado para fotografiarla. No era nada anormal: en esa época no había que pedir permiso para retirar las obras y cualquier fotógrafo podía hacerlo, no había registro de ningún tipo. Y en esa época, el director había ordenado hacer un registro fotográfico de todas las obras. Pasan las horas y Béraud sigue esperando: la dama no vuelve. Nadie sabe dónde está, la buscan por todas partes, no aparece. Dan parte a la policía. Ésta cierra el museo: al público se le dice que es por una fuga de agua. Se cierran las fronteras, se revisan trenes y coches.
En una escalera de servicio del museo aparece el marco de La
Gioconda y el cristal que la protegía, con una huella dactilar de un pulgar
izquierdo. Evidentemente, el ladrón era alguien que conocía el lugar (y además,
que supiera cómo sacarla: pesaba 35 kg); interrogan a todos los empleados, o a
casi todos, pues tampoco había registro completo de la gente que trabajaba
allí.
Poupardin confiesa que el domingo se había quedado dormido, pero
cuenta que cuando se despertó vio a 3 obreros italianos con un paquete envuelto
en papel marrón y a un joven alemán, asiduo fan de La Gioconda, a la que le
llevaba siempre flores, pero que cuando se fue, ella estaba todavía ahí. Otros
testigos dicen que vieron a un hombre correr con un paquete debajo del brazo
por los jardines del museo y que lo vieron tirar algo brillante al suelo. El
fontanero, Sauve, cuenta que el lunes había ayudado a un trabajador del museo a
abrir la puerta de esa escalera de servicio y que ahora el pomo de esa puerta
había desaparecido. La policía lo encontró en los jardines del Museo.
Finalmente se comunica la noticia a los periódicos. El gobierno
francés y los periódicos ofrecen recompensas jugosas a quien la encuentre. Se
convierte en un escándalo nacional que evidencia la falta de seguridad de los
museos y se cuestiona la pericia de la policía francesa…[1]
Rafael, Baltasar Castiglione. 1514 |
¿Cuál era el móvil del robo? Era imposible venderla.
En Londres, un desconocido le ofrece al marchante Duveen la Mona Lisa;
éste reacciona burlándose, incrédulo, y con muy pocas ganas de involucrarse en
semejante asunto. El desconocido viaja al lago de Como, para ofrecérsela al banquero
J.P.Morgan.
El marchante Geri, de Milán, publica para su campaña de Navidad en 1913
un aviso en los periódicos pidiendo antigüedades de calidad a cambio de un buen
precio. Entre muchas cartas recibe una de un tal Leonardo que le ofrece La
Gioconda, y que manifiesta su intención de que vuelva a Italia. Geri reacciona con prudencia
(pues podría haber sido una copia), se pone en contacto con Poggi, el director
de los Uffizi, y van los dos al hotel donde alojaba el tal “Leonardo”. Con
mucha emoción reconocieron que sí era ella. Pactan un precio de 2
millones de dólares (actuales). De inmediato, Poggi y Geri dan parte a la
policía y el sujeto es arrestado: era Vincenzo Peruggia.
La noticia es recibida en Francia con escepticismo. Peruggia había
sido el que había construido el marco de cristal del cuadro, había trabajado en
el Louvre, la huella dactilar era de él. No había despertado sospechas en los
interrogatorios, a pesar de que tenía antecedentes policiales. Confiesa que no
lo hizo solo, sino con los hermanos Lancellotti (que fueron arrestados también)
y que su intención era reparar el daño de los robos de Napoleón,[2]
pero los investigadores descubrieron que la había ofrecido ya a Duveen y a
Morgan, o sea, el móvil era el dinero y nadie dijo nada por temor.
En 1914 se lo juzga con una condena a 1 año y 15 días; ya había
comenzado la 1ra Guerra Mundial, nadie quería agitar más las aguas de las
relaciones internacionales y es así como al final se le baja la pena a 7 meses.
Como ya había pasado ese tiempo en prisión, es liberado.
La Gioconda fue expuesta por toda Italia antes de ser devuelta a
Francia. Su desaparición durante 2 años fue el “acto artístico” más precoz del
arte contemporáneo: hizo que este retrato se elevara a la categoría de mito.
Pero la historia no termina aquí. Peruggia era el autor material, pero
¿quién estuvo detrás de esto?
Como esto se está haciendo muy largo, te lo cuento la semana que viene…
Bibliografía: Scott, R.A. El robo de
la sonrisa. Madrid, Turner, 2010
Pulitzer, H. Where is
the Mona Lisa? Londres, Pulitzer
Press, 1967
[1]
Entretanto, quedan implicados como sospechosos Apollinaire y Picasso. De esto
hablaremos más adelante, a cuento de “Las señoritas de Aviñón”.
[2] Napoleón
fue un gran saqueador de obras de arte, pero justamente la Mona Lisa siempre
estuvo en Francia, ya que Leonardo se la llevó cuando emigró hacia allí. (Salvo un corto período en que volvió a Italia a causa de la repartición de los bienes de Melzi, discípulo y heredero de Leonardo.)
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